Una noche me vi envuelto en un cuerpo que no deseaba. Era yo, pero no quería ser yo. Todo cuanto rodeaba a mí cuerpo era extraño. Deseaba deshacerme de ello pero no podía. La luz de la habitación, amarilla, pálida, trepaba por todo el atuendo que me cubría. Yo no soy éste, me dije. Dios, ayúdame.
Desperté de madrugada. La luz aún permanecía prendida. Palpé mi piel, recorrí mis extremidades, busqué mi rostro. Me dije que todo estaba normal, que nada había cambiado, que la pesadilla había pasado. Era yo. Indudablemente era yo.
Conociendo el mobiliario y su disposición me dirigí al baño. Encendí la luz y he ahí la visión más horripilante que vi en mi vida. No era yo; sin embargo se sentía como si fuese yo. El primer pensamiento al ver la figura reflejada en el espejo del baño fue que era una criatura emergida de un comic o de un libro de fantasía. Algo monstruoso e irreproducible a la vez.
Estaba envuelto en celofán, como si se tratara de un regalo antiquísimo. El celofán cubría toda la piel del monstruo que se reflejaba en el espejo. Deseaba huir pero no podía. Estaba demasiado ajustado. Me pregunté si estaría despierto o soñando. No, estás despierto –me dije. No obstante deseaba haber estado soñando.
Vi como la criatura forcejeaba intentando librarse de la atadura. El ruido del papel celofán se hacía cada vez más audible entre intento e intento de escape. Finalmente la criatura cayó rendida al piso. Sus ojos denotaban angustia y entrega. Sentí una interminable lástima recorrer todo mi cuerpo. Entonces decidí abandonar a la criatura y dejarla ahí, a la buena de Dios.
Volví al dormitorio. Ya amanecía. Pálidos destellos luminosos emanaban de un sol anaranjado que lentamente emergía desde el horizonte. Me vi acostado. Parecía plácidamente dormido. Me recosté a mi lado y contemplé mi respiración. Cómo el aire lentamente ingresaba por mi nariz y se desparramaba en el interior de mi pecho. Desde la cama podía observar a la criatura envuelta en celofán tirada en el piso del baño. Me causó una profunda congoja. Intenté acariciar mi rostro dormido pero mi mano lo atravesó. Entonces caí en la cuenta que no era real, que tal vez estaría en un sueño, o tal vez muerto.
Al cabo de un rato una gran celeridad me sobrevino. Tenía la incertidumbre si yo pertenecía al cuerpo físico que dormía y me representaba como imaginaba o bien a la criatura envuelta en celofán. La duda se cernió sobre mí como una gran sombra de tormenta. Inquietado por semejante cuestión decidí averiguarlo y fue entonces que nuevamente intenté acariciar el rostro de mi cuerpo, pero nuevamente mi mano lo atravesó. Di un salto de la cama y me dirigí hacia el cuerpo inerte de la criatura. Acerqué mi mano intentando tocar su rostro y en ese preciso instante todo se volvió luminoso y de pronto de una oscuridad absoluta.
Al abrir los ojos el pánico se apoderó de mí. Me faltaba el aire. El papel celofán me impedía respirar.
(Imagen: http://www.mayakulenovic.com/painting-faces/insomniac.htm )