sábado, 26 de marzo de 2011

La chica del gran vacío





Hubo una vez una chica en la vida de L. Era importante, ella era majestuosa, su sol. En torno a ella giraba el mundo de L.

Sin embargo, después del ciclo vivido entre ella y L, el mundo siguió circulando, siguió rotando sobre su eje.

Y ella, la chica majestuosa, dejó un gran vacío.

Ese vacío se propagó en el tiempo.

Ella nunca más supo de L, ni de nadie más de los que hicieron sus días maravillosos vividos.


L volvió a reciclarse.

Ella… ella no lo sabe.

jueves, 24 de marzo de 2011

El profesor y los pájaros



Se me supo preguntar aun siendo yo profesor en la universidad dónde no existía la soledad. Lo hizo una alumna, una tal Alejandra Kurt. En esa ocasión, un día de finales de mayo, ella soltó la pregunta al aire como quien no quiere la cosa y acto seguido se quedó mirando por el ventanal como una mamá pájaro daba de comer a sus pichones.

Me parece aún estar escuchando el sonido ensordecedor del silencio que se produjo en el aula en aquel preciso instante. Todo el alumnado clavó la vista en mí y esperaba por una respuesta certera y concisa ¿Dónde no existía la soledad? No se me ocurría.

Ante mi silencio súbito el alumnado comenzó a murmurar. Los ojos que antes se habían clavado en mi persona ahora estaban sobre Alejandra Kurt. Pero ésta seguía abstraída mirando el nido, a los pichones y a la mamá pájaro que infatigablemente iba y venía trayendo gusanos y semillas para sus crías.

- Señorita Kurt –dije yo- ¿usted acaso tiene una respuesta para su pregunta?
- Podría ser –dijo ella sin siquiera quitar un segundo la vista del nido.
- ¿Le interesaría compartirla con nosotros?
- Sí, claro –dijo ahora volviéndose hacia mí y a su vez echándole un vistazo a todo el alumnado-. No es nada de otro mundo. A decir verdad siempre he pensado que en el único lugar donde no existe la soledad es en el cielo, o también en el infierno, según cómo se lo mire. Después de la muerte uno ya no está solo.

Los alumnos, en su gran mayoría, quedaron boquiabiertos ante tal respuesta. Yo debo decir que también fui sorprendido, pero me bastó un segundo para que mi cabeza me dijera que su respuesta tenía cierta lógica, claro.

- ¿Acaso usted no lo cree posible, señor profesor? –me increpó.

Me tomé unos segundos para elaborar la respuesta. Una vez más el recinto se volvió a silenciar por completo asemejándose a una tumba.

- Lo creo posible, ¿por qué no? Si existe vida después de la muerte el alma seguramente reposará en algún sitio. Si creemos en la división cielo e infierno entonces no hay mucho más que pensar, descansará en uno u otro, y de ahí no saldrá. Puesto que ese es mi razonamiento a su explicación creo que es bastante convincente –terminé diciendo.

Nuevamente un murmullo cayó de modo generalizado sobre la clase. Los estudiantes ahora debatían entre ellos la respuesta de Alejandra Kurt y mi acotación al respecto. Por los rostros podría asegurar que había algunos a favor y otros en desacuerdo. Lo que nunca supe es quien tuvo la mayoría de adeptos. Al terminar la clase los alumnos se levantaron y se retiraron en un profundo silencio. Creo que aún seguían masticando pensamientos referidos a la soledad y la muerte.

Me disponía a retirarme cuando observo a Alejandra Kurt aún sentada observando a través del ventanal. Me senté a su lado y también observé por el ventanal.

- Es una bonita escena –dije.
- Lo es. Sí. El amor de la madre pájaro con sus pichones es grandioso. Sin embargo ella sabe que algún día volarán del nido y quedará sola. Y ellos, casi amnésicos, harán su vida y también en algún punto estarán solos ¿Acaso la gente no se da cuenta que la soledad es algo que viene adosado a nuestra vida? Nacemos solos, transitamos la vida solos y morimos solos.
- Pero hay personas que se nos acercan y construyen nuestra vida también –comenté-. Hay otros seres humanos que construyen su historia haciendo nuestra historia. En esos momentos no estamos solo.
- Sí, lo estamos –dijo ella y volvió a mirar el nido.

Al cabo de un rato decidí marcharme y dejarla allí. Tomé el maletín, colgué del brazo el sobretodo y cuando me disponía a cruzar la puerta del aula escuché nuevamente la voz de Alejandra Kurt.

- Señor profesor… ¿sabe por qué he hecho esa pregunta?
- No, no lo sé –respondí.
- Cuando era niña, a los seis años, mi madre se suicidó. Fue algo impactante para mí. Aún recuerdo todo el revuelo que causó su inesperada muerte. Ni mi padre ni yo nos dimos cuenta de su desconformidad con el mundo, ni de su soledad interior. El día de su entierro me quedé retirada. Vi cómo se despedía todo el mundo arrojando una flor sobre el ataúd. Cuando todos se marcharon mi padre me hizo un gesto que ahora podía acercarme. Entonces, mientras estuve parada mirando el ataúd, leí lo que decía la lápida que mi padre había mandado construir: “Descansa en paz, allí donde no existe la soledad: tú amor”


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martes, 22 de marzo de 2011

El hombre descolorido



Creo que Ángel nunca supo exactamente cuando todo comenzó a pasar. Se encontró un día sintiéndose casi completamente vacío. Hablo de ese vacío que se experimenta cuando uno se siente tan marchito como una vieja flor dentro de un libro después de años de reposo.

Así, como una vieja flor marchita se vio Ángel en el día de su cumpleaños número cincuenta.

Ciencuenta años –se dijo- ¡cincuenta años y nada! O casi nada. Pues algo había hecho. Tampoco la fatalidad. Al menos había logrado mantener su empleo dentro del Correo Argentino, no estaba endeudado, y con el pasar de los años logró juntar unos pesos que mantenía en plazo fijo en un Banco local. Sin embargo, más allá de cierta tranquilidad laboral y económica, dentro de sí, en las paredes de su interior, había desolación.

El día de su cumpleaños número cincuenta decidió hacer un asado para todos sus amigos. Los que veía a menudo y aquellos que hacía tiempo que no, pero que ahora sí deseaba ver. Como si llegar a los cincuenta años hubiera bombardeado su cabeza y lo expusiera al límite de un abismo quiso rodearse de todo el mundo cuanto conocía. Compró la carne, la bebida, instaló mesadas y sillas para todos, hasta se preocupó de armar una picada de fiambre para darle un toque previo a la reunión mientras sorbían aperitivos. Estaba todo listo en su día más feliz. Sin embargo, al caer la noche, el asado estuvo casi a punto y solo un par de amistades habían asistido.

Tras cenar y despedirse de ellos se quedó completamente solo observando los platos sin usar, las sillas dispuestas prolijamente a la mesa, el silencio brutal que lo envolvía todo. En medio de la noche, con un aire cargado de humedad, pensó en el suicidio. Fue la primera vez que pensó en algo así. Se sintió un ser gris, descolorido ¿Adónde se marcharían sus colores? Ni él lo sabía. Por más que ahondara en su interior no encontró respuesta convincente que le diera indicios de dicha pérdida.

Caminó lentamente hasta el centro del jardín con un cuchillo en la mano y se dejó caer de rodillas. Rompió en un llanto amargo y casi silencioso. Solo su pecho se movía compulsivamente y desentonaba con la quietud nocturna. Fue en ese momento que cortó las venas de su muñeca derecha, y con un gesto de dolor se dejó caer sobre el césped mirando al cielo.

Arriba, en la vastedad infinita del universo, las nubes pasaban tranquilamente, sin alterar por nada del mundo su marcha. Abajo, en la tierra, un fino brote de de sangre roja teñía el verde del césped. Poco a poco comenzó a perder las fuerzas y un sueño extraño lo llamaba a descansar. No deseaba cerrar los ojos sino sentir cómo llegaba la muerte, qué se sentía al morir. Imaginó que por sus venas, junto a la sangre, también fluían los últimos colores de su espíritu, esos que seguramente en algún lado de su ser habían quedado escondidos. Imaginó también que la sangre de roja se tornaba multicolor, y que el césped poco a poco cambiaba de color y tonalidad. Así, logró esbozar una sonrisa hasta que finalmente entró en paro cardíaco.


Cada vez que Ángel sale al patio de su casa por las noches camina descalzo por el césped. Llueva, haya humedad, o bien sea una noche espléndida él camina descalzo. Se dice para sí que es el modo de absorber parte de la vida, que con ello también absorberá los colores que un día emanó y dejó sobre el césped. Con ese pensamiento, y luego de caminar descalzo, se recuesta y mira el cielo, y observa las nubes, y extraña su colorida vida.


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(Imagen: http://26.media.tumblr.com/tumblr_lif1ltB3Br1qa7ctgo1_500.jpg )