lunes, 13 de diciembre de 2010

El ascenso

Me he subido al gran árbol ¿Recuerdas cuando lo mirábamos desde el suelo, abrazados y riendo? Se veía como un colosal gigante. Daba sombra a media ciudad, inclusive a la casa de los vecinos que no queremos… sí, a ellos también cobijaba. Como te he dicho, me he subido a él. Lo hice hoy por la tarde al llegar del trabajo. Tras estacionar el automóvil me dispuse a meter la llave en el ojo de la cerradura de la puerta y algo inmovilizó mi mano. Entonces fijé mi vista en el gran árbol. Parecía un gigante dormido. A veces hasta me parece muerto. Sí, muerto. Pienso que el nacimiento de su tronco ya ha muerto y nos ha dejado hace tiempo; que la mitad de su tronco exhala los últimos instantes de vida y que la gran copa, la que oscurece a media ciudad, vive plenamente y es como un bebé que juega con las nubes que la atraviesan.

Comencé a trepar siendo ya casi el atardecer. No tuve miedo al pensar que la noche pudiera sorprenderme aun trepando hacia el cielo. Solo me enfoqué en los días que nos acostábamos juntos debajo de él y observábamos las nubes perderse en la gran copa. Y él, altivo e infinitamente gigante, nos observaba como si fuésemos dos pequeños gusanos, totalmente incoherentes, que jugaban a ese extraño juego llamado amor al cual él jamás jugaría. De seguro se preguntaría por qué hacíamos aquello. Por qué esos dos seres insignificantes se besaban y acariciaban debajo de su sombra. No encontraría respuestas. Aun así nos cobijaba y era nuestro cómplice. Supo de secretos, de sinceridades, de miedos, de sentimientos y presentimientos. Si hasta nos fundíamos con él cada vez que nuestros pensamientos nos desbordaban y quedábamos petrificados mirando sus hojas, como si con esa acción lográsemos aclarar nuestra mente y él fuera nuestro consejero.

¿Te acuerdas de la nieve? Sí, seguramente lo recuerdas. Los copos tardaban una eternidad en llegar al suelo, lo hacían en cámara lenta y de manera continua. Es que él se entretenía primero con ellos allá en el cielo. Los dejaba reposar sobre sus ramas y cuando los acunaba cierto tiempo les permitía descender, lentamente, hacia nosotros. Creo que era su modo de divertirse, primeramente solo, luego con nosotros. También supongo que amaba jugar. Como todo niño. Tal cual.

Al llegar a la mitad de su tronco el anochecer ya se había establecido. El viento se sentía húmedo y las primeras estrellas asomaron en el cielo. Ahora el verde de sus ramas se había teñido de claroscuros que intensificaban los grises y los negros. No tuve miedo. Mantenía mi recuerdo enfocado en aquellos días. Si hasta me parecía escuchar tú risa. «Tal vez estés allá arriba», pensé, y con ese pensamiento en la mente seguía la escalada sujetándome firmemente en cada rama. Al entrar en la gran copa lograba ver de a ratos la ciudad. Eran puntos multicolores semejantes a las diminutas luces navideñas. El viento mecía la copa bruscamente y yo, sujetado fuertemente, me balanceaba con ellas. La noche ya era dueña del día. Ahora un manto estelar aparecía majestuosamente sobre mi cabeza ¿Recuerdas las estrellas? Sí, no las habrás olvidado. Esas estrellas que eran tan nuestras no se olvidan jamás. Fue al llegar a la última rama que decidí sentarme. Ya no había más por escalar. Había llegado a la cima. Ahora estaba sobre la gran copa del árbol gigante. Lograba ver la casa como un punto diminuto en el suelo. Totalmente oscura, devorada por las sombras de la noche. Sin embargo desde arriba todo se veía magníficamente. Pero tú no estabas ahí. Hace tiempo que te has ido y por más que te busco no llego a encontrarte. Sin embargo sé que algo de ti ha quedado escondido en la gran copa del árbol gigante. Mientras observaba la ciudad y sus luces, pensaba en ello. Detrás de alguna rama, en el recodo de ellas con el tronco, seguramente algo de ti existe ahí para mí. Algo que en alguno de nuestros ascensos escondiste a propósito para el día que no estuvieses a mi lado. Una buena forma de hacerme sentir feliz a pesar del vacío que produce tú ausencia en mi corazón helado. Sin embargo hasta ahora no he dado con ese tesoro. Tampoco hago mucho por encontrarlo. Me doy mi tiempo. Hay momentos que hago el esfuerzo pero me cuesta ascender al gran árbol. Prefiero echarme debajo de su copa, en el césped recién cortado, y observar el movimiento lento y apaciguado de sus ramas y el celeste del cielo fundirse con el verde de sus hojas. No creas que no seguiré buscando el tesoro y buscándote a ti. Lo que la muerte no sabe es que los que quedamos aquí, sobre las raíces de los árboles, no tememos llegar al cielo. No, todo lo contrario. Podemos ir más allá y tal vez al llegar a la copa del gran árbol encontrar una vez más un tesoro que aún permanece escondido.

Safe Creative #1012148061828



5 comentarios:

  1. Buen estilo cordobes... Me ha encantado volver a pasarme por tu casa como siempre.

    P.D. No podia negarme a escribir a un tocayo, aunque yo llevo un ángel mas dentro.

    ResponderEliminar
  2. @KRAMEN:

    Gracias. Es un placer que pase la gente por acá y si gusta leer que lo haga, y si puede sonreír que lo haga, y si los textos agradaron entonces ¡bien!

    Saludos... tocayo :)

    ResponderEliminar
  3. Sin prisa pero sin pausa... seguro que así coronarás la copa del árbol más grande hallando aquel tesoro.
    Un texto increíblemente bueno, me encantó. Una vez más, lujazo leerte.
    Un abrazo!!

    ResponderEliminar
  4. @SILVIA:

    Gracias, amiga. Es un gusto verte por acá de nuevo y con todas las pilas.

    ¡Un abrazo para vos!

    ResponderEliminar
  5. Recién me acabo de encontrar con tu blog y no he parado de leerlo, entrada tras entrada y ninguna deja de sorprenderme, no he terminado, y no hay duda que no dejarán de hacerlo, enserio muchas felicidades por ese don, en cada lectura un nuevo mensaje, increíble y muchas gracias!!

    ResponderEliminar