Hace unos años, en esa época en que se escuchaba la
música en radiograbadores y cintas de casete, observé por primera vez el mundo.
Fue, cómo decirlo, ¿alucinante? Sí, creo que esa es la definición que más se le
asemeja. Pero no fue por casualidad, no… fue porque ella quiso que yo alucinara.
Vivía en un pequeño departamento al fondo de un
conventillo de mala muerte a las afueras de la ciudad. El lugar apestaba a
perros, gatos, ratas y olores nauseabundos en general, sin embargo mi sueldo no
daba para más y era lo que había. Trabajaba desde que el sol asomaba hasta
cuando se ponía. Siempre vivía de noche. Cenaba y salía a caminar un rato, a
hacer la digestión como les gusta decir a los de otras generaciones.
En una de esas caminatas conocí a la chica que me
tomó de la mano y me mostró la parte oculta del mundo. Como toda relación que
recién inicia al principio fueron miradas, luego coqueteos y finalmente
llegaron los besos y las delicias del sexo. Por las tardes, después de tener
sexo durante largo rato, caíamos exhaustos y nos quedábamos así, tendidos,
mirando el techo, jugando con nuestros pies en las sábanas húmedas y arrugadas.
No hablábamos, solo jugábamos con nuestras manos o dibujábamos figuras
invisibles contra el techo a la espera que el otro las adivinara. Esa parte me
encantaba. Ella era una excelente dibujante. Siempre dibujaba lo que yo soñaba,
lo que yo deseaba y tenía como meta. Es como si me hubiera conocido desde
adentro hacia afuera.
Una tarde de noviembre, coloqué un casete de Soda
Stereo en el radiograbador y me senté en el balcón. Una mujer anciana y su
marido estaban sentados en el balcón de enfrente, mirándome, como si yo fuese
un loco, como si mi generación por escuchar aquella música estuviera en otra
sintonía distinta a la de ellos. Como decía, fue en esa tarde de noviembre que
la chica que me hizo ver el mundo se
apareció; llevaba una cámara fotográfica colgada del cuello, y al verla entrar
me pareció angelical. No sé, supongo que tenía algo, artificial o real, que la
iluminaba por completo y eso me encandiló. Caminó unos pasos y se puso en
cuclillas delante de mí.
- ― ¿Querés conocer el mundo? –me dijo
sonriendo y tomándome de las manos.
- ― Claro –respondí inmediatamente y sin
pensarlo.
Fue la propuesta más sencilla y poderosa que tuve en
mi vida. Fue la frase más maravillosa que recuerdo haber escuchado de una
mujer. La abracé, le di diminutos besos en los labios. Ella solo sonreía. Los
ancianos de enfrente nos contemplaban con ciertas miradas que interpreté como
de ternura.
Después de aquella tarde recorrimos muchos lugares
juntos. Adonde íbamos ella fotografiaba y yo vivía. Ella vivía y yo
fotografiaba. Nos complementábamos a la perfección. Fuimos por Bogotá, por La Paz,
por Brasilia, por Montevideo, por el litoral argentino, también hicimos algo de
la cordillera de los Andes y la Patagonia. Parvas de fotos llenaban cajones y
cajones en nuestra habitación. Fotografiamos hasta lo que no se dejaba.
Capturamos sonrisas, miedos, tristezas, silencios, alborotos, soledades,
lágrimas, todo un muestrario de sentimientos en distintas personas que cruzamos
a lo largo de tantos kilómetros. Yo era feliz, ella era feliz.
Sin embargo, un día, al llegar a un sendero y tras fotografiar
un cerro ella me dijo que ya no quería seguir viajando, que ya no quería capturar
más sentimientos, que ya no me quería. Asentí en silencio como el condenado a
muerte al escuchar su sentencia. Comprimí todo lo que sentía a tal punto que lo
guardé como una pequeña bolita bien al fondo de mi pecho.
- ― ¿Y ahora qué? –le pregunté
- ― Pues nada, ahora la vida… -dijo con su
sonrisa tan hermosa.
- ― ¿La vida?
- ― Claro… ahora otros mundos serán posibles…
mundos que no hemos fotografiado, mundos que conocerás solo o al lado de
alguien más… mundos… así, como los que conociste conmigo.
- ― Pero… ¿y lo otro?, ¿todo lo que
recorrimos, todo lo que vivimos y lo que compartimos unidos?, ¿qué de eso otro?
–pregunté atónito.
- ― Eso lo podés atesorar, guardar bajo
llave y relucirlo cuando quieras para disfrutarlo… lo demás, lo que de hoy en
más nunca supimos que sería, eso queda al azar…
Y así fue. Quedó al azar.
Años después seguí conociendo el mundo, sus lugares,
su gente, a mí mismo. Sin embargo dentro de aquel azar que aquella chica supo
mencionarme nunca me encontré en completitud, siempre algo me faltaba o falta, nunca
logré ver ese mismo mundo que pude observar junto a ella…
(Fotografía: http://goo.gl/dTFcx)
Ella lo tenía claro.... por eso dijo "otros mundo serán posibles"... "otros" nunca el mismo, porque el mundo que conocemos junto a una persona nunca será el mismo junto a otra...
ResponderEliminarY eso no es malo.... puede llegar a ser mejor... ;)
Totalmente @REINA, es como decís: el mundo junto a una persona nunca será igual al lado de otra. Y pensar que hay personas que buscan emular eso, se pasan la vida buscando sentir y revivir lo mismo que vivieron al lado de otra persona, es como dejar pasar la vida en busca de una quimera.
ResponderEliminarUn placer siempre verte por mi blog...