sábado, 8 de enero de 2011

Cuestión de flechas





Nos daban folletos de una publicidad horrorosa: “¿Cómo deshacerse de su mascota?” Eran unos jóvenes punk que se paseaban deambulando de aquí para allá entre los automóviles estacionados frente a los semáforos del microcentro. Tomé un papel, lo observé, y le dije al joven que era una basura, que cómo se atrevía a difundir semejante estupidez, que si acaso él nunca pensó que también podrían deshacerse de él. Solo me miró, dibujó una estúpida sonrisa en su rostro, y terminó diciéndome: “¿quieres otro?” Hay personas que no tienen una razón de existencia en éste planeta, tan solo viven porque respiran y abrieron los ojos en esta vida sin saber específicamente cuál era el motivo que los trajo aquí; tampoco se concentran en averiguar ese motivo, tan solo transitan, así, como errantes desganados.

Tina tocaba bocina a los demás automovilistas que estaban delante. La notaba nerviosa. Supuse que un poco fue por la escena con el joven punk y otro poco por los días que venía trayendo. Tina es una muchacha regordeta, de una simpatía sin igual, capaz de deshojar una margarita en plena luna cuando se siente atraída por alguien. En ese momento comenzó a tocar la bocina una y otra vez, y a maldecir a los demás automovilistas. Estaba enojada y yo realmente no sabía el porqué.

- Pero ¿cómo podría yo tener éxito en la vida, si ni siquiera puedo ser tan flaca como quiero ser? -dijo de repente- Si ni siquiera logro algo tan simple como eso. Entonces, ¿cómo podría conquistar el mundo?, ¡¿cómo alguien se va a enamorar de mí?! Tal vez debería ser más normal, ¿no te parece? -finalizó diciendo y clavando sus ojos en mí.

Hay momentos en la vida que uno posee un montón de frases atrapadas dentro de su boca pero no permite que ninguna salga de ella. Las aprisiona, sin siquiera saber el motivo real de la prohibición. Es como si el cerebro no supiera cual es la correcta a usar en el instante que se vive y encarcela a todas, da orden a la boca de permanecer cerrada, al rostro de tornarse ingenuo y a los ojos de mantener una expresividad haciendo referencia a cierta inconexión. Así pasó en aquel momento conmigo. Después de las palabras de Tina no supe qué decir, qué hacer. Tina tenía aquellas cosas, esas enigmáticas formas de pensar que de repente bullían como magma caliente en plena isla desierta. Continuamos avanzando por el microcentro. Los jóvenes punk seguían repartiendo folletos, los lograba ver por el espejo retrovisor. Faltaba poco para llegar a nuestro trabajo y el cielo poco a poco se iba tornando gris sobre nuestro automóvil. Parecía que sería uno de esos días etiquetados para el olvido. Día para encajonar, día gris.

Tina estaciona el automóvil a la perfección dentro de las dos rayas indicadas para esa tarea en el estacionamiento. Me pregunto cómo hay personas que pueden hacer algo así tan perfectamente. Recuerdo sus preguntas del automóvil y pienso en las cosas positivas de Tina, en las cosas que la diferencian positivamente de las otras personas, esas mismas cosas que por más que yo se las explique como algo positivo seguirán siendo negativas a su parecer. Nos colocamos nuestras mochilas y caminamos por medio de la calle del estacionamiento. No hay nadie, parece que todo el mundo ya está dentro de la empresa. Caminamos silenciosamente, evitando romper cualquier cosa peligrosa que exista tirada en el piso y dañe nuestra psiquis.

- Tengo una nueva compañera de sección -dice Tina. Es una chica asiática, esas de piel tersa, ojos rasgados y perfección extrema. Empezó el lunes pasado. Podría decirse que es perfecta.
- ¿Perfecta? -respondí yo.
- Sí, perfecta. Es como si todo lo que hace fuera con la justa precisión, en el momento justo, el tiempo justo. Por ejemplo, cuando mi jefe me dice que haga una planilla de cálculo con tal y tal cosa, ella acota ciertos tips para que la planilla sea más específica o mejor. Mi jefe sonríe. Ella sonríe. Mi jefe sigue manteniendo esa sonrisa y finalmente me dice que lo haga como indicó la chica asiática. Ella sí que tiene perfección, eso pienso en ese instante.

Al llegar a la puerta de la empresa cruzamos la línea de recepción y nos paramos frente a dos grandes flechas blancas que están dibujadas sobre el piso. Son flechas opuestas: una indica el norte y la otra el sur. Me quedo mirando las flechas y pienso en todo lo sucedido en la mañana. Pienso en el joven punk que repartía folletos sobre quitarse de encima las mascotas, en los pensamientos de Tina, en la chica asiática y su perfección. Imagino entonces que al nacer hay millones de flechas invisibles que se nos muestran delante de nuestras narices indicando posibles direcciones a seguir en la vida. Algunas de ellas son bien visibles, tal como las que veo en el suelo, otras en cambio, lo suficientemente invisibles como para errar y toparme con un camino equivocado. Doy un beso en la mejilla a Tina, la miro por un instante a los ojos y le digo: “Para mí... sos perfecta”.

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(Imagen: http://www.flickr.com/photos/rutgerblom/3174061127/ )