jueves, 25 de marzo de 2010

Sol de primavera



porque un día yo también fuí niño,
y a veces el futuro me entristece...






Hay un silencio que inunda el espacio con gran disimulo. Lo llena con paciencia mientras bordea poco a poco todo mi cuerpo. Me percato de ello cuando ese silencio se metió en mi cabeza.
Observo.
El día ya no parece un día más, los sonidos tampoco, y los pensamientos dejan de serlo para tal vez, porqué no, convertirse en una especie de visión tímida y cauta que se dibuja solo entre mis sienes.

Y vi cosas.

Me vi en una casa paterna grande y solitaria un atardecer de primavera. Solo, yo recorría la casa mientras observaba cómo los últimos rayos cálidos de sol la inundaban por completo. Y la casa ya no era la de mis padres, mis hermanos y yo. No. Era una casa distinta, con memoria, que me vio nacer, me vio jugar, enamorarme, fallar, llorar, y hasta amar, de la manera que sé y puedo, a mis padres. Es entonces, en ese silencio, que la visión persiste y me muestra tal vez de manera sucinta un pedacito de lo que vendrá.

Estiro la mano y siento la tibieza del sol recorrérmela. Abro la ducha del segundo baño, uno que aún hoy no existe pero tal vez sí lo haga en un futuro incierto, y observo caer el agua. Y la dejo caer, y siento como se estrellan las gotas contra el piso, dejo abierta la puerta. El sonido de la lluvia inunda parte de la casa y ese eco me sigue.

Yo jugué, yo aprendí, yo viví. Yo hice tantas cosas en un diminuto espacio del mundo, rodeado de seres que como por arte de magia Dios puso a mi lado, que me resulta extraño palpar la visión, sopesarla. Todo llega, eso aprendí de a poco, a los tumbos, rayándome el alma, lastimándome el corazón. Y a esa meta que se llega suele pasar que lo hacemos cada vez con menos, con un poquito más de liviandad de espíritu y ser. Tal vez algún día llegaré a esa otra casa que me espera paciente en un futuro con fecha incierta a la vuelta de la esquina.

De a poco el silencio deja de rodearme y baja, desagota como un río que huye montaña abajo. Lentamente la visión se esfuma y las imágenes desaparecen de mi cabeza y me encuentro ahí, en la misma casa, hoy, con la sonrisa y la charla de mis padres, con los ecos de los hermanos jugando entre las paredes y la tibieza de un sol de marzo simulando una ficcionada primavera.

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(Imagen: http://www.flickr.com/photos/aydinaydina/2720101211/)

lunes, 15 de marzo de 2010

Dakota


Mientras avanzaba el colectivo por la ruta cruzamos un monte, tupido, gigante, cargado de cientos de árboles hermanados, todos dispuestos uno en frente de otro como si supieran de hermandad y reciprocidad. Y los miré. Pasaban rápido ante mi visión, por un instante pensé en un mundo paralelo al mío, al que vive el resto del mundo, un mundo en donde reina la tranquilidad y es hogar de pájaros, del viento y la soledad misma.

Pensé en escribir. Pero no podía. El asiento se sentía cómodo, mullido, demasiado etéreo para pensar en otra cosa que librar solamente la imaginación. Entonces fue así, dejé los pensamientos bullir mientras miraba el monte.

- Quisiera vivir allí, al menos por un instante –me dijo mi compañera de asiento, la cual no conocía. Tras darme vuelta pude contemplar su rostro somnoliento. Deduje que estuvo observándome mientras miraba por la ventanilla.
- Sí –respondí volviendo a observar el monte- sería como escaparse del trajín diario, de la locura cotidiana y adentrarse en algún tipo de paréntesis que te aísla de la monotonía. Algo así como la serie “Lost”, contesté –entonces ambos reímos.
- Justamente. Eso mismo, algo parecido –y fue en ese momento que se puso sus anteojos de sol, tal vez para observar más minuciosamente como sería aquel tipo de vida dentro de aquel monte aislado – Aunque me gustaría estar ahí dentro con mi novio –repuso.
- ¡Claro! –exclamé- seguramente de esa forma el tiempo parecería detenerse y ¡la pasarían bomba!
- Tal vez –dijo
- ¿Tal vez?, ¿porqué piensas que tal vez?, ¿acaso no la pasarías genial con él ahí dentro?
- No lo sé. ¿Sabes?, es mi primer novio. Yo aún soy virgen. Mis pechos solo los ha tocado él y nadie más, pero solo por encima de mi ropa. Espiritualmente me siento fantástica a su lado, él es todo para mí, pero aún no me animo a dejarme penetrar. Tengo fantasías y tengo muchos deseos, no soy un bicho raro, pero hasta ahí llego. No sé porqué te cuento esto a ti, aunque supongo que lo hago porque eres un completo desconocido, al cual no veré jamás en la vida al bajar de este colectivo. Eso creo.
- Puede ser –dije un tanto perplejo- Y dime, ¿lo amas?
- ¡Que pregunta!, si supiera lo que es amar. Si me guio por mis amigas de colegio creo que sí, aunque muchas de ellas aman a un chico por sus ojos, por sus facciones y luego cuando se acuestan con ellos al poco tiempo ese amor les desaparece. No lo sé ¿Me creerías si te dijera que no tengo la más remota idea de lo que es amar a alguien?
- Sí, claro, ¿cómo no iba a creerte? Pero te sacaré un peso de los hombros. Mira, aunque te llevo un par de años yo tampoco sé bien qué es amar en realidad. A veces pienso que es algo inconmensurable, otras veces pienso que es algo para toda la vida y único y la mayoría de las veces decanta una única respuesta: algo cíclico que caduca según un tiempo ya preestablecido.

Por un instante la chica que estaba a mi lado hizo silencio. Volvimos ambos nuestros rostros enfocando hacia el monte. Los árboles se sucedían uno a otros y la misma velocidad del colectivo dejaba un efecto fugaz y de color verde intenso al mirarlos. La chica apoyó su cabeza en mi hombro y se durmió. Entonces pensé en la muerte.


- ¿Mi esposa está con otro hombre?
- No lo sé –dijo mi amigo moviendo lentamente su cabeza. Me sentí en un médano, no, más certeramente en una ciénaga o mejor aún, en arenas movedizas- Aunque es probable que sí –concluyó. Y esa frase fue demasiado certera para mí.

Fue en ese momento que mi razonar dejó de funcionar y mi ser primitivo accionó sin control y sin timón. Los ojos se me llenaron de lágrimas, maldecí el sentimiento del amor y cerré fuertemente mis puños, como si dentro de ellos estuviera ella, sonriéndome, jurándome ese amor eterno del cual siempre se jactaba.

- ¿Te sientes decepcionado? –preguntó mi amigo.
- No, no es decepción la palabra que lo englobe todo –respondí- Mejor sería utilizar una palabra que no existe y que fusionada englobe a todas las que quisiera pronunciar, pero eso no me es posible, amigo. Vacío es una de ellas. Triste, es otra. Dolido, una tercera. Y así podría enumerarte muchas más. Pero por más que enumere palabras hay algo que debo dejar en claro para mí mismo, para mi propia respuesta espiritual. ¿Porqué ella está con otro hombre?
- ¿Y porqué piensas que está con otro? –preguntó.
- Tal vez yo caí en algún abismo y solo quedó mi sombra en la superficie. Mi sombra es mi sombra y no soy yo, ¿entiendes? Es parte de mí, pero solo una porción, el resto, la otra parte de mi esencia tal vez la perdí, o bien cayó al abismo. Nadie quiere estar al lado de una sombra, tampoco al lado de alguien sin esencia. Las sombras son livianas, volátiles, y se mueven silenciosamente; la esencia es invisible y se puede sopesar, palpar, percibir. Creo que ella percibió eso y yo no. Yo seguí sin observar nada, o mejor dicho sí, me observé durante mucho tiempo a mi mismo y descuidé mi mundo circundante, solo dejaba visible mi propia sombra.


El colectivo dejó atrás el monte y la chica a mi lado aún dormía. El recuerdo de aquel momento de mi vida se desvaneció rápidamente. Detrás de sus anteojos de sol oscuros había un rostro lleno de juventud e inocencia. Sus delicadas curvas denotaban una mujercita exquisita y sensual, y su piel, tersa y joven, llenaba de pureza la visión. Después de unos kilómetros pensé nuevamente en el monte que acabábamos de atravesar. Me imaginé caminar en su espesura, detenerme y ponerme en cuclillas. Escuchar los ruidos que habitaban dentro de él. El sonido del viento pasando entre los árboles, el trinar de los pájaros, el olor a naturaleza viva, el susurro del silencio y el murmullo de mis pensamientos. Una isla en medio de mi propia vida. Un lugar donde nadie pudiera encontrarme. Me sentí por un instante como aquella chica: libre, con un mundo nuevo por conocer, con un montón de aventuras por realizar y vivencias que sobrepasar. Inocente, despojado de temores y tabúes, completamente limpio de todo aquello que pudiera mancillarme. Y todos esos pensamientos estaban atrapados dentro de una especie de caja, justo dentro de mi cabeza.

Pronto desistí, “no pienses nada…”, me dije. Y eso hice. Miré hacia el frente y vi al conductor erguido y concentrado en sus acciones, tal como un autómata concentrado en su rutinaria tarea. La línea central de la ruta parecía una cinta de color amarillo que se perdía en el horizonte, en el infinito. La somnolencia avanzaba trepándose por mi cabeza y bajando por el resto de mi cuerpo, el traqueteo monótono del colectivo y su invitación al sueño, el silencio interno, el ronquido de algún que otro pasajero, invitaciones gratuitas a sumergirse al mundo de Morfeo. Apoyé mi cabeza junto a la de aquella chica y cerré los ojos. Podía percibir el perfume de su cabello y esa percepción me extasiaba. Caí en un sueño profundo, justo dentro del monte.

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(Imagen: http://img.ffffound.com/static-data/assets/6/7ed22107a738ddea75fc4e481bb169a01cf3a93c_m.jpg)

lunes, 8 de marzo de 2010

El paraguas rojo

Asesinamos a Krys cuando dormía. Fuimos los cinco de siempre, los mismos que nos criamos en las callejuelas del barrio y reíamos los domingos a la hora de la siesta cuando el titiritero llegaba con sus viejos títeres a hacernos reír. Después del asesinato sentí vergüenza de mí mismo y un frío gélido me recorrió las sienes. Había matado a Krys, en un día lluvioso, mientras ella misma intentaba por sus propios medios de alejarse de este mundo. ¿Quién era yo, o quiénes éramos nosotros, para semejante barbarie? Antes suponía que éramos amigos. Krys, ellos, yo, pero no tengo amigos asesinos, ni tampoco una amiga asesinada, por eso pienso que todo lo que anoche aconteció fue solo una pesadilla, de esas que de tan vívidas tú pareces encarnar a la perfección uno de sus personajes más oscuros.

El teléfono sonó a media mañana cuando aún dormía empapado en sudor. Buscando al tanteo di con el aparato y escuché la fría voz de la mujer del hospital. Perdone señor, la señorita Krys acaba de fallecer, siento mucho despertarlo con esta triste noticia. Entonces colgué. Mantenía mi cara apoyada en la almohada, y la habitación olía a lavanda, tal como solía gustarle a Krys cada vez que venía a visitarme y quedarse a dormir. Tuve recuerdos de un asesinato, el de cinco amigos ingresando a una sala de terapia intensiva de un hospital y desconectar la máquina que hacía posible el milagro de mantener la vida. Y de repente todo a mí alrededor parecía un pozo oscuro, con sus paredes húmedas, donde la vida no asomaba y dejaba todo el lugar accesible para que la nada se apoderara de él. Tal vez Krys estaba en aquel pozo, tal vez ella podía acercarse a mí con su manera tan peculiar de hacerme sentir único, y apoyados en las paredes frías haríamos el amor como solíamos hacerlo sin que nadie lo supiera, sin que nadie pensara que ella y yo solo éramos otra cosa más que amigos, esos amigos de toda la vida, los amigos de los domingos de títeres, los amigos de los hombros siempre disponibles.

Al llegar al hospital la atmósfera se podía cortar con un cuchillo. Los rostros de los otros cuatro asesinos se veían blancuzcos y deprimidos, tal como los recordaba del sueño. La culpa, lo innombrable, lo imposible, todo eso seguramente volvía sus caras con esa tonalidad de pecado. Lo sentimos mucho, me dijeron. Uno por uno pasó a abrazarme mientras yo observaba a Krys detrás del vidrio dormir ese sueño tranquilo y eterno que tanto buscaba y del que tanto me hablaba por las noches. Yo sabía que algún día la asesinaría y que la muerte no se enojaría conmigo, al contrario, me entendería y tendría piedad de mi amiga. Finalmente pasó, Krys ahora dormía y ya no sufría. Venció a la enfermedad. Destruyó el dolor.

Los cuatros asesinos se fueron de a uno, y yo, el quinto, me quedé a solas en la sala de espera. Detrás de mí una ventana comunicaba con el mundo, ese mundo que habitábamos a diario y que ignoraba cómo hay almas que se esfuman por las noches. Llovía torrencialmente, tanto que era casi imperceptible ver más allá de la distancia de un brazo. Me apegué al vidrio y contemplé el diluvio. Entonces amainó, y en frente una mujer, con un paraguas rojo, se mantenía parada, inmóvil, bajo la lluvia. El color de la sangre, pensé. La observé por unos instantes y diría que a simple vista parecía Krys, pero eso era imposible, ella aún dormía sobre la camilla helada. La mujer cruza la calle y se para en medio de ésta, cierra el paraguas y lo tira al suelo. Finalmente vuelve sobre sus pasos y se pierde detrás del aguacero incesante que una vez más se desata. Corro a la calle, observo el paraguas, lo tomo, me huele a Krys, entonces lloro.

Descuelgo el teléfono después de escucharlo sonar un par de veces. Abro los ojos al mundo y escucho la voz de la enfermera del hospital. Señor, su amiga acaba de fallecer. Me visto rápidamente con lo que encuentro, abro el placar para tomar el abrigo y tras hacerlo caen trastos, entre ellos, un paraguas rojo.

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