viernes, 1 de julio de 2011

El horizonte de su mundo


Cada mañana una mujer pasa por frente de mi casa. De entre las muchas que observo pasar ella es distinta. Lo ha sido no espontáneamente, sino con el transcurrir del tiempo. Difícil sería que pueda explicar con palabras lo que observo en ella, pero lo intentaré, será un gran esfuerzo.

Sin importar cómo se presente la mañana la mujer camina siempre erguida, pensativa y hasta diría que en un mundo unipersonal, de plano paralelo o distante al real, de aristas borrosas y ficciones que seguramente atrapan su pensamiento. Al verla comienzo a sentir envidia. No sé si es una sana envidia, tal vez tenga cierta dosis de codicia e hipocresía. Envidio verla habitar esos mundos que sus ojos me permiten observar. Envidio esa manera de caminar tan apurada y a la vez displicente que hace que todo mi yo interior se movilice y se agite mi cerebro como si se tratara de la mejor batidora eléctrica del mercado.

Sin embargo jamás me animé a detenerla y hacer que sus ojos y mirada volvieran a este mundo. Cuando se me ha cruzado ese pensamiento lo he pulverizado. No sos quien para hacerle eso, me he dicho en esos momentos. Tal vez sea el ansia de querer sentir, aunque más no sea por un instante, el placer que a ella la conduce por esos laberintos de ensueño en los que parece sumergida.

Mañanas como la de hace dos días se han presentado otras veces. La vi pasar con auriculares en sus oídos. Curiosamente me pregunté ¿qué tipo de música escuchará? No lo sé ¿Habrá música en los mundos donde ella habita? Sí, seguramente que sí, pues ¿no dicen que la música es algo universal? Si lo es, aún en su universo, en su asteroide, en su torre que traspasa las nubes, seguramente hermosas melodías se dejarán oír.

Esta mañana he tomado una decisión. Algo que nunca hice pero que un par de veces tuve ganas de llevar a cabo. La he seguido. Tras verla pasar me puse el sobretodo, tomé el sombrero y me eché a andar, con aire distraído, tras sus pasos. Daba cada paso igual al anterior. Sin alteraciones, sin siquiera producir cambios en el aire que la rodeaba. Me pareció magnífico verla caminar. Una sensación que no se comparaba con la que tenía de ella al verla pasar por frente de mi casa en las mañanas. Apuré el paso y me mantuve así, muy cerca, hasta que finalmente se detuvo. Lo hizo frente a una vidriera de ropa femenina. Noté con qué minuciosidad observaba los maniquíes, las prendas, los pañuelos, los sombreros. Después de todo tienes tu parte humana, dije para mis adentros. Al cabo de un rato posó una de sus manos en el vidrio, como si con esa acción pudiera percibir la textura del vestido azul que estaba detrás. Me pareció una acción tierna, muy tierna. Sentí la sensación de simplicidad elevada a la enésima potencia. Seguramente no era de este mundo aquella acción. Disimuladamente me puse a su lado y curioseé la vidriera. Ella ni se percató de mi presencia, y aunque eso me hizo sentir ignorado por un instante, me permitió contemplarla más de cerca, y ver, con mis dos ojos grandes como medallas, la hipnosis que se estaba llevando a cabo.

Tras un rato de observarla decidí caminar unos pasos más y esperar a que me sobrepasara. No tardó. Fue cosa de minutos. Al pasar a mi lado percibí su perfume y su presencia de tal modo que una acaloramiento juvenil me pasó fugazmente por las venas y todos mis sentidos. Ahora caminaba más aprisa, como si algo urgente la llamara y gritara a dos voces que la necesitaba. No pude darle alcance, quise, pero no pude. Me detuve y la observé perderse en la lejanía de la calle. La perspectiva la fue dibujando cada vez más pequeña hasta que por fin desapareció de mi visión. Me sentí triste en ese instante, sin embargo mientras regresaba a casa pensaba que la tuve tan cerca que casi pude percibir el horizonte de su mundo.

Al llegar me preparé una taza de café y me quedé bebiéndolo a orilla del gran ventanal del comedor. En una de las mesas había un portarretrato, el de mi amada esposa. Lo tomé, pasé mi dedo corazón sobre su rostro, e imaginé en qué mundo ella habitaría ahora. Un par de lágrimas comenzaron a caerme por las mejillas sin que me diera cuenta, pues me dolía bastante el corazón. Eras como ella susurré al aire. Tenías el don de vivir en universos paralelos volví a susurrar. Finalmente posé el portarretrato en la mesa y terminé de beber el café. Salí al invernadero, llené de agua la regadera, comencé a regar las orquídeas y volví a mi mundo.

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(Imagen: http://goo.gl/OuZkw )

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