sábado, 13 de junio de 2015

Imágenes


Se me hace difícil cerrar los ojos por las noches y evitar presenciar esas imágenes tan inquietantes que arroja mi mente. Reconozco esas manos surcadas de historias y de palabras desde siempre. Son las mismas que desde siendo niño acariciaban mi pelo en momentos de alegría o mi frente en momentos de enfermedad. Las mismas que dibujaron la primer letra vocal sobre un papel y me introdujeron en un mundo nuevo, totalmente desconocido, en el cual yo podía bucear sin límites, moverme como un diminuto pez en un mar tan vasto e infinito que no dejaría jamás de sorprenderme.
Esas imágenes vuelven noche tras noche. Lo hacen de manera leve, casi imperceptible al principio. Las veo escribir sobre un papel, asiendo a un viejo y desgastado bolígrafo. En otras escenas las veo con sus dedos golpeando sobre una vieja Olivetti, sin descanso, formando palabras que conducen a oraciones y a párrafos y a historias, para finalmente tomar el papel y guardarlo bajo un pisapapeles en su propia «guarida», porque así lo llamaba ella: «mí guarida». Allí, en esa isla del tesoro, encerraba esa otra parte de su ser, la cual siempre se expresaba en silencio detrás de las palabras. Y jamás invitaba a nadie, tan solo a mí, al pequeño extraño, al niño sin padres que jugaba solitario en el viejo convento.
Las imágenes finalmente se evaporan cuando el alba tiene presencia. Lentamente se desintegran voces, movimientos, sensaciones… todo para finalmente volver a ese arcón de recuerdos de donde la noche las toma prestadas tan solo por unas horas para jugar con mi memoria ya deteriorada.
Entonces, aún con los ojos abiertos, observo los rayos de sol invadir la habitación, lentamente reptar por la cama, las paredes, los objetos inertes. Ese sol tibio me acuna como a un niño que se estremece aun por los recuerdos frágiles que la memoria le inyecta noche tras noche…



(C) Miguel Luis Aguilera​ (2015)