Simplemente se trataba de escuchar el sonido del contrabajo. Nada más simple y menos complejo que eso. Claro y limpio sonido que se arrastraba por todos los objetos que encontraba a su paso… inclusive sobre ella y sobre mí. Alguien me había dicho que era un sonido que dejaba huella, ¡y sí que lo era! Ese día habíamos retornado de una placentera caminata por calles solitarias. Caminamos con displicencia, charlando de a ratos, observando balcones y marquesinas, cielos y rostros desconocidos. Caminatas impactantes, así me gusta llamarlas. Volvimos después de un par de horas al hotel y fue ahí que escuchamos los sonidos claros e inequívocos del contrabajo. A ellos se les sumó el de un piano. Todo parecía flotar a nuestro alrededor. Un cúmulo de sensaciones desplazándose entre todos los presentes. Poesía de la vida misma…
Ella
aplaudía a rabiar. Batía sus manos frenéticamente agradeciendo aquellos sonidos
que nos indicaban que estábamos vivos, que disfrutábamos de la vida como unos verdaderos
privilegiados. Cada tanto se volteaba y me observaba con sus ojos brillantes
como las noches de luna llena y una sonrisa a flor de labios. Verdadera música
para mi angustiado corazón. Aplaudía porque lo sentía desde lo más recóndito de
sus entrañas. Le encantaba expresar su amor por el arte, y esa música era arte
sin lugar a dudas.
Después
comenzó a taparse los ojos y dejar sólo visible su sonrisa. Entendí que era su
conexión, un medio único e ininteligible para conectarse ella misma con la
música que lo invadía todo. Me sentí un espectador con privilegios. Si bien era
parte de su mundo comprendía que mi actuación era de reparto.
Después
de largo rato se quitó las manos de los ojos y suspiró profundamente. Fue un
suspiro puro y profundo, como esos suspiros que son la moraleja clara e
inequívoca de haber vivido un momento impactante.
Tras
despedirnos no pude quitar su imagen de mi mente. La pensaba a cada instante y
a su vez los acordes del contrabajo retumbaban en mi cabeza. Había demasiadas
notas mezcladas en mi cabeza, y todas confluían en una melodía única que
parecía arrancarme el corazón. Sentía esa sensación rayana a lo estúpido de
cuando se está enamorado, pero la negaba con todas mis fuerzas sin éxito.
Entonces en la soledad del departamento, con los auriculares puestos en mis
oídos, dejé que música celestial fluyera libre y tranquila a través de mi
cabeza. Necesitaba seguir conectado. Era la única manera de no morir
silenciosamente de amor…