martes, 9 de noviembre de 2010

Entre pasadizos

Miro por la ventana e imagino que el tiempo no ha pasado. Me parece que este día, el que vivo, es como un día que ya viví. Déjà Vu. Pero si pienso eso no puedo imaginar que el tiempo no haya pasado. Es una cosa o la otra, no se permiten ambigüedades en algunos aspectos de esta vida. Las copas de los árboles permanecen quietas. El sol del mediodía cae tenue sobre ellas. El aire, un tanto fresco, se cola por la ventana del departamento. Sí, yo ya viví un día así. Seguramente ha sido en alguna de mis tantas vidas. De esas en las que yo interpretaba un rol distinto al que tengo hoy. Porque fui muchas cosas y conocí a muchas personas. Interactué, sociabilicé, reí, lloré, puteé, hice todo lo que estaba a mi alcance humano para expresarme y no dejar escapar un momento de vida. Pobres los que dejan escapar segundos de sus vidas, pues creo que ellos no saben nada del secreto de vivir.

Escucho el trinar de los pájaros regocijándose ante la mano tibia y acariciadora del sol del mediodía. Veo desde la ventana como la gente camina presurosa, hambrienta, sedienta, harta de sus obligaciones diarias. Sí, yo ya viví un día así. Lo que no sé fue en que época pasó. Cuando fue el momento que mis neuronas recolectaron la información y las células de mi cerebro se dispusieron a estamparlas en mi memoria tal como si se tratase de una fotografía, la cual se convertiría al sepia en un determinado lapso de tiempo. Sin embargo yo no soy el mismo. El día me parece ya vivido pero yo no fuí quien lo vivió. Fue mi otro yo, uno que quedó en aquel espacio-tiempo, atrapado en esos pasadizos secretos que tan solo el tiempo, como niño caprichoso, es capaz de crear para divertirse y reír a carcajadas de nuestros equívocos y aciertos. Ese otro yo que se separó de mí persiste en el día que recuerdo. Lo veo caminando entre una muchedumbre similar a la que ahora camina por las calles. Está feliz. Puedo percibir eso de él. Se dirige a su departamento y se permite abstraerse y levantar la vista al cielo provocando así una irrupción única en la cotidianeidad (cosa que cualquier otro ser humano que camina a su lado no logra llevar a cabo). Y en esa visión contempla el cielo. Mi yo contempla el cielo. Se maravilla ante lo natural y simple que sus ojos le transmiten. Y entonces se enamora de la copa de los árboles, del trinar de los pájaros, de la fragancia del aire y de los claroscuros que los edificios forman en las alturas.

Recuerdo ese día cada vez mejor. Sí, yo ya viví un día así. Y de algún modo quedó agarrado fuertemente de mi memoria para torturarme. Ahora, que ese recuerdo se presenta ante mí y casi logro tocarlo con mi mano a través de la ventana del departamento, pienso que he sido feliz. Porque algo de aquella felicidad que sentía al caminar aún hoy emite su luz en mi interior. Se proyecta como un núcleo fulgurante que nace desde el centro mismo de mi pecho y proyecta sus haces a mi memoria.

Me pregunto si el día de hoy también quedará grabado en mi memoria. Si estos pensamientos míos procederán a escaparse por pasadizos secretos y se esconderán en el tiempo de los tiempos. Tal vez, ¿por qué no? Si todo parece ser cíclico en esta vida. Y los ciclos se inician y finalizan una y otra vez, infinitamente.

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