viernes, 4 de febrero de 2011

El miedo



Tengo un amigo que está roto. No, no se cayó, tampoco se golpeó, solo está roto. Es una rotura invisible, de esas que por más que busques no se ven, son interiores, invisibles. Mi amigo tiene una de esas roturas. Las que se lamentan. Las tristes. Las que duelen. Seguramente se rompió en alguna de las esquinas de esta vida que todos vivimos. Donde corremos el colectivo apurados para llegar al trabajo, donde el sueldo no nos alcanza para llegar a fin de mes, donde el deseo material asfixia nuestra realidad y nos hace sentir tontos, completos idiotas detrás de espejitos de colores. Tampoco indagué mucho sobre cuál fue el motivo que lo llevó a estar así. Solo sé que está roto, completamente roto, y no me gusta verlo así. Me duele.

Las chicas de la pensión lo han visto así y se burlan de él. Cuando voy a tomar unos mates él me dice que las ha visto, que ya no se anima a salir de la habitación, que la vida es una mierda, que sus vecinas son todas putas, locas, retardadas. Intento disuadirlo, cambiar la óptica con que mira la vida, pero su caleidoscopio no muestra las imágenes que yo quiero hacerle ver. Algo se ha roto y no sé repararlo. Aunque a veces imagino que sí puedo hacerlo. Me imagino ser un soldador de fisuras invisibles que ayuda a sus seres queridos, amigos y personas buenas en sus vidas. Alguien se acerca, me cuenta de su rotura y yo simplemente lo sueldo, y listo, ya vuelve a estar sano, libre de todo eso que lo aquejaba. Cuando esos pensamientos me abruman es cuando más vulnerable e impotente me siento. Suelen venirme en momentos así, como los que atraviesa mi amigo, y al manifestarse me imagino que puedo soldar sus fisuras y aliviarle la carga. Si por la noche me sobrevienen esos pensamientos y me quedo dormido, suelen proseguir en mis sueños. A veces, en esos sueños, la gente a la que logré reparar se me acerca con sonrisas y me preguntan cómo lo hago, cómo es que logro soldar así de simple sus fisuras. Y yo sin saber a ciencia cierta el método solo les respondo que cierro mis ojos y empiezo a soldar. Que al abrirlos ya la fisura no existe, que ya todo fue subsanado.

Es por las tardes, después que salgo de trabajar, que he decidido visitar a mi amigo. Le hago compañía hasta casi la medianoche. Charlamos, tomamos una cerveza de vez en cuando, hablamos de cosas no comprometidas, nos hacemos de cenar, fumamos un cigarrillo en las escalinatas de la entrada a la pensión. Y así las horas se pasan. Aunque lo siento ausente y distante creo que le hago bien. En cierto modo percibo su agradecimiento a mi compañía, a mi amistad. Sin embargo sigo percibiendo sus fisuras y su rotura en sí, y nada puedo hacer yo por él.

No fue por una mujer su rotura. No. Tampoco por lo laboral. Creo que ha sido por esas malas jugadas que la vida te da y de las cuales no puedes zafar con cierta holgura. Lo vi venirse abajo lentamente. Caía como en cámara lenta, a veces imperceptiblemente, otras veces no tanto. Cuando abrí los ojos ya estaba completamente caído. Por ese tiempo todavía éramos vecinos de habitación en la pensión. Nos cruzábamos varias veces a la semana y si coincidíamos nos juntábamos a jugar unos partidos al truco, o bien al pool en algún bar de la calle Paraná. En esos encuentros, mientras tomábamos una que otra cerveza, nos contábamos cómo nos iba la vida y todas esas cosas que se cuentan los amigos varones: mujeres, sexo, automóviles, fútbol, etc. Mi amigo era muy ameno en aquellos encuentros. Extraño mucho aquellos tiempos en que los días parecían tener un color ideal para ser visualizados.

En una de las últimas salidas, antes de abrir mis ojos y ver por completo su fisura, comenzó a hablarme de su vida y sus sueños. De su edad, de cómo veía a la gente que lo rodeaba y de los sueños que siempre tuvo y tal vez solo quedarían en eso, solo sueños. Abrumado por todo aquel palabrerío intenté acomodarme y entender su mensaje. No me resultaba fácil pues nunca habíamos hablado de manera tan profunda sobre su vida. Dijo de sentirse bien, contento, satisfecho ya con su vida. Habló de recomponer la relación deteriorada con su padre, de acercarse a su hijo que tanto tenía descuidado y hasta de terminar con esa chica veinteañera con la cual tenía sexo y le hacía de compañía, pues decía que ella debía de ser feliz con un tipo de su edad y no con un viejo como él.

- ¿Por qué dices todas estas cosas? -le pregunté- ¿Qué pasa?
- Nada y todo. Así. Nada y todo. Seguro vos me entendés.
- No, no te entiendo -le dije con un tono un tanto cargado de fastidio- Si te entendiera no estaría preguntándote. Además estás raro, amigo.
- Hace unos meses me desperté de madrugada tras tener una pesadilla. Era fea, demasiado fea. Ni siquiera la recuerdo, solo me quedó esa sensación horrible y cargada de miedo. Durante ese día anduve con el miedo detrás de mi espalda. Era estúpido, pero así pasó. Caminaba por la calle, almorzaba, trabajaba, hablaba con otras personas, y ese miedo parecía habérseme colado por la espalda, acecharme desde detrás de mí nuca. No pude hacerlo ir durante todo el día. Tuve la certeza que se había colado desde mi pesadilla. Que por algún lado de mi psiquis se había filtrado y ahí estaba, suelto, rondándome dentro de mi cabeza y apoderándose de mis sensaciones. Al otro día se había ido. Me levanté como si nada. Con el pasar de los días ni me acordaba de la pesadilla ni del miedo que me acompañó aquel día. Pero entonces fue que asistí a la consulta de mi médico de cabecera, me hizo los estudios de rutina y un par de días después me estaba llamado para darme los resultados. “Tienes cáncer de próstata” -me dijo en tono seco- “y está avanzado”. Hasta ahí escuché, todo lo que vino después solo fue un balbuceo, un par de labios moviéndose en la boca del doctor y una ausencia total del sonido a mí alrededor. Nunca imaginé que mi vida se apagaría así.
- Aún no se ha apagado -dije para revertir la sensación de pesadez en el ambiente que nos rodeaba. Aún estás acá, conmigo, vivo, tomándonos una cerveza, hablando de mujeres y riendo de algún que otro chiste. Nada se ha acabado.
- Sí, se ha acabado. Se acabó la misma mañana que el miedo se coló tras mi espalda. Salió de la pesadilla y viajó conmigo todo el tiempo haciéndome sentir extraño y miedoso. Compartió conmigo un día de mi vida y como si fuera un mensajero de otro plano sensorial me indicaba con sensaciones que el miedo era parte de mí también. Pero no creas que no ha servido ¡Me ha servido y de mucho! Ahora ya no tengo miedo. Ahora veo las cosas desde otro punto de vista. Examino sus aristas, miro todo con otra perspectiva, analizo mi vida y la de los demás y saboreo los momentos que he vivido desde que tengo uso de razón.
- Aún estás acá -le dije con tono más firme. ¡Y no te vas a ir fácilmente!

Sin embargo poco a poco aquella fisura en él fue ganando terreno y ha logrado doblegarlo. Camino junto a él como si lo hiciera a la par de un amnésico, de una persona que se olvidó su vida anterior y vive de prestado en un cuerpo que siente como un objeto. Una entidad que pasa lejos de aquel amigo que solía tener. Ahora vive encerrado casi siempre en su cuarto de la pensión. Solo sale al trabajo y vuelve a encerrarse. Las semanas que inicia su tratamiento no lo ven por la pensión. Pienso mucho en él. Quisiera que aquellos pensamientos en donde me transformo en un soldador de fisuras se hagan realidad y me permitan ayudarlo. Cierro los ojos por momentos y me lo imagino el día que conoció al miedo. Tomo al miedo entre mis manos y lo quito de su espalda. Está aferrado con unas poderosas garras que llegan hasta la médula de mi amigo. Lo hacen sangrar. Es una sangre invisible cargada de una leve luminosidad. Tal vez ha perforado parte de su alma. Seguramente de ahí proviene la luminosidad. Forcejeo. El miedo me gruñe, grita, se aferra más, sus garras están enquistadas en la piel de mi amigo y él no se entera de nuestra pelea. Seguimos forcejeando hasta que finalmente el miedo se suelta, clava su patética mirada en mí y se arroja intentando ahora hacerme su presa, romperme a mí.

Es una batalla dura. Nos revolcamos por el piso, caemos a otro plano en el cual ahora no hay un piso, ni un cielo, ni una noción de Tierra como en ésta vida. Ahí el miedo puede hablar. Posee una voz gruesa, un tanto distorsionada, y emite alaridos y risas con eco. Noto que está a sus anchas en aquel espacio frío. Comienza a herirme. Noto en sus ojos cierto aire triunfal. Es entonces que cierro mis ojos, y evoco mis sueños. Siento que si soy capaz de reparar las fisuras de los demás debo poder salir de aquel sitio, librarme de aquel tormento y eliminarlo para siempre de la psiquis de mi amigo. La sensación se vuelve cada vez más fuerte y poco a poco todo se vuelve insonoro a mí alrededor. Al volver a abrir mis ojos veo a mi amigo mirándome fijamente y hablándome. Tengo su mano en mi hombro, me mueve como cuando alguien quiere despertar a una persona. Los sonidos del mundo poco a poco van subiendo su volumen y logro escucharlos. Tengo la sensación que el miedo dejó de existir. Lo corroboro. Sonrío, le sonrío a mi amigo. Hace un gesto de que estoy loco, que no entiende mis acciones. Yo solo sigo sonriendo y pienso en si al salir vencedor de aquella batalla habré logrado sellar la fisura de mi amigo. Me lo pregunto para mis adentros. Tampoco quiero la respuesta, después de todo la fe y la esperanza son parte de las soldaduras que realizo.

Estoy sentado en la cama, la puerta de mi habitación abierta, mi amigo en pijamas y aún es de madrugada. Afuera la noche es clara, con un hemisferio cargado de estrellas y polvo cósmico. La oscuridad no da miedo. El rostro de mi amigo ya no parece acusar rotura. Vuelvo a sonreír y apuesto al futuro, a un futuro sin miedos.


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(Imagen: LA CASA A POIS     http://lacasaapois.blogspot.com/2009/07/no-words.html    )

7 comentarios:

  1. Apostando al futuro... siempre apostando.
    Un abrazo!!

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  2. @SILVIA:

    Así es. Si bien esto es una ficción, nada es real aquí, sí es la realidad de muchas personas.

    Un gusto verte por aquí, amiga.

    Beso.

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  5. Hola Miguel! aquí ando dando vueltas por tus letras, dándome los gustos.....

    te dejo un abrazo

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  6. @LUCIA.UY:

    Linda sorpresa verte de nuevo por acá. Me alegra mucho. ¿Cómo andamos? Espero que muy muy bien.

    Te dejo un abrazo para vos también. :)

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  7. Siempre sin miedos, hasta el final de nuestros días. Sea por lo que sea, si lo dejamos invadirnos seremos víctimas de la paralisis, y eso no está bueno en absoluto.

    Otro beso!

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