jueves, 24 de marzo de 2011

El profesor y los pájaros



Se me supo preguntar aun siendo yo profesor en la universidad dónde no existía la soledad. Lo hizo una alumna, una tal Alejandra Kurt. En esa ocasión, un día de finales de mayo, ella soltó la pregunta al aire como quien no quiere la cosa y acto seguido se quedó mirando por el ventanal como una mamá pájaro daba de comer a sus pichones.

Me parece aún estar escuchando el sonido ensordecedor del silencio que se produjo en el aula en aquel preciso instante. Todo el alumnado clavó la vista en mí y esperaba por una respuesta certera y concisa ¿Dónde no existía la soledad? No se me ocurría.

Ante mi silencio súbito el alumnado comenzó a murmurar. Los ojos que antes se habían clavado en mi persona ahora estaban sobre Alejandra Kurt. Pero ésta seguía abstraída mirando el nido, a los pichones y a la mamá pájaro que infatigablemente iba y venía trayendo gusanos y semillas para sus crías.

- Señorita Kurt –dije yo- ¿usted acaso tiene una respuesta para su pregunta?
- Podría ser –dijo ella sin siquiera quitar un segundo la vista del nido.
- ¿Le interesaría compartirla con nosotros?
- Sí, claro –dijo ahora volviéndose hacia mí y a su vez echándole un vistazo a todo el alumnado-. No es nada de otro mundo. A decir verdad siempre he pensado que en el único lugar donde no existe la soledad es en el cielo, o también en el infierno, según cómo se lo mire. Después de la muerte uno ya no está solo.

Los alumnos, en su gran mayoría, quedaron boquiabiertos ante tal respuesta. Yo debo decir que también fui sorprendido, pero me bastó un segundo para que mi cabeza me dijera que su respuesta tenía cierta lógica, claro.

- ¿Acaso usted no lo cree posible, señor profesor? –me increpó.

Me tomé unos segundos para elaborar la respuesta. Una vez más el recinto se volvió a silenciar por completo asemejándose a una tumba.

- Lo creo posible, ¿por qué no? Si existe vida después de la muerte el alma seguramente reposará en algún sitio. Si creemos en la división cielo e infierno entonces no hay mucho más que pensar, descansará en uno u otro, y de ahí no saldrá. Puesto que ese es mi razonamiento a su explicación creo que es bastante convincente –terminé diciendo.

Nuevamente un murmullo cayó de modo generalizado sobre la clase. Los estudiantes ahora debatían entre ellos la respuesta de Alejandra Kurt y mi acotación al respecto. Por los rostros podría asegurar que había algunos a favor y otros en desacuerdo. Lo que nunca supe es quien tuvo la mayoría de adeptos. Al terminar la clase los alumnos se levantaron y se retiraron en un profundo silencio. Creo que aún seguían masticando pensamientos referidos a la soledad y la muerte.

Me disponía a retirarme cuando observo a Alejandra Kurt aún sentada observando a través del ventanal. Me senté a su lado y también observé por el ventanal.

- Es una bonita escena –dije.
- Lo es. Sí. El amor de la madre pájaro con sus pichones es grandioso. Sin embargo ella sabe que algún día volarán del nido y quedará sola. Y ellos, casi amnésicos, harán su vida y también en algún punto estarán solos ¿Acaso la gente no se da cuenta que la soledad es algo que viene adosado a nuestra vida? Nacemos solos, transitamos la vida solos y morimos solos.
- Pero hay personas que se nos acercan y construyen nuestra vida también –comenté-. Hay otros seres humanos que construyen su historia haciendo nuestra historia. En esos momentos no estamos solo.
- Sí, lo estamos –dijo ella y volvió a mirar el nido.

Al cabo de un rato decidí marcharme y dejarla allí. Tomé el maletín, colgué del brazo el sobretodo y cuando me disponía a cruzar la puerta del aula escuché nuevamente la voz de Alejandra Kurt.

- Señor profesor… ¿sabe por qué he hecho esa pregunta?
- No, no lo sé –respondí.
- Cuando era niña, a los seis años, mi madre se suicidó. Fue algo impactante para mí. Aún recuerdo todo el revuelo que causó su inesperada muerte. Ni mi padre ni yo nos dimos cuenta de su desconformidad con el mundo, ni de su soledad interior. El día de su entierro me quedé retirada. Vi cómo se despedía todo el mundo arrojando una flor sobre el ataúd. Cuando todos se marcharon mi padre me hizo un gesto que ahora podía acercarme. Entonces, mientras estuve parada mirando el ataúd, leí lo que decía la lápida que mi padre había mandado construir: “Descansa en paz, allí donde no existe la soledad: tú amor”


Safe Creative #1103228786103

2 comentarios:

  1. Es triste que sea el único lugar... pero cada ez me convenzo más que así es... :(
    Exelente relato...!

    ResponderEliminar
  2. Ojalá así fuese. Lo ignoramos, mal que nos pese.
    Si el camino es solos, de principio hasta el fin de la eternidad, ardua es la tarea de reconciliarnos con nosotros mismos y convertirnos en nuestro indudable mejor amigo y compañero.
    Muchas veces las verdades que nos instauran desde chicos pasan a formar nuestro universo de convicciones irrefutables, y no está mal que así sea.

    ResponderEliminar