miércoles, 19 de octubre de 2011

una chica en el jardín




Hay una chica muerta en el jardín. La he visto al despertarme, al asomarse los primeros rayos de sol del  nuevo día. La hierba le acaricia el cuerpo, está desnuda. El verde circundante le cae bien, parece ser una flor nueva y fresca que ha brotado a través de la hierba, abriéndose paso a todo, sin importarle nada. No me atrevo a tocarla, pero sé que está muerta pues no respira, no se mueve, se la percibe demasiado fría.

¿Qué haré ahora? Nadie creerá que ha muerto sola, o que otros la han matado. Habrá dedos señalándome, dedos acusatorios, miradas instigadoras, epítetos y voces duras para conmigo ¿Por qué a mí?, ¿por qué yo?...

Pienso en envolverla en una vieja colcha. Tirarla al río con algunas piedras en sus pies. Son ideas enfermas, me digo y me recrimino a la vez. Y mientras conjeturo las mil y una formas de deshacerme de la frialdad del cuerpo sin vida caigo en la cuenta que a la vez admiro la belleza de su desnudez. Nunca estuve con una mujer desnuda en mi cama, y ahora, que hay una en el jardín, está muerta.

La muerte tal vez me obsequió a la chica. Sí, eso debe ser. Porque hay obsequios de todo tipo, y tal vez éste sea uno de ellos, de esos raros, que solo a personas como yo puede regalársele ¿Debería estar agradecido con la muerte? No… ella se jactaría, agrandaría su ego, y me sonreiría como suele hacerlo en ocasiones al pasar por mi lado.

“Me gusta el verde que te rodea”, quisiera decirle a la chica. Más ella no puede oírme. Ella está muerta. Pero eso es lo que pienso y siento en este instante. Me parece una novia dormida. Envuelta en una burbuja de tiempo, de un tiempo ya pasado...

Hay una chica en mi jardín, y está sobre mí.


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(Fotografía de Manjari Sharma)

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