domingo, 22 de agosto de 2010

Prisión

Siento que quieres alejarte de mí. Eso le repetía a cada instante mientras volaba dentro de la jaula golpéandose como un ser incapaz de razonar. Cada golpe hacía exaltar mi corazón. De algún modo amaba yo a aquel animal. Silencioso ser que desde su nacimiento había ofertado, inocente y sumisamente, su propia vida. Lo vi nacer, lo vi crecer, fue mi niño, mi amigo, mi compañero fiel de horas incontables. Y así lo encontré, enloquecido, dando volteretas dentro de la jaula, luchando contra vaya a saber que monstruo imaginario en la mente de las aves, asestándose golpes violentos contra los delgados alambres de la jaula. Una escena de horror para mis ojos. Un desconsuelo generalizado para mi sentir. Supe al instante que él deseaba ser libre. Había llegado el momento revolucionario.

Decididamente abrí la puerta de la jaula. Me retiré dando pasos seguros, sin voltearme, tan solo caminando y mirando el piso. Así me mantuve unos minutos. La mente en blanco, la respiración acelerada, un burbujeo de recuerdos amotinados en la cabeza. No puedo mentir: me sentía muy triste. La tristeza es algo que habita en las cavernas de la piel y de lo cual muchas veces es imposible escapar. Silencio. Ya no había golpes. Solo el sonido del viento y el movimiento frenético y casi imperceptible de las hojas de la alameda. Volteé. Observé la jaula vacía. Un nudo se generó en mi pecho y me impedía respirar. Finalmente se había alejado de mí.

En el suelo, debajo de la jaula, ya sin dar volteretas ni golpearse, yacía su cuerpecito amarillento inmóvil, sorprendido por la muerte. Como si fuese un viejo juguete que ya no producía gracia alguna a un niño me desbordó de más tristeza. Corrí, lo tomé entre mis manos, observé sus ojos cerrados, su plumaje revuelto, la frialdad de su diminuto cuerpo, y entonces lloré, no pude evitarlo.
¿Porqué quieres alejarte de mí?, repetía en sueños. Él me sobrevolaba, displicentemente. Parecía feliz de volar libre. En su lomo una pequeña manivela giraba, tal como esos juguetes a cuerda que entretienen a los niños ¿Porqué quieres dejarme?, preguntaba insistentemente. Y sin responderme se precipitaba al suelo, como un bólido, herido por mis preguntas y muerto por mis deseos.

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(Imagen: http://treeinabox.blogspot.com/2010/02/that-still-twitching-bird-was-so.html )

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