domingo, 14 de noviembre de 2010

Ojos que escudriñan

Muchos de mis amigos vinieron de las nubes. No sé cómo pero fue así. Tal vez gracias al viento, tal vez gracias a la lluvia, no lo sé. Aparecieron en momentos de mi vida que yo jamás hubiese imaginado. Soy tú amigo, terminaron diciéndome un buen día. Y entonces comprendí que era un agraciado, un hombre que podía quejarse de muchas cosas pero no de los pocos y buenos amigos que la vida le iba mostrando.

Imaginé muchas veces, en noches de luna menguante como ésta, quiénes serían mis amigos o los seres más importantes de mi vida. Supuse que me espiaban desde detrás de esa misma luna que me alumbraba. La luz de plata, inmaculada, silenciosa, me recorría siempre que me hallaba debajo de su embrujo. Y era en ese preciso instante que yo miraba al cielo y observaba su luminosidad, su blancura, la majestuosidad de su presencia. Imaginaba también el rostro de quienes serían ellos, mis seres queridos, las personas que marcarían etapas y momentos culmines de mi vida. Sin embargo jamás acerté. Los rostros de esos seres especiales, a medida que los fui descubriendo, resultaron ser mucho más bellos.

A veces, no siempre, suelo preguntarme cuántos seres especiales más quedaran sobre las nubes. Me detengo a pensarlo en un banco de una plaza, en el colectivo, mientras escucho una canción que me gusta, o al momento de despertar de una plácida siesta en verano. Puede que muchos –me respondo-, o puede que ya ninguno, y los que ahora tienes sean la totalidad de felicidad capaz de rebalsarte –me termino diciendo con un dejo de resignación.

Entonces miro de soslayo por arriba de mi hombro y observo el fluctuar del pasado. Veo aquellas personas que pasaron como pasajeros en trance, las que me hirieron, las que lucharon conmigo, las que me amaron, las que me quisieron, las que dejaron palabras grabadas en mi memoria y versos poderosos en mi corazón. Las veo desvanecerse, convertirse en una niebla demasiado volátil. Vuelvo a mirar al frente, al futuro, a dejar que el aire fresco del anochecer choque contra mi rostro y me permita cerciorarme que sigo vivo en esta vida. Arriba, las nubes. La luna. Y ese número desconocido de ojos que seguramente me escrudiñan. Que me observan y se sienten ansiosos por conocerme. Y sonrío. Tomo mi cara con mis manos y sigo sonriendo. Y lloro. No puedo evitar llorar.

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4 comentarios:

  1. Por causas varias, no puedo pasar por aquí tanto como quisiera...pero no me voy, sólo tardaré más en visitarte.
    Un abrazo!!

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  2. @SILVIA:

    Como te respondí por el otro blog te agradezco tú buena onda y que siempre seas una lectora dedicada.
    En lo que estés ocupada que transcurra con éxitos.

    Beso.

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