miércoles, 20 de marzo de 2013

La delicada forma de destruir un mundo





La madrugada 


Cuando sonó el teléfono eran casi las dos de la madrugada. Natalia tenía los ojos bien abiertos, sin nada de sueño. Tomó el celular, miró la pantalla, y antes de leer supuso quien era. Sí, era Maximiliano.

- ¿Estás? –decía el mensaje. 

Natalia dudó. ¿Respondo?, ¿no respondo?, ¡¿qué carajos hago?!, se cuestionó. 

A veces en cuestiones de segundos nos jugamos la vida (o al menos aristas importantes de ella). 

- Hola… sí, estoy…
- ¿Dormías?
- Sí.
- Perdón…
- No importa… ya está… ya me despertaste…
- Quiero verte.
- ¡¿Ahora?!, ¡¿estás loco?!
- ¡Sí, ahora!... ¿por qué no puede ser ahora?
- ¡Porque son las dos de la madrugada!
- ¡¿Acaso ahora te regís por el tiempo?!
- ¡NO!, ¡por el sentido común!

La línea se silenció.

- ¿Voy?
- No…
- ¿Segura?...

Entonces fue que Natalia miró su interior y dialogó con sus deseos más íntimos. Dejó transcurrir los minutos, los segundos, el tiempo en sí… 


El amanecer


Pierna sobre pierna, piel sobre piel. Un débil rayo de sol se filtraba por un agujero en la persiana de la habitación. Maximiliano dormía, profundamente. Natalia no. Ella observaba el techo y a su vez sentía la piel de él sobre su cuerpo. Recorría con la mirada el dibujo que el haz de luz solar formaba en la pared. Un pequeño círculo irregular, de un amarillo tenue y pálido. ¿Qué hice?, se dijo. Su pregunta encerraba una masa comprimida de estados que estaba a punto de estallar, pero que no lo hacían porque ella evitaba la detonación. El hombre que estaba a su lado había disfrutado de una noche placentera de sexo, en la cual ella había sido su objeto sexual, su tibio y pequeño objeto. ¿Me quieres?, pensó para sí. La respuesta jamás llegaría.


Media mañana, paredes blancas


Por la ventana abierta entraba el cálido aire de marzo. Inestable, cargado de humedad y frescor. Afuera, al otro lado de la calle, la vida, tal como siempre, sin ningún rasgo que hiciera parecer que se hubiese alterado. Sin embargo dentro de la habitación las paredes blancas resaltaban el silencio, lo hacían exasperante, casi intolerable. Maximiliano había partido temprano, con un beso, un “chau, nos vemos”, y con él se había llevado la música invisible del bienestar sexual y el placer fugaz.

Natalia encendió su notebook y se conectó a su “otra vida”, la vida en la cual ella sabía que había algo más que paredes blancas asfixiantes y un amante sin amor (“cogientes”, como ahora le dicen en la contemporaneidad).

Allí estaba “él”.


Delicadeza


Hay un sutil toque en la mejilla que tan solo la mano del enamorado puede dar. Una sutil recepción que tan solo la mejilla de la enamorada puede percibir. Así fue como Natalia y ese ser virtual con el cual se comunicaba a través de su notebook podía tocarse. Había delicadeza. Sin embargo, la delicadeza es frágil… como el pétalo de una débil flor.

Él supo que algo andaba mal, que algo se había roto para siempre, pero no sabía qué, ni tampoco podía explicárselo.

Ella, con sus ojos llenos de secretos, no supo decirle la verdad. O en realidad no quiso.

Entonces fue el tiempo, cizañero y tirano, el que se encargó de quitar el velo, esta vez sin delicadeza, dejando caer al suelo la porcelana frágil de los sentimientos para que se rompiera en miles de pedazos minúsculos, imposibles de unir, imposibles de volver a regenerar.


Olvido


- ¿Estás? –dijo Maximiliano.
- Sí, estoy –dijo Natalia.
- No quise molestarte… son casi las tres de la madrugada…
- No… no me molestás… -dijo ella con los ojos rojos por el llanto.
- ¿Voy?

Otra vez el silencio fue nuevamente la respuesta.
A lo lejos, en una casa vecina, un trasnochado escuchaba a Alex Hwang haciendo un cover de Damien Rice...






(Fotografía: http://goo.gl/lcZea)

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