martes, 30 de julio de 2013

La viuda





Fue en septiembre, cuando el tren retornaba agónicamente hacia el pueblo, atravesando la serranía. La viuda Linares había sacado la cabeza por la ventanilla y dejaba que el viento fresco diera de lleno en su rostro. Sonreía. Nunca la había visto sonreír de ese modo.

Hacía no más de siete meses que su esposo había fallecido. Un escritor notable, talentoso, con ese poder necesario que hace que un hombre se adueñe de la palabra escrita y lo comparta con sus semejantes. En el pueblo era una eminencia. En la capital era persona de renombre. Inclusive en Europa había sido elegido entre los mejores escritores de los últimos veinte años. Toda una vida dedicada a las letras, a la prosa, a la narrativa, y de repente nada. Ese mismo viento que ahora espabilaba a la viuda Linares se había llevado consigo casi toda la esencia de lo que había sido su hombre en vida.

Mientras me mantenía en el asiento, aferrado como si estuviese sobre el lomo de una bestia, contemplé durante largo rato ese disfrute inocente de la viuda. Había en ello cierto aire de resignación ante la muerte y su guadaña afilada y silenciosa. Fue la viuda, quien después de varios minutos con la cabeza fuera, se volvió hacia mí preguntándome:

—Dígame, Efraín, ¿a qué sitio ha viajado todo aquello que mi esposo impregnó con su impronta en este mundo?

Comencé a balbucear, luego a tartamudear; en realidad no supe qué responderle.

—Está bien. No necesito que me responda si tiene que pensarlo. Creo que nuestro paso por la vida es tan efímero, Efraín…

Volvió a sacar la cabeza por la ventanilla y nuevamente su pelo jugueteaba con el viento. Me limité a observar hacia delante, la fila de asientos semivacíos del vagón. El traqueteo del tren se dejaba devorar por el silencio del paisaje. El sol, ya poniéndose, teñía todo de color anaranjado. La viuda Linares seguía en la misma postura, abstraída con el paisaje, hipnotizada por el viento serrano, y yo, continuamente asido al asiento, me preguntaba quién recordaría mi existencia el día que la muerte se dignara llamarme. Sin respuestas lógicas solo pude esbozar una infeliz sonrisa. Esa misma sonrisa que muchos esbozan al final de sus días, en el lecho de muerte, cuando en realidad comprenden que la vida es solo eso, un mero suspiro cósmico.




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(Fotografía: http://butisitartphoto.tumblr.com/)

2 comentarios:

  1. El mundo de los viudos es un mundo extranio. Conozco varios, parientes y amigos. Los hombres buscan desesperadamente volver a rehacer sus vidas, y encuentran una pareja relativamente rapido. las mujeres viven en su pasado, en general. No es lo mismo abrir la puerta y salir corriendo que alguien venga, te la abra y te pegue un empujon y quedes completamente solo...
    o sola.

    Petra

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    1. Tal cual, es así, como lo describís. Actualmente me pasa de conocer un caso así: un hombre, mayor, enviuda y enseguida tiene nueva pareja sintiéndose pleno. Ante esto, las personas que lo conocen, mujeres ellas, se asombran de que eso haya sido así, siendo que dicho hombre pasó mucho tiempo junto a su esposa. Creo que las mujeres en eso son tal como las describís: viven en un pasado del cual no les es fácil escapar.

      Gracias por comentar.

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