viernes, 20 de noviembre de 2009

El ser entre la espesura


Un día desaparecí en el bosque. Mejor dicho, una parte de mí desapareció en el bosque. Fue apenas me adentré. El ruido de las hojas secas que conformaban la hojarasca bajo mis pies me alertó de pasos que se alejaban. Asustado miré en todas las direcciones. A mi altura, hacia el suelo, hacia la copa de los árboles. Nada. Nada humano o reconocible se veía entre la espesura. Sin embargo fue justo en ese instante que tras sentir mi interior caí en la cuenta que parte de mí había desaparecido. Con mi mano derecha apreté fuertemente mi pecho y con la izquierda tapé la expresión de pavura que mi boca gesticuló. Empecé a correr, sin rumbo, abriendo la maleza que se presentaba delante y embistiendo los hijos nuevos de los árboles del bosque. Corrí y corrí hasta que mis pulmones me hicieron detener. Sentado en el suelo con mis brazos abrazando mis piernas cerré los ojos y busqué dentro mío aquello que yo sentía me faltaba. Ese ser que habitaba mi cuerpo había huido. Tan solo quedaba la carne y un hálito de vida para movilizarla ¿Porqué habría huido mi ser interior? La respuesta a esa pregunta me atormentaba terriblemente.

Así, en esa posición casi fetal me quedé un rato largo. Tenía frío y miedo. No sentía la calidez y la valentía que sí me daba mi ser interior. Jamás había desaparecido en el bosque. Muchas veces mi interior quiso desaparecer en momentos críticos de mi vida pero no pudo hacerlo. Pensé que tal vez el bosque fue el lugar idóneo para que mi ser se sintiese pleno y libre. Sí, seguramente fue eso. Me eché a caminar sin rumbo, la tarde iba cayendo y algunos claroscuros se comenzaron a formar en la espesura. Solo las aves revoloteaban las copas de los árboles. Ninguna señal de mi interior se veía.

Esa noche decidí acampar en el bosque, pues no quería retornar al pueblo partido en dos, vacío, carente totalmente de mí. Encendí fuego al lado de una cueva poco profunda situada en el costado de una montaña.
La humedad poco a poco comenzaba a hacerse sentir y con ella el frío de la noche oscura. Pronto esa oscuridad inundó todo el lugar y solo las estrellas y su luz titilante se dejaron ver en los claros que dejaban las copas de los árboles. El cielo, magnífico cielo, seguramente él sí sabía donde había huido mi ser interior. Desde arriba él habría visto con seguridad la huída, pero jamás me lo diría por más que tuviera el don del habla. Abajo, delante de mí, un escueto fuego ardía incesantemente, las chispas que emanaban de los leños saltaban de un lado a otro como luces de artificio. La calidez poco a poco se iba metiendo por mi piel. Sin embargo la sensación de vacío aún estaba ahí, impregnando toda mi carne.

Desperté por la mañana con mi cara hundida en la hojarasca. El olor a hojas húmedas y tierra cargada de vida se desprendía del suelo. Tras sentarme y quitarme las hojas de la cara miré alrededor y solo vi el mecerse de los árboles y la tranquilidad circundante. Entonces caí en la cuenta que mi interior había vuelto. Por la noche, él me había encontrado. Seguramente me había visto dormido, tendido en el suelo como un niño desprotegido y a la deriva, y esa imagen hizo que se apiadara de mí. No lo sé, nunca intenté ahondar en esos detalles ni preguntarle el porqué me había dejado. Ese día marcó un principio y un fin para mí. Es que a veces los cambios radicales son necesarios en las vidas, pues sin ellos seguimos caminando como ciegos que ven. Tras dar el último paso que me desprendía de la espesura dejé el bosque. A mis espaldas los árboles se mecían como despidiéndose. Sentí un alivio al caminar por el llano. Encontré una flor, luego un par más y finalmente un campo lleno de ellas. Y pude apreciar por vez primera lo magnífico de la vida. De esa manera supe que la noche anterior mi ser interior había aprendido algo en la oscuridad, algo que él no estaba acostumbrado a palpar, había aprendido a sentir.

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6 comentarios:

  1. Saber jugar con los sentimientos en este escrito. Muy interesante la lectura. Te felicito.
    Un placer leerte.

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  2. Me imaginé al personaje perdido en el mismo bosque de "Mundos Espiralados"... Me alegra que haya encontrado su interior.

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  3. @SALVADOR PLIEGO:

    Gracias Salvador. Un placer leer tú crítica en el comentario y más viniendo de alguien que ha publicado libros de poesía.

    Gracias nuevamente por pasar y leer mis textos.

    Miguel.

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  4. @TEREZA:

    Cuando escribía esta mañana este texto imaginé un bosque lloviendo, un ser humano acurrucado con frío y miedo y la desesperante búsqueda de su yo interior perdido.
    Creo que muchas personas pierden en su vida al "yo interior". Pienso, no sé, se me ocurre ahora que te respondo el comentario, quien no lo pierde es porque tal vez nunca arriesga. Tal vez.

    Besos ;)

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  5. Miguel...conmovedor. Es un relato buenisimo, has conseguido que me transporte al bosque y sienta el frio y la desolacion. Y despues, me has reconfortado con tu final, esperanzador.
    En una ocasion mi yo interior tambien desaparecio, y cuando regreso lo hizo con mas fuerza y mas sabio. Desde entonces le cuido con celo, para que no desaparezca de nuevo.
    Cada dia me gusta mas como tejes las palabras. Tienes un don amigo mio. Eres un genio de la palabra.
    Mil besitos!!!

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  6. @SILVIA:

    Este blog es especial para mí. Cuando yo me siento a escribir relato imagenes, tal como creo lo hace todo escritor, y las plasmo aquí, en mi blog de narrativa.

    Las críticas, los comentarios, los halagos, todo influye en el escritor y soy reacio a pensar que un escritor no se nutra de ello.

    Transportar es el medio, dejar huella con las palabras el fin. Cada vez que alguien sonríe o lee la última frase de un escrito mío y mira por la ventana siento que lo que quise transmitir tuvo éxito.

    Gracias por tus palabras, amiga.

    Beso para vos ;)

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