martes, 17 de agosto de 2010

El obsequio

Supe de ella por un amigo. Fue una tarde de verano, debajo de la parra, mientras tomábamos mate, que me contó su historia. Al principio me pareció algo surrealista, o fantástica quizá, pero luego, tras pensarlo un poco, me di cuenta que tal vez ella sí existió y que aquella historia podría haber sido real. Entre mate va, mate viene, escuchaba a mi amigo atentamente. El sol, muy altivo, dejaba fluir rayos de luz a través de las hojas del parral. Se veían como diminutos lunares amarillos que oscilaban lentamente sobre las baldosas rojas del piso. Por momentos aquellos lunares móviles me distraían. Pero la historia era atrapante, y seguía concentrándome en ella aún tras el esfuerzo que hacían los lunares para que yo jugara con ellos.

En el relato ella corretea de un lado a otro. Corre por distintos lados de una ciudad de la cual no se sabía su nombre. Una ciudad que supuestamente está en un país que existe, en un continente que existe, pero de los cuales no se saben sus nombres. Al principio el relato la describe adolescente, plagada de miedos e incertidumbres. Vulnerable a un mundo nuevo y amenazante. Mi amigo no sabe decirme cual es el nombre de ella. Menciona que ella corría de un lugar a otro de la ciudad y guardaba sus recuerdos, algunos aquí, otros allá. Le obsequiaba algunos a gente desconocida. Otros los guardaba entre las estrofas de poemas que escribía en cuadernos, o entre las letras de canciones que cantaba con su guitarra, o en los márgenes de los libros que leía. También había decidido esconder recuerdos en lugares de la ciudad donde las personas nunca iban. Así, escondiendo recuerdos y regalándolos, pasó su adolescencia, su juventud y llegó a su madurez.

En el momento que su vejez se presentó la soledad la acosó. Enviudó temprano y pasó gran parte de sus últimos años sentada en una silla, tomando mate y observando cómo la gente pasaba por la vereda de su casa viviendo sus vidas. Entonces recordó. Su memoria le jugó una buena pasada. Recordó que sus recuerdos estaban escondidos en muchas partes. Desperdigados por la ciudad o contenidos en objetos o personas. Se puso feliz. Tomó un abrigo, lo colocó sobre sus hombros y decididamente pensó en salir a buscarlos. Pero tras cruzar el umbral de la puerta se detuvo en seco. Tras meditar por un instante volvió a entrar a la casa. Aquel pensamiento la había hecho recapacitar. Había, de alguna manera misteriosa, cambiado su decisión radicalmente.

Los días venideros presenciaron un cambio en sus hábitos. Salía por la mañana, bastón en mano, a caminar desinteresadamente por las calles de la ciudad. Una alegría efervescente la poseía. Sabía que la esperanza era algo grandioso, algo que la soledad no puede tocar ni manchar. Caminó el resto de sus días por las calles con esa esperanza en su corazón. Sabía que sus recuerdos estarían en cualquier sitio, tal vez a la vuelta de una esquina o dentro de algún libro en alguna biblioteca de barrio, y que tarde o temprano se encontraría con uno de ellos. Sin embargo, si no los encontraba, ella seguiría siendo feliz pues sus recuerdos se quedarían dónde estaban, invisibles e intocables, para siempre.

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(Imagen: http://drawgabbydraw.tumblr.com/photo/1280/448368978/1/tumblr_kzaid7YlRT1qzww4v )

2 comentarios:

  1. Eres un Genio!! Me has enternecido con este relato, me ha "tocado".
    gran Dama la de tus letras.
    Besos mil!!!

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  2. @SILVIA:

    =) Bueno, me pone feliz tú halago y que la historia haya sido de tú agrado Silvia. Además cuando las historias "llegan" es terrible satisfacción para el escritor.

    Besos!

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