jueves, 15 de diciembre de 2011

El Errante




Las personas suelen hablar del alcance de internet, de su expansión arrolladora, de cómo el mundo ha cambiado gracias a ella: la gran red de redes; y uno, internauta desde hace muchos años, también capta y percibe en distintos grados el poder que la red tiene para la vida de los otros como para la suya propia. Sin embargo, de mi parte, como escritor amateur o novel, jamás imaginé el impacto que la red podía tener sobre la literatura directa. Nunca, hasta después de unas cuantas entradas (posts) en mi primer blog, había caído en la cuenta del poder comunicativo que tenía la red entre sus manos. Fue entonces, en aquellos albores de la blogósfera, que comencé a darme cuenta que del otro lado, sentados en sus escritorios, tirados en la cama, dentro de un cyber, o en medio de una plaza, había seres humanos conectados mirando fijamente una pantalla y leyendo los textos que uno subía como hobby o gusto espiritual.

En todos los años que llevo publicando escritos míos en internet me han sucedido muchas cosas, casi en su totalidad gratificantes, que me han hecho pensar una y otra vez el rol del escritor virtual, de ese que una vez que pone el punto final a un nuevo texto se le despierta una ansiedad enorme en lo más profundo de sus entrañas para subirlo a la red y que sus lectores seguidores, o tal vez nuevos descubridores, lo lean y se dejen seducir por el influjo de la narrativa y la ficción. Es una sensación inexpresable para alguien que gusta de escribir. Pero no lléndome por las ramas tenía como objetivo puntualizar en una anécdota muy especial para mí que me sucedió hace unos años, y que tuvo su origen en uno de mis blogs, «El Errante».

«El Errante» ha sido un blog con el cual me he identificado mucho en los últimos años de mi vida. Lo he escrito desde distintos lugares donde he vivido y lo he pulido y conservado desde muchas ciudades en las que he estado. Ha tenido a lo largo del tiempo cambios drásticos que pasaron por hablar de mi persona humana, colgarle textos de microficción, o bien, tal como lo estoy haciendo en el último año, subirle capítulos de una blog novela que Dios sabe cuándo acabará. Ha sido parte de mi catarsis, ha sido parte de introspecciones y fiel testigo de estados de ánimo que iban desde el júbilo hasta la más profunda y amarga de las tristezas. Al principio tenía un nombre que no era el actual, sino «Caminar la vida», que luego mutó, por urgencia y necesidad, a «El Errante», y que tanto más me identificaba a mí y mi modo de sentirme en esta vida. Estuvo un tiempo cerrado, y después de un año y pico lo volví a reabrir, con más ímpetu y ánimo de literato. Y fue éste blog el que generó ésta anécdota que contaré a continuación...


Cierta madrugada, de un día de hace unos cuantos años atrás (tal vez cuatro o cinco, bien no recuerdo) me encontraba charlando con una persona por el MSN Messenger. Hablábamos de todo un poco y de nada en especial. Era una chica, que vivía en España y que gustaba de leer libros y cada tanto escribir. Yo era Miguel y ella era la señorita tal, con un nickname que no hacía alusión directa a su nombre real. La charla era muy amena, simpática, y debido a la diferencia de horarios entre un país y otro solíamos encontrarnos rara vez, pero cuando lo hacíamos casi siempre hablábamos de cosas mezcladas y sin puntualizar, tal cual les comenté. Pero esa madrugada, después de tanta charla ella comienza a hablarme de su novio y de cuánto se querían. Tenía palabras hermosas para él y la relación que ambos llevaban adelante. Me causó mucha alegría saber que aquella chica, a la cual no conocía y tal vez nunca conocería, se la sintiera tan feliz hablando de su pareja. Cada vez que alguien me habla de ese modo no puedo menos que sonreírme y desearles lo mejor, aún yendo en contra de muchas de mis teorías de los ciclos que se abren y se cierran. Entre tanta charla sobre el tema, risueñamente, me dice: «Y te reirías si te cuento cómo me conquistó...», a lo que respondí negativamente y la incité a que me lo contara:

«Mirá fue algo gracioso pero que me encantó, Miguel. Un día se me aparece y me dice algo muy bonito, que cuando se lo escuché fue como un flash y ahí, en el acto nos besamos y decidimos comenzar a salir.

En ese momento no le pregunté nada pero me había quedado la duda si eran palabras de él o lo había leído de algún lado. Pasaron los días y le hice la pregunta, a lo que me respondió que lo había leído en internet, en un blog llamado «El Errante»».

Cuando leí aquellos mensaje contándome esto me quedé estupefacto. Miraba la pantalla como sin saber qué volver a escribir o qué hacer. Hacía tan solo un mes y algo que yo había vuelto a reabrir mi blog y solo había posteado unas pocas entradas.

La charla continuó...

«Y entonces me aboqué a buscar el blog, pero por más que lo busqué en internet con Google no lo puedo encontrar. Es más, fui hasta una vieja dirección de unas entradas de ese blog y me decía que ya no existía»

Entonces quise saber y pregunté...

«¿Y para qué querés ubicar el blog?»

«Para agradecerle a quien escribe en él que haya dado el puntapié inicial para que mi novio y yo estemos juntos.»

Sentí una cosa que me subía hasta la base del cuello y que las manos me temblaban. Mi cabeza pensó mil cosas en un segundo y de repente me dije que debía de decírselo, de explicarle que por esas casualidades de la vida yo era el dueño del blog y eran mis escritos, pero que por esos arranques que uno suele tener en su vida había decidido cerrarlo pero que ya estaba online nuevamente.
Entonces le dije:

«Andá a esta dirección (ahí coloqué la nueva dirección del blog)...»

Y en ese momento a la chica le cayó la ficha de quién podía ser yo.

Lo que sigue fue una conjunto de onomatopeyas, risas, frases de sorpresa y admiración , por la ventana del Messenger. Recuerdo que cuando esa madrugada apagué la computadora y me acosté me quedé pensando en aquello increíble que acaba de sucederme: «¿a mí?», «¿y por qué a mí me sucedió esto?», y unas cuantas preguntas más me hice al respecto. Antes de dormirme tomé la dimensión y el poder que tenía internet. Empujaba a las letras, a las frases, a la ficción, más allá de todo muro, más allá de toda góndola de librería, más allá de toda Feria del Libro, más allá de cualquier marketing editorial que lanza nuevos talentos: internet te presentaba delante de lectores ávidos o nóveles y te mostraba, y muestra, en directo, fresco, exponiéndote a un feedback instantáneo, así, como el pan caliente recién sacado del horno.

La relación con aquella lectora continuó por la internet hasta que un buen día se desvaneció tal como pasa en la vida real o en la virtual. Sin embargo, aquella anécdota sobre un texto escrito por mí y subido a mi blog siempre me trae a presente el poder que tiene la palabra escrita y digitalizada. Un poder invisible y poderoso, que reptan minuciosamente, que traspasa muros invisibles y visibles, que llega a computadoras de personas de toda raza, tipo, color, religión y creencias. Y cada uno, al llegar al punto final sonríe o no ante lo leído, da su visto bueno o su rechazo, agradece o enmudece, se expresa o tan solo lo atesora para sus adentros.

(Imagen: Revista Orsai #3)

2 comentarios:

  1. Hola Miguel!!!
    No acostumbro a leer,en mi vida habré leído tan solo 7 libros pero la curiosidad hizo que un día empezará a seguirte y he de darte las gracias ya que siempre me gusta lo que escribes...
    Un saludo desde Barcelon(España)
    Lidia C.P

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  2. Dicen que entre una persona y otra no hay más que seis grados de separación... creo que desde que existe internet eso se debe haber achicado bastante... :)
    Es una muy linda historia y es lindo que la compartas con tus lectores... pero... me queda la intriga de cuál fue aquella frase que el chico dijo a la chica que inmediatamente la enamoró... :)

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