sábado, 8 de noviembre de 2014

Rehenes



Esta mañana ha tenido la sutileza de tocar mi mano. Creo que lo hizo de modo inconsciente, pues no percibí ningún gesto que me demostrara lo contrario. Mantenía su rostro enjuto como cada mañana, y de sus labios no salió una sola palabra.
Su mano estaba tibia y suave. Me costó mucho recordar esa sensación que solía producirme en todo mí ser un terrible y delicado temblor. Sin embargo, como si fuese una especie de chispazo mágico, esa tibieza me despertó instantáneamente y me llevó, en un instante, a la vieja historia de mi vida, esa misma que he vivido más de sesenta años a su lado.
Lo más difícil ha sido percatarme que solo fue un roce involuntario. Algo no deseado. Las personas suelen hacerlo. Se tocan, pero no se sienten. Ese es un gran pecado y una verdadera ofensa para la vida. Debo aclarar que tampoco esperaba el roce. Fue algo inesperado. Grato, pero inesperado.
Después de tocarme siguió poniendo el mantel, colocó las tazas de té, las tostadas, la tetera caliente, el jarro con azúcar. Se sentó en frente y comenzó a sorber con lentitud su té, como lo hace cada mañana desde hace sesenta años, inclusive a observar por la ventana con la misma mirada de siempre, esa que está cargada de curiosidad como si se tratase de un par de ojos de niño a punto de abalanzarse sobre un nuevo mundo por descubrir.
Yo, desde mi lugar en la mesa, observaba su mano, esa misma que me había tocado hacía unos instantes. Se mantenía casi inmóvil si no fuera por el temblor de la edad. Se la veía descansar sobre el mantel floreado. Pensé que tal vez su mano sí se había percatado de mí presencia al tocarme, y seguramente lo había hecho. Soy de los que sostienen que no hay corazones fríos en el mundo, aunque muchas veces me cueste creerlo (y mucho más sostenerlo). Su mano aún debía de mantener mi esencia, por ello sonreí. Mis labios se movieron con vergüenza esbozando una diminuta, casi imperceptible sonrisa, que irradiaba una felicidad contenida por años, casi ya olvidada en el andamiaje del tiempo ¿Dónde había quedado aquella chica de sonrisa resplandeciente y manos gráciles y cariñosas? Yo no lo sabía. En un momento de descuido se esfumó de mi lado, y al percatarme de ello supe que ya no regresaría. Se trata de esas noticias que jamás esperas recibir. Son similares a la muerte, o en realidad son parte de ella. Nadie dijo que la muerte engloba solo un instante. Se muere de a poco. Con lentitud. Como cuando se apagan una a una las luces de una casa antes de ir a dormir. Del mismo modo ella se apagó a mi lado.
Ahora, mientras sorbía su té y miraba a través de la ventana, huelo el perfume de los jazmines en flor de nuestro jardín. Ese olor inunda toda la estancia. La carga de una poesía única, pero a la vez inconexa con nosotros dos. Lo que antes supo unirnos y sellar nuestro amor ahora tan solo es parte de un engranaje averiado por el tiempo.
Bajo la mirada y vuelvo a observar su mano. Sigue reposada sobre el mantel. Parece muerta, pero no lo está. La muerte ya tomó otros rehenes y su mano no está entre ellos.



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