Capítulo 6
A los días de la ruptura con mi novia me dije que no debía hundirme en un pozo depresivo, que las consecuencias del amor eran esas y que yo mismo las sabía de antemano. Me di un montón de explicaciones mentales, tuve una larga sesión psicológica conmigo mismo, no obstante todo fue en vano pues extrañaba mucho su compañía. Cada vez que iba por algo fresco a la heladera encontraba las letras imantadas adheridas a la puerta mostrando la palabra “atemporal”. Esa maldita palabra me traía a mi memoria miles de momentos con ella. Maldita palabra, ¡pobre palabra!, ¿qué tenía ella de malo?, nada. Absolutamente nada, sin embargo en un ataque de rabia desordené todas las letras y la destruí. Las letras imantadas se desparramaron sin sentido sobre la superficie blanca y metálica de la heladera. Ninguna otra palabra se formó tras desordenar los imanes, ahora nada legible se leía, más bien todo se parecía al momento de mi vida por el cual yo transitaba, uno ininteligible.
Una de las noches siguientes volví al bar a tomarme una copa. Mientras algunos jugaban al pool yo veía cómo las burbujas de mi vaso de cerveza tendían a volatizarse desapareciendo para siempre de la faz de la Tierra. Desaparecían sin sentido alguno, algo así como muchas vidas que nos podemos imaginar y tal vez no conozcamos. Estuve en aquel sitio un par de horas escuchando el bullicio y algún que otro disco bueno que sonaba a través de los bafles. La humareda de los cigarrillos daba al lugar una escenografía de ultratumba, casi como si estuviésemos en un cementerio de Londres a altas horas de la madrugada. El hombre calvo volvió a entrar al bar y nuevamente se sentó a mi lado sin siquiera mirarme. Aquello parecía una historia repetida, pero algo había cambiado. Ahora el dejado no era solo él, sino yo también. La suerte que había corrido aquel individuo por obra del destino parecía ser la misma que yo soportaba ahora. Me quedé mirándolo por unos instantes y sin decirle palabra alguna encontraba, flotando en el aire, ciertas concordancias entre él y yo. Cosas invisibles, seguro era eso, pero que a ambos nos unían, pues después de todo ahora él y yo pertenecíamos al mismo bando, al de los enamorados y dejados.
Una vez en clase de filosofía un profesor mencionó que el amor es el sentimiento con mayor poder destructivo del mundo. Yo imaginé un gran hongo atómico gris. Todos nos miramos, algunos nos reímos, sin embargo el tipo lo decía la mar de seguro. Aquella frase me quedó siempre rondando por la cabeza pero nunca le había dado la importancia necesaria. Ahora, sabía en carne propia que así era. Tenía esquirlas de aquella explosión destructiva en mi propio cuerpo y las que habían alcanzado a mi corazón lo habían perforando a punto tal de hacerlo sangrar. Tras beberme unas cervezas más decidí marcharme. El hombrecillo calvo seguía aferrado al taburete hipnotizado por el líquido que contenía su trago. Quise despedirme de él, pero no pude. Supongo que ahora el silencio empezaba a formar parte de la comunicación entre las personas que pertenecíamos al mismo bando. Salí del bar y me quedé parado en la vereda observando por un rato como densas nubes oscuras corrían carrera tapando el brillo de la luna. Regresé a mi casa, me tapé hasta la cabeza, quité todo recuerdo de mi novia de mi mente y me quedé dormido escuchando de fondo viejos tangos que brotaban desde una vieja radio a transistores de mi vecina de al lado.
Era la primera vez que alguien me dejaba. Nunca había sentido esa sensación amarga dentro de mí. Impotencia, esa es la palabra que lo engloba a todo lo sucedido por entonces. En aquel gesto de mi novia arrojando las gerberas al cesto de basura yo sentí que junto a las flores todos los buenos y malos momentos que vivimos durante tiempo entre ella y yo también caían. Pero no pude detener esa caída. Esas cosas no se pueden detener. Las flores se estamparon contra el fondo del tacho y junto a ellas, retorcidas y perdidas en la oscuridad, todas nuestras vivencias. Supongo que fue algo similar al hongo atómico gris. Me pregunté por varios días porqué alguien tiene el poder de decir basta sin que el otro tome parte de esa decisión. No obstante tras mascullarlo largo tiempo deduje que era algo que no se podía manejar. Ante todo me puse yo mismo en aquella situación. ¿Qué hubiera pasado si una mujer hubiera aparecido en mi vida y yo hubiera tenido sexo con ella tras volarme la cabeza con su inesperada llegada? Seguramente podría haber sucumbido. Eso le quitaba mucho peso a la decisión tomada por mi ex novia. Tras tejer y destejer preguntas y respuestas en mi mente decidí intentar curar, como mejor me saliera, los orificios que habían causado las esquirlas en mi corazón tras la explosión. Me dije que necesitaba tomarme unos días a solas, lejos de todo aquel mundo que me envolvía tal una mortaja mortuoria. Entonces recordé la casa de mi abuelo, en las sierras de Córdoba, lejos de todo lo que ahora me estaba haciendo daño. No lo dudé. Aproveché el receso vacacional en la universidad y tras cargarme una pesada mochila de alpinista en mis espaldas saqué un boleto de ómnibus hacia las sierras y me marché.
El viaje no fue largo, sin embargo las curvas del camino a las sierras me hicieron recordar a una espiral en la cual, mientras más estabas, más y más te mareabas.
Una de las noches siguientes volví al bar a tomarme una copa. Mientras algunos jugaban al pool yo veía cómo las burbujas de mi vaso de cerveza tendían a volatizarse desapareciendo para siempre de la faz de la Tierra. Desaparecían sin sentido alguno, algo así como muchas vidas que nos podemos imaginar y tal vez no conozcamos. Estuve en aquel sitio un par de horas escuchando el bullicio y algún que otro disco bueno que sonaba a través de los bafles. La humareda de los cigarrillos daba al lugar una escenografía de ultratumba, casi como si estuviésemos en un cementerio de Londres a altas horas de la madrugada. El hombre calvo volvió a entrar al bar y nuevamente se sentó a mi lado sin siquiera mirarme. Aquello parecía una historia repetida, pero algo había cambiado. Ahora el dejado no era solo él, sino yo también. La suerte que había corrido aquel individuo por obra del destino parecía ser la misma que yo soportaba ahora. Me quedé mirándolo por unos instantes y sin decirle palabra alguna encontraba, flotando en el aire, ciertas concordancias entre él y yo. Cosas invisibles, seguro era eso, pero que a ambos nos unían, pues después de todo ahora él y yo pertenecíamos al mismo bando, al de los enamorados y dejados.
Una vez en clase de filosofía un profesor mencionó que el amor es el sentimiento con mayor poder destructivo del mundo. Yo imaginé un gran hongo atómico gris. Todos nos miramos, algunos nos reímos, sin embargo el tipo lo decía la mar de seguro. Aquella frase me quedó siempre rondando por la cabeza pero nunca le había dado la importancia necesaria. Ahora, sabía en carne propia que así era. Tenía esquirlas de aquella explosión destructiva en mi propio cuerpo y las que habían alcanzado a mi corazón lo habían perforando a punto tal de hacerlo sangrar. Tras beberme unas cervezas más decidí marcharme. El hombrecillo calvo seguía aferrado al taburete hipnotizado por el líquido que contenía su trago. Quise despedirme de él, pero no pude. Supongo que ahora el silencio empezaba a formar parte de la comunicación entre las personas que pertenecíamos al mismo bando. Salí del bar y me quedé parado en la vereda observando por un rato como densas nubes oscuras corrían carrera tapando el brillo de la luna. Regresé a mi casa, me tapé hasta la cabeza, quité todo recuerdo de mi novia de mi mente y me quedé dormido escuchando de fondo viejos tangos que brotaban desde una vieja radio a transistores de mi vecina de al lado.
Era la primera vez que alguien me dejaba. Nunca había sentido esa sensación amarga dentro de mí. Impotencia, esa es la palabra que lo engloba a todo lo sucedido por entonces. En aquel gesto de mi novia arrojando las gerberas al cesto de basura yo sentí que junto a las flores todos los buenos y malos momentos que vivimos durante tiempo entre ella y yo también caían. Pero no pude detener esa caída. Esas cosas no se pueden detener. Las flores se estamparon contra el fondo del tacho y junto a ellas, retorcidas y perdidas en la oscuridad, todas nuestras vivencias. Supongo que fue algo similar al hongo atómico gris. Me pregunté por varios días porqué alguien tiene el poder de decir basta sin que el otro tome parte de esa decisión. No obstante tras mascullarlo largo tiempo deduje que era algo que no se podía manejar. Ante todo me puse yo mismo en aquella situación. ¿Qué hubiera pasado si una mujer hubiera aparecido en mi vida y yo hubiera tenido sexo con ella tras volarme la cabeza con su inesperada llegada? Seguramente podría haber sucumbido. Eso le quitaba mucho peso a la decisión tomada por mi ex novia. Tras tejer y destejer preguntas y respuestas en mi mente decidí intentar curar, como mejor me saliera, los orificios que habían causado las esquirlas en mi corazón tras la explosión. Me dije que necesitaba tomarme unos días a solas, lejos de todo aquel mundo que me envolvía tal una mortaja mortuoria. Entonces recordé la casa de mi abuelo, en las sierras de Córdoba, lejos de todo lo que ahora me estaba haciendo daño. No lo dudé. Aproveché el receso vacacional en la universidad y tras cargarme una pesada mochila de alpinista en mis espaldas saqué un boleto de ómnibus hacia las sierras y me marché.
El viaje no fue largo, sin embargo las curvas del camino a las sierras me hicieron recordar a una espiral en la cual, mientras más estabas, más y más te mareabas.
<== Ir al capítulo anterior
Un hongo atomico gris que explota en la boca del estomago y luego a llamar la cruz roja a recoger escombros.Que injusticia el que dejen a uno sin explicacion,sin dejar filtrar un pero o algun consuelo.Duele pero tenemos que seguir rodando...Muy buena decision en marcharse por un tiempo (es lo mismo que yo le hubiese recetado)..Miguel nunca e sido mujer de esperar o sentarme a ver una telenovela pero esta historia es otro cuento..Me llevo mi portatil personal al trabajo ..(smile)Bravoooo!!!spiraled kisses
ResponderEliminaryaa quiero el próximo capítulo!! jejeje =)
ResponderEliminarYo he sentido eso... no se, casi es tangible el dolor que te provocaron.
ResponderEliminar@DEBORAH:
ResponderEliminarMe halaga que te dignes a leer esta historia. Cada lector que lee lo que escribo y me lo comenta me hace sonreir. Pienso que ese feedback entre quien me lee y yo, el escritor, es lo que me hace seguir adelante y mantener abierto este blog.
Gracias Deborah, en poco tiempo te has ganado mi sonrisa :)
Beso.
@BÁRBARA:
Mi lectora fan! jajajaja Ya habrá próximo. Gracias por siempre leer mis escritos.
Beso.
@TEREZA:
Recordá que el personaje no soy yo, en absoluto, es solo un personaje ficticio.
Ese dolor y esa sensación del abandono es asfixiante. Creo que quien ha querido o amado en algún momento lo ha experimentado al ser dejado. ¿Habrá persona que nunca fue dejada?... lo dudo.
Beso.