sábado, 19 de septiembre de 2009

mundos espiralados (14)


Capítulo 14


Hundí primero mi dedo corazón en el agua cristalina, luego metí el resto de mi mano. Estaba fría, bastante fría, pero se sentía perfecta. Ambos estábamos en cuclillas a orilla del río. Arriba las cascadas se manifestaban omnipotentes arrojando millones de litros de agua al vacío. Agua pura, natural, sin manchas. Era una imagen indescriptible, magnífica. Observábamos todo en silencio. El sonido del agua que caía y chocaba contra el río lo inundaba todo, no nos daba margen para la distracción, acaparaba todos nuestros sentidos. Un mar de burbujas aglomeradas formaban una bruma densa y espesa que humedecía todo a su alrededor. La bicicleta quedó tirada en el suelo, la mochila a su lado, es que nada importaba mas que admirar aquella magnífica escena que yo jamás hubiera imaginado tan cerca de la casa de mi abuelo. Intenté recordar si de niño mi abuelo me había hablado de aquellas cascadas pero nada me hacía sospecharlo, ni tampoco ninguna imagen que mi mente atesorara se condecía . Tal vez él nunca supo que tan cerca de su casa la naturaleza había construido semejante belleza, o tal vez sí, e iba a ese lugar en busca de su propia conexión interior. Siempre he pensado que tengo muchas cosas parecidas a mi abuelo, pero particularmente una sobresale del resto y es la mirada observadora y zagas para las cosas visibles que son invisibles a los ojos de los demás. Admiraba a mi abuelo en ese punto, él siempre hacía que las cosas vulgares y simples a primera vista fueran importantes y poderosas. Desde una nube, un pájaro, o el llanto de un niño, todo tenía un terrible poder natural para el enfoque visual y conceptual en su propia manera de pensar y ver el mundo.

Caminamos sobre unas rocas grandes hasta llegar contra el paredón de roca paralelo a las cascadas. Al llegar nos pusimos en cuclillas y contemplamos el espacio de aire que quedaba entre el paredón y el chorro de agua que caía desde la altura. Atemporal. Esa palabra rebrotó en mi mente, como antaño. Atemporal. Justo en ese espacio físico parecía existir un mundo atemporal en el cual si te insertabas el resto del mundo que conocemos parecía olvidarse y esfumarse. El sonido del agua al caer era casi ensordecedor. Un manto de lluvia en constante suspensión nos mojaba por completo, pero no desistimos, seguimos ahí por un rato largo contemplando atónitos aquella maravilla. Isabel, absorta en la escena, se sentó sobre la roca y puso su mentón sobre las rodillas y así permaneció todo el rato que allí estuvimos sin quitarle la mirada a las cascadas, sumida en un mundo donde yo no podía ingresar. Por mi lado mientras veía caer el agua no dejaba de pensar en ese espacio físico formado detrás de la cascada. Recordé mi escondite favorito cuando era niño. Si mi madre me retaba o mi padre se enfadaba mucho conmigo sabía salir corriendo de la casa y esconderme detrás de un par de árboles en contra del paredón del vecino. Eso quedaba al fondo de la casa, justo en el lugar donde mis padres no me buscarían o si lo hacían sería el último lugar en hacerlo. Supongo que ellos siempre supieron que yo me escondía ahí, pero tal vez interpretaron que ese era mi lugar, el único lugar en el mundo que con murallas altísimas y torres de vigilancia se custodiaba todo mi ser herido y expuesto. Estando allí solía ponerme a cantar siempre una misma canción. La había escuchado por primera vez en la radio y su estribillo se me había hecho carne rápidamente; así la memoricé y cuando me sentía terriblemente solo o vulnerable la cantaba, sin darme cuenta, tan solo la cantaba pensando en el miedo que la situación que estaba viviendo me producía. Mis mundos interiores desde siempre fueron amurallados. Cuando se fisuraban las murallas inmediatamente las socorría volviéndolas a levantar, no permitiendo así que nadie ingresase en mi territorio, en mi mundo. Era un gran señor feudal, sin saberlo me había convertido en ello, yo tan solo era un niño.

- ¿Te gusta? -preguntó Isabel.
- Me ha encantado venir a este sitio, Isabel -le respondí.
- Tengo por costumbre venir seguido hasta aquí. Me gusta dejarme llevar por los sonidos, ver el reflejo de las nubes en el agua cristalina y sentir que al menos por un instante este lugar del planeta es mío, solo mío, y de nadie más.
- ¡Qué bonita sensación! -repuse- yo tenía un lugar así cuando era niño, y casualmente recién lo estaba recordando. Era mi lugar, de nadie más, inclusive ni siquiera de mis padres. Ellos nunca supieron que era mi lugar, creo.
- ¿Sabes Alan?, nunca vine con nadie a aquí. Siempre he venido sola; y tampoco le he contado nunca a nadie sobre este sitio. Pero ésta mañana, tras levantarme, pensé en ti, e inmediatamente las cascadas se dibujaron en mi mente. Supongo que ha sido porque mi subconsciente las fusionó contigo por algo, algo que yo misma desconozco, o bien por algún tipo de conexión que vos y yo tenemos y aún no sé de que tipo es.
- Increíble. Y esa fusión ha funcionado, pues me siento súper bien en este sitio. Gracias, gracias por haberme traído hasta aquí, a tú sitio, a tú lugar en el mundo.

Nos quedamos un rato más en silencio. Miré las palmas de mis manos y contemplé sus líneas. Intenté recordar cuál era la llamada línea de la vida pero no supe encontrarla. Tal vez allí estuviera escrito que yo ese día estaría sentado en aquel sitio junto a Isabel. Cosas del destino, eso me dije. Volvimos hacia donde estaba la bicicleta, improvisamos una especie de mesada de campamento y nos echamos en el suelo a comer un par de sándwich. Sintonicé la radio a transistores, increíblemente había señal en aquel páramo, y enfoqué el dial a una estación de música pop. A Isabel le encantó aquello, sus pies moviéndose al ritmo de la música lo consentía. Me tumbé boca arriba a mirar el cielo. Una nube, dos, tres, cuatro, decenas, todas marchando de prisa impulsadas por un fuerte viento que tan solo podía imaginar sin tocarlo o sentirlo. Mucha libertad, mucho espacio, allá arriba se veía un mundo sin esquinas, sin subidas, sin pliegos, sin espirales. Se veía libertad, un cielo cargado de libertad. Así deseé en aquel momento mi vida, libre, libertad, como lo empezaba a sentir desde adentro. Me sobresaltó el mentón de Isabel apoyado en mi pecho. Sus bonitos ojos miraban a los míos y sus labios esbozaban una bella sonrisa. Me quedé inmóvil en aquella posición, tan solo dejé que sucediera.

- ¿Qué miras?, ¿qué piensas?, realmente eres un hombre extraño, Alan.

Solo me limité a mirarla y sonreírle. Cualquier explicación que le intentara dar no sabía si sería la correcta y que justo en aquel instante pudiera explicar lo que pasaba por mi mente y por mi interior. Con los dedos de su mano derecha recorrió mi rostro sin perderse detalle. Isabel se acercó un poco más y me besó. Suave, un beso que perduró un buen rato. Cerró sus ojos, yo cerré los míos. Ambos teníamos los labios sellados pero no importó, fue un beso con mucha dulzura y muy sentido. Sentía cómo su corazón latía aceleradamente, el mío también, ambos latían descompasados, pero entendiéndose. Fue en ese momento que sentí que algo que una vez sentí volvía a pasar dentro mío. Abrí los ojos y miré al cielo. Estaba claro y limpio, ahora sin nubes, magnánimo, espléndido y me sentí puro. En la radio sonaba Radiohead, mi piel se erizó y entonces volví a cerrar mis ojos atrapando así, dentro de mis murallas, aquel momento que estaba viviendo. 


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2 comentarios:

  1. A pesar de estar con dos chicas a la vez, no lo puedo odiar, Alan es de los que se da a querer. Curioso, las dos mujeres, Isabel y su ex pensaron en él al despertarse.

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  2. @TEREZA:

    Lectora a veces hay tantas cosas curiosas en la vida de las personas que para algunos es algo increíble y para otros algo normal.

    Creo que el personaje masculino buscó abrirse camino.

    Beso.

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