sábado, 12 de septiembre de 2009

mundos espiralados (12)



Capítulo 12


- Ya es tarde, ¿deseas quedarte a dormir?, hay lugar, tengo un par de frazadas y almohada. Pero si quieres te acompaño hasta tú casa -dije mientras miraba aún arder los leños.
- No quiero incomodarte, creo que ya demasiado has tenido con mi presencia invisible y todo esto que he provocado en tú vida.
- No has provocado nada malo. Todos tenemos momentos de debilidad, de dolor o momentos en donde la vida parece proponerse hacernos pasar por un infierno. Tú decides, si quieres quedarte te quedas, sino te acompaño.
- Me quedaré -dijo resueltamente.

La vi sonreír por primera vez después del sollozo. Me levanté y fui a la cocina a preparar una cena simple. Tomé un par de huevos de la heladera, un trozo de carne y me dispuse a preparar unos bifes de carne con huevos revueltos. No es que sea un gran cocinero pero comidas así de simples las preparo bastante bien. Tomé dos latas de cerveza de la heladera y le convidé una a ella. No quiso, en cambio me pidió una gaseosa. Había comprado gaseosas en lata en el pueblo así que tenía un par. Destapó con suavidad la lata y bebió un sorbo. La contemplé por un instante. Aquella chica tenía mucha suavidad. La forma de agarrar la lata, el movimiento de sus manos y brazos, sus facciones suaves y un tanto europeas. En los días que llevaba en aquel lugar había conocido a dos personas. Una era una mujer bella, Isabel, y la otra una mujer mágica, la chica de la voz. Volví a preparar la cena y prendí la radio a transistores. Pronto la casa se llenó de buena música de los noventa. Siempre me gustó la música de los noventa, creo que tenía la esencia de todo lo que marca una nueva generación; aunque me supongo que eso mismo pensarán todos los que siendo adolescentes grabaron en su memoria la música del momento. Mientras la carne se doraba en la plancha yo bailaba al compás de la música. Por un instante me dejé llevar por la música y me olvidé en donde estaba hasta que al alzar la vista vi que la chica de la voz me estaba mirando con una amplia sonrisa. Estaba parada delante mío, pero del otro lado de la mesada. Tan solo sonreía.

- ¿Te gusta ésta música? -le pregunté.
- Me encanta. Somos contemporáneos así que tal vez tengamos los mismos gustos musicales. Me gusta la música de los noventa.
- Pues a mí también, y mucho.
- Veo. -dijo sonriéndome y dejando una especie de carcajada escueta al aire.
- ¿Puedo preguntarte cómo te llamas?
- Hmmmmm, digamos que si te digo que no ya lo has hecho, ya me lo has preguntado, así que mi respuesta es que sí, y mi nombre es Daniela.
- ¿Daniela?, bonito nombre. Me gusta.
- ¡Qué coincidencia!, ¡a mí también! -y tras decirme aquello desató una gran carcajada. Por primera vez vi a la chica de la voz, Daniela, feliz.
- ¿Y tú nombre?, creo que ambos teníamos tanto misterio en la forma de conocernos que no tuvimos tiempo de presentarnos.
- Alan, mi nombre es Alan.
- Mucho gusto Alan -dijo mientras extendía la mano para saludarme y darnos un apretón.

Le correspondí el saludo y terminamos riéndonos. Ahora la chica de la voz tenía nombre, un nombre bonito, que me gustaba. Esa noche dejó de ser solitaria para ambos, ahora nos teníamos el uno al otro en el mismo plano del universo, justamente en un mismo punto.

- ¿Sabes Alan?, hay momentos en que me siento terriblemente sola. Comienza de a poco, silenciosamente, es una sensación que va compenetrándose muy lentamente por todo mi cuerpo. Sube desde la punta de mis pies hasta el último de mis pelos. Algo así como si se ramificara por cada uno de mis vasos sanguíneos. La peor parte es cuando toma mi pecho porque ahí siento una verdadera opresión que me produce una terrible angustia. Si estoy acompañada por alguien, y la persona me conoce, sabe que la soledad está comenzando a brotarme. Es curioso porque me sucede aún cuando estoy acompañada por alguien también. Debería de no sucederme en esos casos, pero sucede. Me toma como desprevenida y me sumerge en un océano oscuro, como si estuviera empetrolado, en el cual no puedo nadar ni huir, tan solo debo dejarme a la deriva y que me mesa a su antojo.
- Es raro, pero no creo que sea algo malo. A todas las personas nos suceden cosas que para otros parecerán tonteras o inexplicables. Supongo que cada uno tiene su propia manera de sentir la vida y a su vez la vida tendrá su propio modo de hacerse sentir en cada individuo. -respondí.
- Lo sé, pero últimamente siento que esa soledad está muy metida en mí.
- Tal vez sea por tú separación. Me dijiste que estabas triste y te sentías mal por ello.
- Creo que el sentirme dejada profundizó ese tipo de crisis en mí, sí, supongo que algo de eso tiene que haber potenciado esa sensación.

Corté un bife y probé un pedazo. La carne estaba a punto y ya tenía hambre, mucho hambre.

- ¿Cenamos?, ya está listo.
- Ok -me respondió mientras giraba su mano derecha en su vientre haciendo el gesto de tener mucho hambre.
- Seguimos charlando en la mesa si quieres, me parece interesante lo que estamos hablando.
- Bueno, gracias. Gracias por esta noche y por tomarte tantas molestias.

Asentí con la cabeza. Ella puso la mesa rápidamente y nos sentamos a comer con muchas ganas. Casi no hablamos mientras cenábamos pero las pocas palabras que se soltaron sirvieron para darme cuenta que aquella chica no la estaba pasando bien. Yo pensaba que tan solo mi mundo estaba averiado y en reconstrucción, pero caí en la cuenta que cada mundo tiene sus fisuras y que por ellas se emana dolor también. Tras terminar la cena ella sacó un cigarrillo de una etiqueta que llevaba en su jeans y me convidó. Le negué el convite, pues no tenía ganas de fumar. Lo encendió y subiendo ambas piernas a la silla se quedó contemplándome seriamente detrás del humo del cigarrillo.

En ese momento recordé a mi madre. Cuando era un niño mi madre fumaba, y bastante. Solía quedarse con un cigarrillo encendido entre sus dedos y la mirada perdida en cualquier lado. Nadie la hacía retornar al presente, tan solo ella después de un tiempo justo y medido regresaba, casi cuando la ceniza del cigarrillo llegaba a la unión de sus dedos. A veces, mientras ella quedaba en ese estado casi hipnótico, pensaba en qué mundos mi madre andaría flotando o cuáles serían los pensamientos que la transportaban hasta ellos. En esos momentos yo vivía las primeras experiencias de soledad. Sentía soledad aún estando acompañado por ella. Su ausencia, al tomar ese estado, era similar a desprenderme de su mano y quedarme flotando sin rumbo en el espacio. Al ver a Daniela fumando de ese modo sentí la misma sensación que con mi propia madre, solo que ahora no flotaba en el espacio sino sobre el valle, en las sierras de Córdoba.

-¿Trabajas? -le pregunté.
-Sí, soy traductora de idiomas. En realidad traduzco al inglés. Mi trabajo consiste en traducir textos de abogados o economistas, darles formato, imprimírselos, y finalmente enviárselos por encomienda a sus despachos. Pagan bien, y dicha paga me sirve para vivir bien y darme ciertos gustos.
- ¿Así que traductora de inglés? -dije sorprendido- nunca hubiera acertado que tenías esa profesión, más bien hubiera apostado a secretaria, guía turística o modelo.
- Woowww -exclamó- ¡qué profesiones tan diferentes! -dijo riéndose y colocando su mano izquierda sobre su boca- ¿Y porqué piensas que podía hacer cosas tan distantes entre sí?
- No lo sé, supongo que por distintas facetas de tú personalidad que voy notando. Creo que podrías ser secretaria porque eres intuitiva y atenta, supongo que guía turística porque amas la naturaleza y te gusta el contacto con ella, y modelo porque eres muy bella y tienes un lindo cuerpo.
- Mira tú, nunca me hubiera imaginado nada de eso. Bien dicen que las personas emanamos cosas que muchas veces no logramos ver ni apreciar en su totalidad.
- Y no es un cumplido -aclaré.
- Ya lo sé, no creo que seas un hombre que hace cumplidos a una chica para solo quedar bien con ella.
- No, no soy de ese tipo de hombres.

Dejamos los platos sobre la mesa y nos fuimos a sentar en las escalinatas de la galería. Ya era tarde, probablemente la una de la madrugada. Nos sentamos uno al lado del otro. Ella casi terminaba su cigarrillo y yo masticaba un caramelo gomita. Había humedad en el aire y eso hacía sentir un poco de frío. Ella frotó con sus manos sus brazos y supe que tenía frío. Me quité mi camisa y la puse sobre sus hombros. Me acerqué a ella, crucé por segunda vez mi brazo derecho sobre su hombro derecho y la arropé en contra de mi cuerpo. Arrojó la colilla del cigarrillo y me abrazó. Toda aquella escena sucedió en silencio, tan solo bajo la mirada lánguida de una luna anaranjada. A veces dos soledades al fusionarse conducen a una nueva historia en la cual la soledad en sí misma carece de contexto, queda de lado, y da paso a la fusión. Una de esas veces fue aquella noche.


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2 comentarios:

  1. Que romantica escena! Y me dio mucha risa porque me vi ahi, casi nadie me cree que amo escribir, me ven chavita y relajienta que nadie me cree!
    Tu lectora!

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  2. @TEREZA:

    Lectora, ¿nadie te cree?, pues deberían porque vas forjando tú talento.

    No hagas caso, vos simplemente escribí.

    Beso.

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