Después de un rato largo de estar abrazados entramos a la casa para acostarnos. Daniela tomó un par de frazadas de un viejo ropero que se hallaba en la habitación de mi abuelo y se acostó en mi habitación. Yo me acosté en la habitación contigua, en el suelo, sobre otro montón de frazadas viejas. La luz de la luna se colaba por las ventanas de la casa como una intrusa, sin pedir permiso alguno. Siempre me gustó contemplar la luz de la luna invadiendo la oscuridad, me produce una sensación de compañía, como que algo que parece flotar inerte en el universo se apiada de tú soledad y se manifiesta como un ser vivo. Leía el último capítulo del Conde de Montecristo cuando caí en la cuenta que Daniela no apagaba la luz del velador. Me dio curiosidad, pensé que se había quedado dormida con la luz encendida. Me levanté muy despacio y con temor a que me viera me asomé con mucho sigilo por la puerta de la habitación. Seguramente si me viese y estaba en ropa interior se enfadaría, pero mi curiosidad podía más. Sin embargo, allí estaba, sentada sobre la cama, mirando la luna. Tenía sus piernas contra su pecho, sus brazos rodeándolas y su mentón sobre sus rodillas. Un aura de paz parecía rodearla. La contemplé durante unos cuantos minutos. No podía dejar de contemplar aquella escena. La belleza de sus piernas, el perfil de su rostro, la mirada perdida, la tonalidad anaranjada de los rayos de la luna recorriéndole toda su piel visible, todo parecía armonizar a la perfección. Era tal la sensación de plenitud que me producía aquella imagen que dejé que me invadiera por completo y manteniéndome extasiado durante un buen rato.
Volví a la cama sin hacer ruido y permanecí tendido largo tiempo en ella, inmóvil. Tan solo mirando el techo. A mi lado la historia del Conde de Montecristo aún no llegaba a su fin, aún no se consumaba la terrible venganza. Tomé mi celular y miré la hora, eran las 3:40 de la madrugada, demasiado tarde y demasiado temprano a la vez. Decidí volver a la habitación donde estaba Daniela. Tras asomarme por la puerta ella volteó y se quedó mirándome. De sus ojos provenía fuertemente una mirada dulce y sensual a la vez. Mi cuerpo se estremeció. Me apoyé en el marco de la puerta y me disculpé por mi presencia, a lo cual ella con un gesto asintió y con su mano me invitó a pasar. Tras cruzar la puerta me sentí tremendamente atraído por su sensualidad. Caminé un par de pasos hasta la cama y me senté. Lentamente se quitó la ropa interior que llevaba puesta quedando completamente desnuda ante mi vista. Su cuerpo era tan perfecto que no llegó a excitarme, tan solo me limité por un instante a recorrerlo con mi vista y admirar la belleza de sus senos duros y perfectamente redondos, la tonalidad y perfección de sus pezones, la curvatura de sus caderas, y sus muslos, que dejaban entrever que aquella chica ya era una mujer adulta y perfectamente exquisita. Por donde mirase encontraba perfección y belleza. Tomándome la mano derecha la apoyó en su vientre y recorrió sus senos con ellas. Mi mano estaba caliente, ardía, me sentía entragado a aquel contacto magnético. Nos besamos profundamente con una poderosa carga pasional. No podía pensar en nada, solo dejé que mi cuerpo y mi interior tomaran el camino solos, el sendero biológico que el instante me proponía recorrer.
Hicimos el amor casi toda la madrugada. Nuestros cuerpos terminaron sudados y extenuados. Con un último esfuerzo tomé la llave del velador y apagué la luz. Daniela se durmió rápidamente; yo en cambio mientras mis ojos se empezaban a desvanecer escuchaba el mecer de los quebrachales y el silbido del viento sur que había comenzado a soplar. Miré por última vez hacia la ventana y vi de fondo las sierras iluminadas por la luna. Se veían omnipotentes, lejanas, altivas, y me sentí pequeño pero seguro. Estaba ahí, en un punto único del universo acostado al lado de una mujer que hacía tan solo un día había conocido. Había hecho el amor con ella de una manera que jamás había logrado con otra mujer y me sentía profundamente bien. Al rato mis ojos terminaron de cerrarse y me dormí.
Por la mañana tras despertarme Daniela ya no estaba a mi lado. La llamé y tampoco contestó. Me vestí presurosamente y la busqué por la casa, en la galería, por los alrededores, pero no había rastros de ella. Ya no estaba. Entonces pensé si aquello que recordaba haber vivido la noche anterior no sería un sueño, pero enseguida quité esa idea de mi cabeza pues aún permanecía su perfume en las sábanas.
Esa misma mañana mi celular sonó. Al atender me sorprendí, era mi ex novia.
- Hola, tanto tiempo. ¿Aún me recuerdas? -dijo con una voz sumamente débil.
- Hola, sí, claro, ¿cómo no he de recordarte? -respondí.
- No sé, tal vez ya me habías olvidado.
- No, no soy de las personas que olvidan a quienes pasan por su vida. No sé si eso es bueno o es malo, pero así funciono, así elijo vivir mis relaciones.
- Bueno, qué bien, me alegro entonces...
- ¿Qué deseas?, ¿necesitás algo?, ¿a qué debo tú llamado hoy? -pregunté con sinceridad tras no entender el porqué de su llamado después de tanto tiempo.
- No lo sé. Esta mañana tras despertarme pensé en vos entonces comencé como loca a revolver papeles buscando tú número de teléfono y tras encontrarlo decidí llamarte. Supongo que necesitaba escuchar tú voz.
No supe qué decirle. En realidad mientras ella me hablaba sentía muchas cosas dentro de mí. Me imaginé una cicatriz a la cual le sacan los puntos y uno de ellos duele y vuelve a abrirse y por él comienza a emanar sangre, comenzando así nuevamente el proceso. Pero esta vez se sentía distinto. No había dolor. No. Ahora se sentía raro y sin sentimiento. Supuse que el punto abierto en la cicatriz era solo una sensación porque realmente no había sangre, todo ya estaba cerrado.
- Bueno, ahora me escuchas.
- Sí, lo sé. Seguramente te pareceré una tonta por éste llamado, pero nosotras las mujeres a veces hacemos cosas así ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Claro, adelante.
- ¿Estás de novio o has conocido a alguna chica? -tras recibir aquella pregunta mi mente se turbó. Mi boca se secó y mi sistema nervioso súbitamente se activó. Una decena de respuestas se abalanzaron en mi mente como flechas con sus puntas encendidas. Pero tomé aire, pensé la más sincera y minimista y le respondí.
- En realidad no quiero hablar de mi vida privada. Supongo que es lo mejor para ambos. Yo no te pregunto, tú no me preguntas. Además, no quiero saber. Si eres feliz yo sonreiré.
Calló por un instante. Del otro lado de la línea parecía haber un profundo abismo y yo estar en su borde, expectante.
- Me parece bien -respondió secamente- ya debo cortar. Otra vez te llamaré con más tiempo. Adios.
- Adios.
Tras cortar me tumbé en la cama y me quedé mirando el techo. El olor al perfume de Daniela emanaba profundamente desde las sábanas, ello me ayudó rápidamente a quitar la imagen de mi ex novia de mi mente.
Me preparé el desayuno y abrí las ventanas de la casa de par en par para que el aire entrara y todo se inundara con olor a naturaleza. Me senté en la galería a beber el café. En ese momento pensé cual habría sido el verdadero motivo del llamado de mi ex, pero enseguida me auto reproché aquello pues ya había tomado la decisión de dejarla ir. Ya era una decisión más que tomada. Debía ser fuerte y no sucumbir ante los embates o trucos que la vida me ponía delante. Fue doloroso ahogar aquel amor, entonces debía recordarlo y con ello darme fuerzas para seguir adelante y bien.
Unas cuantas nubes comenzaban a cubrir el cielo. Decidí caminar y terminar de leer el libro del Conde de Montecristo sentado en algún lugar perdido del valle. Los pajonales se zarandeaban por causa del viento y cada vez más nubes comenzaban a tapar más y más al sol. Caminé un buen rato por el camino que conducía hacia el pueblo y casi estando a mitad de este vi venir una bicicleta como un punto que comienza a agigantarse desde el horizonte. Tras acercarse unos cuantos metros reconocí a Isabel. Sonriente y llena de vida pedaleaba con ganas y fuerza contra el viento.
- ¿Qué haces por acá? -le pregunté admirado- ¡es una verdadera sorpresa encontrarte!
- Lo mismo digo -me respondió- Venía a buscarte, me preguntaba si tenías ganas de ir a las cascadas conmigo.
- ¿Cascadas?
- Sí, hay unas cascadas como a dos kilómetros de la casa de tú abuelo en dirección al norte. Suelo ir ahí cuando está nublado. Me gusta ver reflejadas las nubes sobre el agua cristalina. Es que en ese lugar el agua es cristalina, muy cristalina. ¿Deseas venir?
Acepté. Tenía ganas de compartir un momento con Isabel. Me gustaba su compañía. Mi mundo volvía a convertirse en un verdadero espiral. Tras salir y sellar la relación con mi ex novia ahora estaba sumergido en la vida de una chica cuya voz hasta hacía pocas horas era un misterio y había terminado haciéndome el amor, y otra mujer, bella y sumamente agradable, que con su feminidad me cautivaba. Volvimos por el mismo camino. Dejé en la casa de mi abuelo el libro que llevaba conmigo y tomé la mochila previamente cargándole una botella con agua, un par de sándwich, la radio a transistores y mi cámara digital.
- ¿Quieres que te lleve?, yo manejo la bicicleta y tú vas detrás con la mochila -le pregunté haciéndole el ademán de manejar la bicicleta.
Isabel me miró, durante un segundo pareció pensar la respuesta y automáticamente aceptó. Al rato íbamos ambos en la bicicleta sendero abajo rumbo a las famosas cascadas escondidas entre las sierras. Pedaleé unos tres kilómetros y medio hasta llegar a un claro. Un río de agua cristalina estaba delante nuestro y enfrente el comienzo de los primeros cerros.
- ¿Ves los cerros? -me preguntó Isabel.
- Sí, los veo, ¿qué hay con ellos?
- Detrás del primer cerro están las cascadas. Debemos cruzar el río con la bicicleta al hombro y subir el cerro.
Por un instante la miré un tanto incrédulo pero mi cara desdibujó aquella manera de mirar y crucé el río con la bicicleta al hombro. El cerro era bajo, no medía más de cien metros de altitud. Tras llegar al punto en cuestión me quedé parado con la bicicleta apoyada a mi lado y observé obnubilado la majestuosidad de aquellas cascadas. Percibía la sonrisa de Isabel a mi lado. A veces las cosas más maravillosas en la vida de uno suceden un buen día, después de levantarte y sin pensar que ese día será un gran día.
Volví a la cama sin hacer ruido y permanecí tendido largo tiempo en ella, inmóvil. Tan solo mirando el techo. A mi lado la historia del Conde de Montecristo aún no llegaba a su fin, aún no se consumaba la terrible venganza. Tomé mi celular y miré la hora, eran las 3:40 de la madrugada, demasiado tarde y demasiado temprano a la vez. Decidí volver a la habitación donde estaba Daniela. Tras asomarme por la puerta ella volteó y se quedó mirándome. De sus ojos provenía fuertemente una mirada dulce y sensual a la vez. Mi cuerpo se estremeció. Me apoyé en el marco de la puerta y me disculpé por mi presencia, a lo cual ella con un gesto asintió y con su mano me invitó a pasar. Tras cruzar la puerta me sentí tremendamente atraído por su sensualidad. Caminé un par de pasos hasta la cama y me senté. Lentamente se quitó la ropa interior que llevaba puesta quedando completamente desnuda ante mi vista. Su cuerpo era tan perfecto que no llegó a excitarme, tan solo me limité por un instante a recorrerlo con mi vista y admirar la belleza de sus senos duros y perfectamente redondos, la tonalidad y perfección de sus pezones, la curvatura de sus caderas, y sus muslos, que dejaban entrever que aquella chica ya era una mujer adulta y perfectamente exquisita. Por donde mirase encontraba perfección y belleza. Tomándome la mano derecha la apoyó en su vientre y recorrió sus senos con ellas. Mi mano estaba caliente, ardía, me sentía entragado a aquel contacto magnético. Nos besamos profundamente con una poderosa carga pasional. No podía pensar en nada, solo dejé que mi cuerpo y mi interior tomaran el camino solos, el sendero biológico que el instante me proponía recorrer.
Hicimos el amor casi toda la madrugada. Nuestros cuerpos terminaron sudados y extenuados. Con un último esfuerzo tomé la llave del velador y apagué la luz. Daniela se durmió rápidamente; yo en cambio mientras mis ojos se empezaban a desvanecer escuchaba el mecer de los quebrachales y el silbido del viento sur que había comenzado a soplar. Miré por última vez hacia la ventana y vi de fondo las sierras iluminadas por la luna. Se veían omnipotentes, lejanas, altivas, y me sentí pequeño pero seguro. Estaba ahí, en un punto único del universo acostado al lado de una mujer que hacía tan solo un día había conocido. Había hecho el amor con ella de una manera que jamás había logrado con otra mujer y me sentía profundamente bien. Al rato mis ojos terminaron de cerrarse y me dormí.
Por la mañana tras despertarme Daniela ya no estaba a mi lado. La llamé y tampoco contestó. Me vestí presurosamente y la busqué por la casa, en la galería, por los alrededores, pero no había rastros de ella. Ya no estaba. Entonces pensé si aquello que recordaba haber vivido la noche anterior no sería un sueño, pero enseguida quité esa idea de mi cabeza pues aún permanecía su perfume en las sábanas.
Esa misma mañana mi celular sonó. Al atender me sorprendí, era mi ex novia.
- Hola, tanto tiempo. ¿Aún me recuerdas? -dijo con una voz sumamente débil.
- Hola, sí, claro, ¿cómo no he de recordarte? -respondí.
- No sé, tal vez ya me habías olvidado.
- No, no soy de las personas que olvidan a quienes pasan por su vida. No sé si eso es bueno o es malo, pero así funciono, así elijo vivir mis relaciones.
- Bueno, qué bien, me alegro entonces...
- ¿Qué deseas?, ¿necesitás algo?, ¿a qué debo tú llamado hoy? -pregunté con sinceridad tras no entender el porqué de su llamado después de tanto tiempo.
- No lo sé. Esta mañana tras despertarme pensé en vos entonces comencé como loca a revolver papeles buscando tú número de teléfono y tras encontrarlo decidí llamarte. Supongo que necesitaba escuchar tú voz.
No supe qué decirle. En realidad mientras ella me hablaba sentía muchas cosas dentro de mí. Me imaginé una cicatriz a la cual le sacan los puntos y uno de ellos duele y vuelve a abrirse y por él comienza a emanar sangre, comenzando así nuevamente el proceso. Pero esta vez se sentía distinto. No había dolor. No. Ahora se sentía raro y sin sentimiento. Supuse que el punto abierto en la cicatriz era solo una sensación porque realmente no había sangre, todo ya estaba cerrado.
- Bueno, ahora me escuchas.
- Sí, lo sé. Seguramente te pareceré una tonta por éste llamado, pero nosotras las mujeres a veces hacemos cosas así ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Claro, adelante.
- ¿Estás de novio o has conocido a alguna chica? -tras recibir aquella pregunta mi mente se turbó. Mi boca se secó y mi sistema nervioso súbitamente se activó. Una decena de respuestas se abalanzaron en mi mente como flechas con sus puntas encendidas. Pero tomé aire, pensé la más sincera y minimista y le respondí.
- En realidad no quiero hablar de mi vida privada. Supongo que es lo mejor para ambos. Yo no te pregunto, tú no me preguntas. Además, no quiero saber. Si eres feliz yo sonreiré.
Calló por un instante. Del otro lado de la línea parecía haber un profundo abismo y yo estar en su borde, expectante.
- Me parece bien -respondió secamente- ya debo cortar. Otra vez te llamaré con más tiempo. Adios.
- Adios.
Tras cortar me tumbé en la cama y me quedé mirando el techo. El olor al perfume de Daniela emanaba profundamente desde las sábanas, ello me ayudó rápidamente a quitar la imagen de mi ex novia de mi mente.
Me preparé el desayuno y abrí las ventanas de la casa de par en par para que el aire entrara y todo se inundara con olor a naturaleza. Me senté en la galería a beber el café. En ese momento pensé cual habría sido el verdadero motivo del llamado de mi ex, pero enseguida me auto reproché aquello pues ya había tomado la decisión de dejarla ir. Ya era una decisión más que tomada. Debía ser fuerte y no sucumbir ante los embates o trucos que la vida me ponía delante. Fue doloroso ahogar aquel amor, entonces debía recordarlo y con ello darme fuerzas para seguir adelante y bien.
Unas cuantas nubes comenzaban a cubrir el cielo. Decidí caminar y terminar de leer el libro del Conde de Montecristo sentado en algún lugar perdido del valle. Los pajonales se zarandeaban por causa del viento y cada vez más nubes comenzaban a tapar más y más al sol. Caminé un buen rato por el camino que conducía hacia el pueblo y casi estando a mitad de este vi venir una bicicleta como un punto que comienza a agigantarse desde el horizonte. Tras acercarse unos cuantos metros reconocí a Isabel. Sonriente y llena de vida pedaleaba con ganas y fuerza contra el viento.
- ¿Qué haces por acá? -le pregunté admirado- ¡es una verdadera sorpresa encontrarte!
- Lo mismo digo -me respondió- Venía a buscarte, me preguntaba si tenías ganas de ir a las cascadas conmigo.
- ¿Cascadas?
- Sí, hay unas cascadas como a dos kilómetros de la casa de tú abuelo en dirección al norte. Suelo ir ahí cuando está nublado. Me gusta ver reflejadas las nubes sobre el agua cristalina. Es que en ese lugar el agua es cristalina, muy cristalina. ¿Deseas venir?
Acepté. Tenía ganas de compartir un momento con Isabel. Me gustaba su compañía. Mi mundo volvía a convertirse en un verdadero espiral. Tras salir y sellar la relación con mi ex novia ahora estaba sumergido en la vida de una chica cuya voz hasta hacía pocas horas era un misterio y había terminado haciéndome el amor, y otra mujer, bella y sumamente agradable, que con su feminidad me cautivaba. Volvimos por el mismo camino. Dejé en la casa de mi abuelo el libro que llevaba conmigo y tomé la mochila previamente cargándole una botella con agua, un par de sándwich, la radio a transistores y mi cámara digital.
- ¿Quieres que te lleve?, yo manejo la bicicleta y tú vas detrás con la mochila -le pregunté haciéndole el ademán de manejar la bicicleta.
Isabel me miró, durante un segundo pareció pensar la respuesta y automáticamente aceptó. Al rato íbamos ambos en la bicicleta sendero abajo rumbo a las famosas cascadas escondidas entre las sierras. Pedaleé unos tres kilómetros y medio hasta llegar a un claro. Un río de agua cristalina estaba delante nuestro y enfrente el comienzo de los primeros cerros.
- ¿Ves los cerros? -me preguntó Isabel.
- Sí, los veo, ¿qué hay con ellos?
- Detrás del primer cerro están las cascadas. Debemos cruzar el río con la bicicleta al hombro y subir el cerro.
Por un instante la miré un tanto incrédulo pero mi cara desdibujó aquella manera de mirar y crucé el río con la bicicleta al hombro. El cerro era bajo, no medía más de cien metros de altitud. Tras llegar al punto en cuestión me quedé parado con la bicicleta apoyada a mi lado y observé obnubilado la majestuosidad de aquellas cascadas. Percibía la sonrisa de Isabel a mi lado. A veces las cosas más maravillosas en la vida de uno suceden un buen día, después de levantarte y sin pensar que ese día será un gran día.
Yo pense que tardaría todo este relato y el siguiente en terminar el Conde de Montecristo tomando en cuenta lo mucho que le sucede en su vida. La espiral se va cerrando!
ResponderEliminar@TEREZA:
ResponderEliminarSupongo que las espirales son así, uno nota que se van abriendo y en otros momentos que se cierran de golpe. Nuestras vidas son como espirales, ¿alguna vez lo pensaste así?
Beso :)
Gracias por el paso por mi blog, Miguel.
ResponderEliminarDisculpa que lo diga, pero la palabra "tu" lleva tilde solamente cuando es pronombre, no cuando es adjetivo posesivo.
Saludos!
@ANA LAURA SERRA:
ResponderEliminarHola, bienvenida a este blog.
Al contrario, no pidas disculpas por eso, siempre ese tipo de cosas son bienvenidas. A veces de tipear rápido se pasan cosas y ahora que estoy intentando usar las Google Docs (herramientas ofimáticas online) carezco del diccionario asistente poderoso de Word. No obstante tengo muy buena ortografía pero a veces algo se pasa.
Gracias por tú comentario.
Saludos.