miércoles, 28 de octubre de 2009

mundos espiralados (21)




21


Aquel año terminó de la mejor manera. Terminé haciendo un racconto de lo vivido en él. La semana de Navidad la utilicé para acomodar el departamento y prepararlo para su entrega, pues ya era enero y debía entregarlo en días. Cambios. Alquilar en otro sitio. Renovación. Esas cosas que siempre están en boga entre los estudiantes universitarios. Diciembre había llegado cargado de sonrisas y de un calor un tanto anormal. A veces suele suceder eso, una estación parece alocada y se sale del común denominador que traía por años y todo parece alterarse; pues bien, eso pasó aquel diciembre, el calor era más que lo normal para la época e invitaba a disfrutar. Diciembre me agarró sonriente, así podría definirlo. Durante esa semana me dediqué a pintar y arreglar todo el departamento. Los vientos de cambios me hacían sentir optimista. Mientras hacía el trabajo pensaba los momentos que había vivido en aquel sitio y todas las cosas que habían sucedido durante ese tiempo. Es increíble cómo un conjunto de paredes puede mimetizarse tanto con nosotros mismos. Pasan a formar parte de la historia personal de uno y poco a poco se convierten en verdaderas confidentes dentro de un universo donde suele reinar ampliamente la soledad y el silencio.

Yo había transitado un sinnúmero de momentos que habían logrado tocar mis fibras más íntimas, y ese departamento, esas paredes, habían sido testigo de muchos de ellos. Ese mismo año me había iniciado conmigo completamente enamorado. Pero ese mismo año esa mujer al poco tiempo me dejaba por un hombre bastante mayor que ella, del cual decía estar enamorada. Nuestro amor se había esfumado y nada quedaba. Yo había aprendido la lección, o al menos así intentaba sentirlo. Las lecciones del desamor se aprenden con el tiempo, esa regla sí se había colado en mis sienes. Pertenece a ese tipo de lecciones que se aprenden tras vivirlas y que dejan profundas cicatrices bajo la piel nueva. Las vueltas del destino me habían permitido conocer también a un par de mujeres bellas, femeninas y muy especiales, que de una u otra manera se habían cruzado en mi camino dentro de la espiral. Si pudiera escribir ahora una palabra con los imanes de la heladera seguramente sería, “destino”. Siempre fui un creyente de que nuestro destino ya está escrito. No soy de los que piensan que si ya está escrito para qué vivir entonces, no, al contrario, está escrito pero no se nos devela, sino que lo hace de a poco, como si viniésemos a la vida bajo un impresionante eclipse y poco a poco tras el lento pasar del tiempo el sol fuese apareciendo e iluminara nuestro caminar. Esa sensación del eclipse siempre la tuve presente en mi mente, me acompaña desde muy pequeño, me hace pensar que la sombra del eclipse está a solo un metro de mí, no mas, y que si miro al horizonte de mi vida aún queda mucho por ver y descubrir. Supongo que es un pensamiento fantástico y tal vez irreal, pero cada vez que lo elaboro interiormente me dan más ganas de vivir, todo impulsado por ese anhelo humano de la curiosidad y querer saber que hay más allá, donde no se nos permite ver.


Organizando el placar encontré la carta de Isabel. Habían transcurrido un par de meses desde que la había recibido y no le había respondido. En su momento pensé que sería lo mejor, que como yo no tenía la solución para su problema tal vez sería mejor el silencio. Pero en ese instante que tuve nuevamente la carta en mis manos me dieron ganas de volver a verla, de saber cómo le iba en la vida y de poder disfrutar nuevamente de su compañía. Decidí escribirle. Esa misma tarde salí a comprar un par de cosas que me hacían falta para seguir reacondicionando el departamento y compré un bloc de hojas y una lapicera. Al atardecer, cuando el bullicio de la ciudad cesó, me senté a escribirle un borrador de la carta en el balcón. Sin que las palabras me fluyeran me dejé hipnotizar por la caída del sol. En aquel edificio yo vivía en un quinto piso, y los atardeceres se podían ver de manera casi única, era un privilegiado en eso. Tan pocas veces lograba verlos. Es que siempre andaba enfrascado en lo cotidiano, en el trajín de la universidad o envuelto en mis problemas diarios, y nunca prestaba atención a esa maravilla de la naturaleza y el poder saborear la vida desde lo simple, con ese sabor que muchas veces se siente extraño al paladar de los sentidos. Ni una palabra había escrito, pero sin querer había dibujado una espiral, a modo de esos rayones que hace uno cuando divaga y el sistema nervioso hace lo que se le da la gana sobre un pedazo de papel. Miré la espiral y recordé el texto que venía escribiendo. Los mundos espiralados parecían intersecar demasiado con mi propia vida y hasta pensé en un momento que yo mismo pertenecía a ese tipo de mundos, que alguna porción de mi ser se acomodaba a la perfección en ellos. O tal vez todos en alguna medida pertenecíamos a ese tipos de mundos, así, como si fuesen galaxias emparentadas que flotan como vecindades en el espacio y donde por más que los habitantes de unas les griten a los de otras galaxias vecinas estos no pueden escucharlos. No pueden ayudarlos, en definitiva no pueden interferir con las curvas que las espirales y el destino les tienen preparado.

“Isabel…” así empezó mi respuesta. Luego siguieron un montón de deseos y anhelos para rematar finalmente el texto con el deseo de poder volver a vernos. Tras colocar mi nombre al pie de la carta puse entre paréntesis el número de mi teléfono celular. Tal vez de esa manera sería más fluida la conexión entre ella y yo, y más rápida también. Doblé el borrador y lo metí entre las hojas del bloc. Observé el balcón de la mujer en silla de ruedas y no estaba, curiosamente no estaba. Esbocé una sonrisa. La imaginé tomando un aperitivo con sus amigas o visitando algún familiar, divirtiéndose, evadiendo la curva de la espiral que la había tocado en su vida un tanto cargada de soledad. Así me quedé sintiendo el anochecer caer poco a poco sobre mis hombros. Deseé ser feliz. Por primera vez en mi vida había levantado mi mirada hacia el cielo y como buscando un punto fijo deseé ser feliz. Como todo el mundo deseé ser feliz.

Esa noche soñé. Lo hice con escenas bonitas y momentos felices de mi vida. Sueños de ese tipo que siempre quieres soñar y jamás despertar. Sueños que te gustaría guardar dentro de una caja, colocarle un membrete con el nombre de una persona que quieres como destinatario y enviárselo por correo ultra rápido, sin demoras, lo más veloz posible con el solo fin de darle rápidamente ese puñado de felicidad. Al otro día despaché la carta en la sucursal del Correo Argentino de mi barrio. Le había pegado una estampilla alusiva a la esperanza, una de esas que tras pegarla en el sobre piensas que ayudas aunque sea en algo al mundo, tal como si fuese una pequeña gota en un vasto e inconmensurable océano. Pedaleé en mi bicicleta hasta la universidad. Le puse una cadena con candado y me senté en un banco al lado del estacionamiento. Allí hice tiempo hasta la hora de mi primer cátedra. Observaba el lento pasar de las nubes y recordé los dibujos de la habitación de mi ex novia. Esa vieja psicodelia que tanto me atraía de ella. Busqué mi teléfono celular dentro de mi mochila y escribí un breve mensaje de texto a quien había sido mi novia. “Gracias. Ya es hora de dejarte ir para siempre.”, escribí, luego presioné el botón de ENVIAR. No hubo mensaje de respuesta, supongo que hay respuestas que son predecibles y por ende se dan por asentadas.


La mañana de navidad di dos vueltas de llave a la puerta y cerré el departamento. Iría a casa de mis padres y pasaría la navidad y el año nuevo junto a ellos. En uno de mis hombros colgué la mochila y en el otro el estuche de mi violín. Caminé varias cuadras para llegar a la terminal de colectivos. Me gustaba siempre caminar, era una manera única de apreciar la ciudad y las personas que la habitan. Siempre fui de la idea que mimetizándote con la gente la conoces mejor, te empapas de ellas y puedes absorber su esencia para después resumírsela en cuenta gotas a tú personalidad. Al llegar a la terminal saqué el pasaje y me senté a esperar el colectivo. Estaba lleno de gente caminando apresuradamente, algo que supongo siempre pasa en una terminal de colectivos y más aún en las vísperas de navidad. Una señora de unos setenta y tantos años estaba sentada a mi lado. Miraba fijamente un punto perdido en la nada. No dejó de hacerlo casi todo el rato que estuve allí. Esa atención constante corroía mi sistema nervioso. Algo dentro mío entraba en furia por un hecho externo a mí. Increíblemente me descubrí alterado después de mucho tiempo y por una verdadera estupidez. Entonces orienté mi vista hacia el lugar donde la anciana observaba y topé mi mirada con una gran pantalla LCD. Era hora de noticieros. Noticias de último momento. Una joven de un pueblo de traslasierras había fallecido. Se suponía suicidio. Un hecho lamentable y triste. No es bueno para ninguna sociedad que su juventud tenga acciones suicidas. No tenía familiares, tan solo los empleados de su tienda. Me sentí caer. No podía hablar, ni siquiera emitir un sonido. Mis ojos se brotaron enseguida de lágrimas. El nombre de Isabel se leía claramente en las letras del televisor. Su nombre parecía desteñido y ajado desde la distancia y en mi mente el eco de sus palabras escritas aún podía palparlas. De repente todo se había tornado gris a mi lado, tal como si una tormenta de arena me hubiera sorprendido en medio del desierto. No había podido hacer nada, no había sabido cómo hacerlo. Pensé en la carta dentro del correo. ¿La habrían despachado?, ¿estaría justo en ese momento un cartero llevando la carta a Isabel? Preguntas sin respuestas. Respuestas que ya no tenían sentido. Isabel había muerto y esa era la triste realidad.

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4 comentarios:

  1. Miguelitoooooooooooooooooooooooo.
    Te mando un fuerte abrazo, te dejo un beso.
    Soy sincera al decirte que no puedo sentarme a leer tu nuevo post... el trabajo me tiene a full y no tengo el tiempo que quisiera pero ac{a paso a saludarte y saber que estás escribiendo.

    Un beso y otro abrazo, cuidate mucho, muas.

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  2. Me has impactadooooo!!! ISABEL!!!! NOOOO!!!!

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  3. @NATY:

    Morocha, siempre es lindo que pases por mis blogs, es una agradable presencia, ya lo sabés. Yo sé que andas a full, que por tú laburo no tenés mucho tiempo y además reconozco que este blog poco a poco se ha convertido casi en las páginas de un libro. No obstante gracias por pasar.

    Te mando un beso y un abrazo baby.

    Cuidate.

    ;)

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  4. @TEREZA:

    Sí, Isabel sí. Son las vueltas de la espiral.

    Besos Tere ;)

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