El fin del día
Cuando el sol golpea sobre el final del armario y refleja sus últimos destellos sé que es hora de cerrar mi negocio. Es el fin del día. Uno más, uno menos. Es el instante en que dejo de ser el comerciante y paso a ser el ciudadano. Me quito el delantal, guardo los anteojos en su estuche, apago la radio. Finalmente doy vuelta el cartel que pegado al vidrio de la puerta indica que el negocio está cerrado. Y ahora sí, ya empiezo a quedarme solo.
Antes de girar la llave miro por última vez el interior del negocio. Todo está en orden, nada fuera de lugar, mañana, un nuevo día, todo estará en su correspondiente lugar. Camino por las calles del trayecto más corto. Unos niños me cruzan corriendo, otros patean un fútbol que pasa cerca de mí. Risas, alboroto, destellos de vida junto a los últimos destellos del sol.
El camino de regreso a mi casa no es largo, más bien diría que es demasiado corto. Tras atravesar la entrada del edificio siento el frío glacial de la soledad. Entonces sé que estoy llegando. Una pareja de enamorados se está besando en un pasillo. Ellos no están solos. Subo las escaleras y hablo conmigo.
Mientras subo escaleras arriba acomodo mi respiración, recuerdo las charlas que mantuve en el día, retrotraigo las imágenes de los niños que crucé en la calle, el bullicio de la avenida, la música de la radio, el sonido de los besos que acabo de escuchar. Sigo subiendo, ya falta poco. Siento el frío recorrerme la espalda, el mismo frío de todos los días, esa misma sensación que jamás me abandonó y me marcó desde muy pequeño. Soy comerciante, debo ser feliz por ello, me digo. Pero claro, no es así. Al llegar a mi departamento tomo el picaporte con la mano y respiro hondo. Miro la puerta, contemplo las vetas en la madera, veo el color caoba de la misma y entonces intento dibujar una bonita sonrisa.
- Hola, buenas noches –digo sonriendo.
Entonces las paredes me responden con silencio.
(Imagen: http://www.flickr.com/photos/chicken008/4398861567/in/pool-illustrationfriday )