Las manecillas del reloj se mueven lentamente. Su paso, orquestado por el tiempo, parece ser imperceptible a los oídos de Alejandra. No obstante no lo es para sus ojos. En sus pensamientos aquellas manecillas son acusadoras. Señalan y apuntan un índice de rigor que denota que el tiempo se esfuma, avanza, que se diluye sin oposición alguna. ¿Qué he hecho?, se pregunta. La pobre infeliz yace angustiada, tirada sobre el sofá. Una trémula luz solar va colándose a través del ventanal que da al balcón del departamento. Sus bucles están ensortijados, brillan, parecen revivir y alabar aquella luz. Con las manos refriega sus ojos llenos de llanto y dolor. Es que él se fue para siempre. Mejor dicho, nunca lo tuvo.
Sin embargo ella se niega a la pérdida. Desde la noche anterior, después de la contienda en donde el amor y desamor se batían a lucha cuerpo a cuerpo, un mundo nuevo se ha creado ante sus ojos, desdibujando por completo al anterior. El silencio y la soledad yacen inmóviles en los rincones, expectantes a los primeros pasos en falso de sus sentimientos. Alejandra no para de llorar. Sus lágrimas hacen arder sus mejillas y se estrellan en la comisura de los labios. ¿Qué hice?, se vuelve a preguntar. Silencio. No hay respuesta. Solo el incesante caminar de las manecillas del reloj que giran en un ir sin retorno.
Tras las copas de champaña habían arribado los besos diminutos. Las caricias con suavidad. El juego del olfato. Finalmente acaeció el frenetismo, la lujuria y el sexo salvaje atropellando y echando por tierra todos aquellos instantes previos que a ella tanto le complacían. Él, como un poseso, la hizo suya. Una y otra vez, sin titubeos, sin sentimientos. Alejandra solo cerraba sus ojos e imaginaba que algún día el ritual cambiaría. Que tal vez sería una tarde de brisa agradable y suave, de olor a jazmines en el aire, de sábanas de seda, de caricias tibias y besos diminutos. Seguramente esa tarde existiría. En algún lugar donde las manecillas del reloj se posaran esa tarde existiría.
Y entre la lascivia él la arroja contra la cama y la increpa. Le exige ser más puta que aquellas oscuras y bajas que recorren las calles. Le ruega que se convierta en su sierva más infame capaz de darle todo el placer que él desea pero a cambio de nada. Y Alejandra no cedió. Alejandra reacciona. Grita, llora, arroja objetos a cualquier parte de la habitación, erupciona, su vista se nubla y su ser se desborda en una incontrolable mezcla de gestos, insultos y desenfreno. Él ríe. Se viste, la insulta, se burla, la amedrenta con palabras que hieren el corazón de una joven enamorada, y finalmente se marcha. La risa burlona baja tras él retumbando por las escaleras. Se impregna en las paredes, se transmite como eco.
El grifo del agua fría larga un chorro majestuoso que lo inunda todo. Alejandra cae al piso debajo de la ducha y dando un grito de frío al principio luego echa a reír. Ríe como loca. Ríe como mujer enamorada y abandonada. Desnuda se tira al sofá. Apaga la luz del velador y se duerme. La noche la acurruca, el silencio la mece y la soledad se relame.
(Imagen: Andréa Cristo (b. 1971, Brazil)-"Atrapados - Presos - Trapped", 2010 )
=O Pobre Alejandra... una nueva experiencia de vida tendrá en su haber. Pobre de aquel que no supo valorar los besos diminutos y que convierte lo hermoso en distorción absurda de amor.
ResponderEliminarMigue besito
Crudo relato. Me estremeció.
ResponderEliminarUn abrazo!!
Qué placer leerte!!!... Te encontré de casualidad y quedé irremediablemente atrapada...
ResponderEliminarUn abrazo desde Rosario
@ALEJANDRA:
ResponderEliminarA veces pienso que esas experiencias de vida son más que necesarias. Te hacen crecer de golpe. Te hacen valorarte, o tratar de "idiota", una de dos.
Beso.
@SILVIA:
ResponderEliminarSí, tiene cierta crudeza, amiga.
Beso.
@MARIA CAROLINA:
ResponderEliminarBienvenida a mi blog.
Gracias y pasá cuando quieras a leer.
Abrazo.