sábado, 28 de diciembre de 2013

Él lo sabe

Pienso en la inmensidad de ese bosque que a diario se muestra frente al ventanal de mi habitación. Es una inmensidad queda, que reposa silenciosa acunando a todo ser que la habita. Por momentos, mientras la observo con mi rostro pegado al vidrio, siento nacer el deseo de adentrarme en ella, de recorrerla, observarla con sigilo, escudriñar cada uno de sus rincones. Pero se me es negado. La muralla de la ciudad es tan alta. Yo soy tan diminuta. No hay posibilidad alguna que seres como yo puedan ir hacia la inmensidad del bosque. Tan solo podemos habitar lo que el mundo deja de este lado de la muralla, en donde las sombras y los grises dominan y hacen su tertulia.

Quiero, necesito, son palabras que me son siempre negadas. Aquí se prohíbe todo impulso expansivo. Solo nos resta soñar con el rostro pegado al vidrio del ventanal. Es entonces, cuando miro hacia la inmensidad, que suelo preguntarme si habrá otras como yo que desean y anhelan la libertad. La muralla es tan infinita, nos limita tanto… Tan solo la gran puerta situada en medio de ella es capaz de permitirnos llegar al bosque, pero es imposible. El bosque lo sabe. Los que habitan en él también. Supongo que nos observamos mutuamente: nosotros anhelando adentrarnos en la vastedad y ellos intentando explicarse por qué hay mundos tan carcelarios. 

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