lunes, 27 de enero de 2014

El cazador



—¡Ríe, niña!, ¡ríe reina!
Y la niña reía, pero de modo poco feliz, como cuando la felicidad se ha esfumado con lentitud por alguna fisura que humanamente no hemos sido capaz de descubrir.
—¡Vamos!, ¡mira que hermoso cervatillo!... ¡¿acaso no ves que lo he cazado para tí?!... ¡no seas así!, ¡no desprecies mis regalos, niña, reina!
Por la cornamenta del animal caía un delgado hilo de sangre rojo oscuro. Los ojos de la muerte enfocaban hacia la niña con un destello luminoso que hacía recordar ese momento de desdicha, en el cual el pobre animal se paseaba por la linde del bosque buscando comida y la bala asesina ingresaba por su costado, hacía estallar su corazón y volvía a salir del cuerpo, para caer metros más adelante, completamente inservible.
—¿Tienes miedo? —preguntó el cazador tras apoyar una rodilla en el suelo y sostener el fusil con su mano derecha.
A la niña los ojos se le florecieron en lágrimas. El miedo la había petrificado. Observaba, de manera totalmente hipnótica, los ojos del animal.
—Tienes miedo… sí que lo tienes…
—Eres un cazador desalmado —dijo la niña de repente— ¿acaso no has pensado en su madre, o en sus hermanos, o siquiera en él mismo?
—No niña, no lo he hecho —dijo el cazador con una sonrisa irónica a flor de labios. Cuando se caza no se piensa en esas cosas. Se mata, niña… se mata y listo.
La niña echó a correr. Saltó por encima del cervatillo y tras caer unos de sus pies pisó la sangre, ahora pegajosa y fría, que había formado ya un gran charco.
—Corre… ¡sí!, ¡corre!... huye… haz lo que siempre haces… ¡No cazaré más nada para ti!, ¡eres tan floja como tu madre y como todo su linaje!
El cazador apartó el rifle, y se sentó al lado del cadáver del animal. Pasó un rato allí, en silencio, observando los ojos enormes y brillantes que declaraban una muerte. En su corazón no había nada. En realidad hacía años que ya en su pecho no había corazón. “Eres un cazador desalmado…” titubeó en un hilo de voz…
Tras la huida la niña había dejado la puerta abierta y lo observaba desde el patio. Escuchó el disparo y se sobresaltó. Observó la sangre salpicar las paredes y el humo de la pólvora elevarse hasta media altura en la habitación.
—Eras un cazador desalmado… Papá… —dijo en voz baja—, ahora sí reiré…



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(Imagen: http://goo.gl/WIWcF9)

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