
2.
"Te he dado todo lo que un muchacho podría dar
Llevo mis lágrimas y eso no es casi todo
Amor corrompido
Amor corrompido"
Tainted Love - Marilyn Mason
Ese abril se fue y con él se llevó muchos recuerdos que desde siempre atesoré. La cosecha de naranjas había terminado y con mi abuelo y mi padre debíamos partir rumbo a otro lugar. La última vez que estuve con Josefa fue uno de los momentos más difíciles de mi vida, de esos que te tatúan debajo de la piel casi llegándote al alma, y no con tinta sino con recuerdos. Una mañana de mediados de mayo nos levantamos para marcharnos, todo estaba listo, era hora. Estaba nublado y a punto de llover. El otoño ya estaba muy presente y preparaba a la naturaleza para recibir a un invierno que se avecinaba crudo y solitario. En las cabañas no había quedado nadie, todos los obreros que levantaban la cosecha de naranjas habían partido y solo quedábamos nosotros tres y ella. Mi padre estacionó la camioneta en la entrada del casco de la estancia y me hizo señas para que bajara a despedirme. Siempre sentí que mi padre fue mi cómplice en todo aquello. Lo hacía de manera imperceptible, sin decir palabra alguna, tan solo con miradas, gestos y muecas de sonrisas, él percibía todo lo que me pasaba por dentro. Ahora, a mis casi cincuenta años mientras escribo estas memorias, creo que mi padre me expuso a los embates del amor. Dejó que mi corazón vibrara, se emocionara, gozara y a su vez sufriera. Dejó que la primera lección amorosa de mi vida me llegara en silencio pero bajo su supervisión silenciosa. No lo culpé nunca de nada, más bien siempre estuvo implícito un agradecimiento en cada una de nuestras sonrisas y en cada uno de nuestros momentos de intimidad que se dieron con el pasar de los años.
Josefa estaba parada en la puerta con su batón de algodón blanco y encaje. Su pelo lacio y de puntas onduladas jugaba con el viento fresco que anunciaba una de las últimas tormentas otoñales. Sus ojos brillaban como siempre lo hacían y su piel mostraba esa suavidad envidiable que tanto me cautivaba. Nuestro amor estaba a punto de corromperse, eso presentí. Caminé hacia ella apretando mis puños, intentando calmar mi corazón, serenándome para que mis pulsaciones fueran menos y conteniendo el aliento para no llorar. Tenía ganas de llorar. Esos metros hasta el zaguán de la casa fueron eternos, larguísimos.
Al llegar nos miramos en silencio por un instante. Entonces una lágrima descendió lentamente por su pómulo y se depositó en la comisura de sus labios. Otra más la siguió y así se sucedieron hasta parecer un arroyo que brotaba de sus entrañas. Tampoco pude contenerme. Sin quitar mi mirada de la suya mis lágrimas partieron en una carrera alocada y mis pómulos se enfriaron con el viento frío de la tormenta que ya nos envolvía. Las primeras gotas comenzaron a caer y un viento helado y cargado de tierra se desató sin vergüenza alguna. A los lejos mi padre hacía sonar la bocina de la camioneta, pero para mí era como un sonido más de todos aquellos que flotaban en el ambiente, tan solo lo ignoré. No podía mover un solo músculo, ni decir palabra alguna, tan solo podía mirarla a los ojos y llorar. Tan solo llorar. Como un cretino debía alejarme de ella, hacer un nudo mi músculo sagrado y corromper aquel amor tan fugaz y poderoso. No tuve elección, en ese instante pensé que sería lo menos doloroso. ¡Qué muchacho incrédulo!
El aguacero se largó sin clemencia. Entonces ella bajó los tres escalones que nos separaban y parada delante de mí me dijo te amo. Sonreí como pude. Mis manos se abrieron. Sentí vida correr por mi cuerpo. La tomé por la cintura, clavé mis manos en ella y la besé hasta casi dejarla sin aire. En ese instante mil cosas cruzaron por mi cabeza, mil, juro que mil. Nunca olvidaré aquel beso, ni su sabor, ni el olor a lluvia rodeándonos. Ambos empapados y fusionados en una completa unicidad.
- ¿Volverás algún día? -me dijo de manera muy triste.
- Claro, seguro que lo haré. Pero tú no me esperes, haz tú vida, eres bella y libre y no puedes aferrarte a mí. Mírame, tan solo soy un muchacho que comienza a vivir la vida y tú una hermosa e increíble mujer que puede ser feliz con cualquier hombre. Que el amor que ahora nos tenemos no te tienda trampas. Piensa. Analiza. Y si lo consideras apropiado, entonces déjame ir de adentro tuyo para siempre. ¿Lo entiendes?...
- Sí, claro que lo entiendo, pero no me pidas que lo internalice y lo comprenda en profundidad en este instante. Tan solo sé que te amo y eso no puedo quitarlo como si fuese un quiste de mi interior -me dijo llorando.
Sin poder hablar más asentí con mi cabeza y apoyé la suya en mi pecho. En ese instante sentí la bocina de la camioneta de mi padre con mucho énfasis y supe que debía irme. Corrí y monté sobre la camioneta de un brinco, sin mirar atrás, sintiéndome un verdadero canalla y cobarde. Ya sobre la ruta veía como el horizonte se engullía la estancia. Allí quedaba Josefa y uno de los momentos que marcaría mi vida de manera profunda sin que yo lo supiera. El aguacero seguía sin parar. Mi padre me había hecho señas de entrar a la cabina pero yo negué con mi cabeza, quería que aquella lluvia me librara de culpa y me hiciese sentir que la elección que había tomado era la correcta y no un triste error. Abril había quedado borroso al igual que la estancia y Josefa bajo la lluvia. Ahora, en el nuevo horizonte, se avecinaban nuevas vivencias para mí, nuevos rumbos, nuevas personas tal vez, pero dentro de mi corazón, en esos recovecos que él posee, yo sentí que la esencia de Josefa había quedado atrapada y por más que navegase tempestades en el mar de mi vida nada la haría salir de allí, a lo mucho naufragaría conmigo.
De alguna forma yo había logrado corromper aquel amor. Lo hice. Durante mucho tiempo me lo recriminaría y aún hoy sus coletazos se balancean por mis venas, atraviesa mi corazón y bombea pensamientos de culpabilidad en el centro de mi mente.
Fue necesario. Ese pensamiento era el antídoto al envenenamiento inevitable de mi espíritu.