viernes, 5 de junio de 2009

Los balcones de Murcia (3)



3.


- Eres bella. -susurré para mis adentros y seguí sumergido en mi visión. Así la contemplé durante un largo rato sin que ella se diera cuenta.


El otoño de 2010 ya estaba presente y sin querer un año había pasado ya. Tantas cosas pasan en un año –me dije-, tanto es lo que viene y se va, tantas sensaciones, tantas vivencias, tanto que casi no queda registro para cuando uno crece.

Ese día caminé y caminé por la avenida de La Sierra Espuña. Al llegar al parque natural me senté sobre un césped verde inmaculado. Extendiendo mis brazos, con la punta de mis dedos acaricié la brizna. Se sentía suave, muy suave. Mis ojos seguían clavados en el cielo celeste impoluto. Era una sensación increíble, casi imaginaria. Sentí una tibieza tenue y la dejé que me recorriera el cuerpo por completo. Había muchos grupos por doquier. Era un día de campo especial. No me importaba estar solo, al contrario, disfrutaba de estar en aquel hermoso sitio sintiéndome feliz. Observé como las montañas jugaban con las nubes y en sus cimas algo de nieve ya se dejaba ver. Entonces la vi. Sí, era ella. La misma mujer que tantos años atrás me había enamorado locamente. Era mi vecina, esa misma que a pesar de vivir a pocos metros físicamente de mí jamás me había atrevido a confesarle mis sentimientos. Un grupo de muchachas la acompañaban. Todas eran bellas, pero ella más. Siempre he reconocido la belleza femenina, siempre agudicé mi visión en encontrar los puntos estratégicamente bellos de las féminas. Me quedé estupefacto pero a la vez halagado y agradecido por estar allí en aquel instante. Tal vez si lo hubiera planeado no hubiera resultado, pensé. Dos niñas comían chocolate a corta distancia de ella y se acercaron a convidarle. Ella aceptó sonriente. Las niñas rieron, yo sonreí. El estar en aquel sitio me hacía sentir halagado y único. Si bien vivía de migajas como aquella en donde ella se mostraba como un rayo y yo saboreaba el momento, no me afligía por ello, pero sabía que debía actuar, que ya era hora. Aproveché el momento que sus amigas se marcharon a caminar por el parque y ella quedó sola.

- ¡Ey!, ¡Hola!, ¡Qué casualidad, mira que encontrarte aquí en el parque hoy!. Es increíble la vida, vivimos en edificios enfrentados, en balcones vecinos y nunca nos vemos y hoy nos encontramos aquí. ¡Qué curioso!, ¿no? –dije sonriéndole e intentando disimular mi mentira.

- ¡Hola!, ¡menuda sorpresa!, ¡qué bueno es encontrarte aquí!, ¿disfrutando del sol? –dijo mientras seguía comiendo el pedazo de chocolate y con una mano se hacía visera por el sol.

- Claro, vine a despejarme.

- Sí, está hermoso. Yo vine con dos amigas pero se fueron a caminar. Yo no quise.

- Eres hermosa.

- ¡¿Cómo?!

- Que eres hermosa.

- ¡Ah!, gracias. –se sonrojó, y mucho.

- No lo tomes a mal, pero sentí que debía decírtelo.

- Soy normal, común y corriente como dicen, no tengo nada de especial.

- Bueno, será que para mis ojos sí.

Y por un momento pareció que el parque se complotó e hizo un silencio profundo y completo. No había ruidos de pájaros, ni murmullo de personas, ni el griterío de los niños jugando, ni siquiera el sonido del viento en los oídos, nada. Todo estaba en silencio y parecía que el mundo se hubiese vuelto por demás visual. Ambos quedamos suspendidos en ese ambiente óptimo con una sonrisa sostenida y una mirada perdida dentro del otro. No me imagino que pensó en aquel momento, pero sí sé qué pensé yo. Quería que aquello fuese una fotografía viviente que pudiera doblarla en varios pedazos y echarla al bolsillo para llevarla siempre conmigo. Eso quería. Siempre he sostenido que en aquel instante algo comenzó a cambiar. Tal vez la famosa pluma del final de Forrest Gump cayó en aquel instante y todo se volvió algo distinto. No sé que fue pero así lo sentí.

- Es hora de irme. Me ha encantado verte hoy –dije.

- A mí también me ha encantado. Espero nos volvamos a ver.

- Tal vez.

Y me marché.

Aún hoy pienso que la pluma de Forrest venía colada en algún bolsillo de mi jeans.


Una de las noches siguientes me senté en el balcón de mi departamento a contemplar la calle y su vida nocturna. Momento de distracción, eso necesitaba. No lograba distinguir casi mis manos en la oscuridad. La noche era espesa. Ella tenía la luz de su departamento encendida. Sobre la mesa ratona había un florero exquisito y un velador diminuto irradiaba un arco de luz que daba calidez al entorno. Afuera, en el balcón, las margaritas solo parecían contornos grisáceos. Estuve allí un buen rato con mi mirada poniéndose roma en dirección a su balcón y con mis pensamientos en cualquier parte.

- Ey, vecino, ¿cómo estás? –me gritó desde su balcón volviéndome a la realidad.

- Hola, muy bien.

- ¿Quieres tomar algo?, recién he terminado de trabajar y estoy cansada. Si tienes ganas puedes cruzarte y venir.

Entonces yo imaginé una cuerda de acero de balcón a balcón y yo cruzando por ella instantáneamente, pero enseguida supe que era mi imaginación.

- Ok. Ahí voy.

Me cambié como un rayo. Me puse mi mejor camisa y un toque de mi perfume Armani. Hice morisquetas frente al espejo intentando ubicar alguna pose en las cuales mis facciones me agradaran y me hiciesen sentir un seductor, pero al instante desistí, aquello tiraba por el piso mi autoestima. Toqué el timbre de su departamento y ella atendió con su sonrisa usual. A pesar de la diferencia de edad ambos nos comportábamos como de la misma edad. Era curioso pero eso sentía. Tomamos un par de copas de vino sentados en el balcón. Yo estaba allí rodeado de aquellas margaritas y gerberas que tantas veces había visto desde enfrente. Estaba al lado de la chica que más me gustaba en el mundo. Hablamos de cualquier cosa, reímos de cualquier cosa y el tiempo se esfumó como sin sentido. Nos comportamos como dos personas que nos conocíamos de años. Por la calle un motociclista pasó a gran velocidad con su novia aferrada a él, el matrimonio de viejos del séptimo piso de mi edificio miraba televisión en el oscuro y sus sombras en la pared parecían parcas acechándolos, un gato vagabundo ronroneaba sobre una cornisa, el vecino de al lado escuchaba a Bob Dylan a todo volumen. Vida, eso mismo, había vida por doquier y yo estaba allí, inserto en esa vida, porque era parte del todo, era un engranaje más de aquel mundo que de alguna manera confabulo para que yo estuviera sentado delante de ella. Tenía que pasar todo aquello, el motociclista, el matrimonio de viejos mirando televisión, el gato, el vecino con la música de Dylan, todo tenía que seguir ese orden para que ella y yo estuviésemos en aquel jardín flotante sonriéndonos y espiándonos sin escondernos.

Nos comenzamos a frecuentar.

Cada vez que coincidíamos en el balcón jugábamos a quien hacía más morisquetas. Creo que me sentía pleno y apostaría que ella también. Conoció mi departamento a principios del verano. Preparé una rica cena y cenamos en el balcón tal cual se había hecho costumbre en nosotros. Esa noche la besé. Después de hacerlo me miró dulcemente. Tomó mi guitarra y cantó un par de canciones en inglés para mí. Canciones de Dylan, de R.E.M., de Floyd. Volvimos a besarnos un par de veces. Finalmente terminamos desnudos en mi cama. Nos contemplamos en el resplandor que emanaba del velador. Era perfecta. La tenía allí, toda para mí, sin embargo más que hacerle el amor deseaba contemplarla y disfrutar un momento. Nos escudriñamos un buen rato y comenzamos a besarnos lentamente. Un hilo de humo de un sahumerio recorría la habitación. Aún se escuchaba la música de Dylan tras la pared del vecino. Hicimos el amor a su ritmo. Me recorrió con sus manos, me tomó, me usó a su antojo, me dejé ser su verdadero esclavo. La besé con ganas, creo que como nunca había besado a mujer alguna. La penetré con poder, con ambición. Noté en sus ojos que se sintió espléndidamente penetrada y eso me hizo sentir más macho aún. Terminamos haciéndolo en la sala y ahí quedamos dormidos tapados con una manta.

Cuando desperté se había marchado. Sobre la mesa ratona había una gerbera amarilla, hermosa, fresca. Desnudo caminé hasta el balcón y miré al suyo. Las ventanas estaban cerradas y no había señales de ella. Me vestí y con la gerbera en mi mano me senté en el piso del balcón. Un sol tibio comenzó a apoderarse de mi piel, una sensación inmensa de alegría me había invadido. Curiosamente, y aún después de tantas veces de habernos visto, no sabía su nombre. Imaginé muchos en un instante pero todos se esfumaron. Coloqué la gerbera delante del sol y lo observé. Las nervaduras se veían como ríos nuevos sobre la superficie de un planeta joven. El color se veía puro. Había vida en aquella flor que estaba a punto de morir en pocas horas. Entonces comprendí que yo era como aquella flor. Por mi interior corría vida y mientras la vida transitaba por mí debía vivirla y sentirla. Ella, la mujer más linda del mundo, era mi savia viviente y la que nutría mis nervaduras en silencio y a toda hora.



Bob Dylan, "Knockin' on Heaven's Door", del album Pat Garrett & Billy the Kid

9 comentarios:

  1. Con el perfume armani no hay mujer que se resista. :)

    Y que importa el nombre...se puede llamar de cualquier manera, acaso importa, acaso cambia lo vivido?

    Creo que no.

    espero que la vuelva a ver.

    Saludos,

    P

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  2. Que hermoso es lo inesperado, y cuantas vueltas inimaginables puede darnos la vida que vivimos.

    i'm wondering why she left that morning...

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  3. me encantaria tener mas tiempo para leerte con mas detenimiento. siempre q llego a tu blog digo: la pucha! en feeen. un saludo!

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  4. Me pasaba por aquí y no sé el por qué me interese en leer Los Balcones de Murcia, ya que son 01:17 de la mañana, y el sueno se me viene. Pero he leído todo los capítulos 1, 2 y 3 y ahora estoy despierta y con ganas de más. Me parece muy buena la historia.

    Es un gusto leerte…

    Saludos.

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  5. Espero que no sea una despedida, y que la flor sólo sea señal de que ella en parte sigue allí.

    Saludos!!

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  6. @PETRA:

    El nombre comienza a importar cuando hay algo más que simples encuentros, cuando los sentimientos comienzan a aflorar.

    Veremos si la vuelve a ver, aún no termina, ya está escrita y falta postear.

    Saludos.


    @MAQUI:

    Creo que lo inesperado es la moneda corriente de nuestra vida. Cuando el destino nos toma en sus manos nos da vueltas para el lado que quiere y nosotros ni las manos ponemos.

    I do not know, maybe because the suspension was fair to the story, do not you think ...

    Saludos.



    @COSASIMPROPIAS:

    Lo sé, tal vez la culpa es mía, tal vez debería subir más lentamente los relatos, veré como hago porque no sos la única, sé que muchos de mis lectores tienen el mismo problema. Por ahí como es un mismo relato dividido en varias partes pueden releerlo tranquilamente y comentar desde las entradas mas viejas, pero bueno, veré que solución le doy.

    Gracias por el feedback =)


    @VALENTINA:

    Bienvenida a mi blog.

    Qué bueno =)

    Las historias son así, te enganchan o no. Me alegro que ésta te haya enganchado.

    Gracias.

    Saludos.


    @SO:

    La flor señala vida y cuando uno logra ese tipo de visión me imagino que se propone ideas en su mente. Veamos que hace el personaje, calculo que hay más, porque la historia aún tiene hilo en mi Word =)

    Saludos ;)

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  7. Literato

    Tenes mucha razon, los nombres comienzan a importar en el momento que la persona es mas que una cara plana. Estamos de acuerdo.

    Vengo a buscar la continuacion. ??


    Me encanta esta historia, lo sigo, y te sigo.

    saludos y buen domingo

    Petra

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  8. porqué será que ese momento en qué un hombre te dice que res hermosa ya no es tan mágico?? será por que ya no creemos en su palabra?? :( ayyy me marco ese instante :(

    Besos y hermoso como siempre

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  9. Premonitorio por el año, pero realidad en tus sueños.

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