jueves, 25 de junio de 2009

Susukis (5)




Parte 5.

"no puedo apartarte de mi mente
no puedo apartarte
de mi mente … mi mente."

Damien Rice - The Blower's Daughter




Durante el instante que duró aquella visión de los susukis meciéndose al viento el mundo me pareció quieto, lejano y yo ausente de él. Me temblaba la mano sosteniendo el tubo. Izumi estaba del otro lado. Ella, la mujer por la cuál mi vida había tomado un vuelco. La misma persona que a simbolismo de una antorcha de luz me había conducido hasta pasadizos inesperados de mi propia vida y personalidad ahora intentaba comunicarse repentinamente conmigo después de tanto tiempo. Recorrí nerviosamente la habitación con mi vista. Muchos claroscuros, demasiado silencio y una enorme sensación de pánico y miedo estaba ahogándome. Otra vez aquella sensación de la ola y de la oscuridad del placar volvía a transitar por mi cuerpo.

-¿Cómo estás?, hace tanto que no sé de ti. -me salió decirle. Ella suspiró del otro lado, logré percibir cómo su respiración había cambiado de ritmo.
-Lo sé.
-¿Cómo has sabido encontrar éste número?, ¿cómo me has ubicado aquí?
Como siempre Juan Manuel, ¿recuerdas que siempre me interesa saber de las personas que quiero?. Por más que me haya marchado de la empresa y no nos hayamos vuelto a ver por casi dos años nunca he dejado de saber de ti. No debería decirte esto, pero pocas veces en la vida una recibe besos a los cuales es imposible olvidar, y contigo me ha pasado eso. ¿Te acuerdas aún aquel día que nos besámos en la costanera?, ¿y de cuando hicimos el amor?...

Tragué saliva y apreté el auricular contra mi oreja. Seguramente los latidos de mi corazón podría haberlos escuchado ella claramente. Volví a tragar saliva y concentré mi mirada en un único punto, mi visión se puso roma y poco a poco volví a sentir el oleaje del mar, a ver los nubarrones de aquel cielo y a saborear el sabor de los labios de Izumi. Sentí la misma sensación de habitar dentro de una burbuja plástica en donde todas mis vivencias con Izumi estaban comprimidas y atrapadas. Todo parecía estar al alcance de mi mano. Su voz, su olor, su piel, los momentos, los sentimientos. Detrás de la pared de la burbuja presentí dolor, un dolor de perdidas y de destino, un dolor agudo que al llevar mi mirada hacia él me lastimaba. Entonces pensé que así son las etapas de la vida, como las paredes de la burbuja, en donde una lámina transparente, y aparentemente débil pero inútil de atravesar, separa lo pasado de lo presente, lo bueno de lo malo, el dolor de la alegría. Volví en mí y concentré toda mi atención en la charla con ella.

-Quieres que nos veamos? -me salió preguntar-. No quiero presionarte, pero me gustaría hacerlo.
-Está bien, a mí también me gustaría. ¿Te parece que nos encontremos en el muelle? ¿Por la tarde estará bien?
-Está bien. Ahí nos veremos. -y colgué el teléfono.

Tras colgar me quedé con la mirada clavada en el teléfono. Entonces como un aviso fugaz, unas cuantas preguntas se arremolinaron por mi cabeza. ¿La reconoceré?, ¿Izumi será la misma mujer que me tomó de la mano y me condujo por el laberinto oscuro de mi personalidad?, ¿será ella tal cual mi mente la recuerda o el paso del tiempo habrá modificado algo en ella?. El tiempo transforma todo, inclusive a uno mismo. ¿Nos habría transformado?, tal vez sí, pero mi necesidad de verla, de recibir su mirada, y de cerrar el círculo que había quedado abierto hacía un largo tiempo, ya era imperativo.

La costanera forma una especie de bahía, un remanso suave, en donde uno puede sentarse plácidamente a observar los buques pesqueros o bien cómo las gaviotas revolotean en torno al muelle. Algunos ciclistas pedaleaban desinteresadamente mientras observaban el oleaje. Parejas de ancianos recorrían los largos kilómetros de playa del brazo, contemplando a las demás personas del lugar y el paisaje y reivindicando ante la vida su amor compañero. Los empleados municipales recorrían la costa limpiándola y encargándose de que la playa vuelva a ser natural. Esa tarde llegué temprano. Habíamos quedado de vernos por la tarde, pero quise ir antes, a la siesta, deseaba caminar solitariamente un rato por la playa antes de volver a verla. Arremangué mis pantalones y descalzo me largué a caminar. El agua estaba tibia. Daba placer caminar con los pies sumergidos en ella y sentir la mullida arena adentrándose por entre los dedos. Alcé el rostro hacia el cielo como invocándolo y recibí la tibieza del sol y el suave roce del viento que de a poco me fue despeinando. ¡Cuánta vida! -pensé- la vida es hermosa, me dije para mis adentros. Por un instante me había olvidado de Izumi y de todas las cosas que me habían pasado en los últimos años. Nada me atemorizaba y tampoco nada me flagelaba, tan solo caminaba sin ningún tipo de yugo por aquella playa casi solitaria. Al llegar a la punta de la costanera observé el lugar donde nos besamos por primera vez con Izumi. Un fuego recorrió mis sienes e inmediatamente una sonrisa se dibujó en mi boca al ver el juego alocado del viento y los susukis. Misteriosos susukis ¿Qué rol tendrían ellos en todo aquello?

Vi a Izumi venir caminando por la playa. El corazón me galopó como un caballo salvaje que siente el temor de ser apresado. Intenté serenarme, pero mucho no pude. Aquellos metros que nos distanciaban parecían kilómetros y el tiempo parecía extenderse como una masa elástica que mientras más querías contraerla, más se expandía. Faltando pocos metros para estar frente a frente extendió su mano saludándome. Hice lo mismo, la saludé e instantáneamente le sonreí. Se detuvo a unos pocos centímetros de mí y nos quedamos mirándonos sin decir palabra alguna. Observé en aquel momento cada parte de su fisonomía, cada línea de su rostro, el tono de su pelo, la curvatura de sus labios, el brillo de sus ojos, sus pómulos delicados y suaves al tacto. Era la misma Izumi de antaño, al menos por fuera lo era. El tiempo no parecía acusar recibo en su fisonomía. Pero tal vez, en su interior, fuera tan solo una sombra de aquella Izumi que yo había conocido. Tuve miedo. Tuve mucho miedo. Sin embargo debía ser fuerte si quería jugarme por tal vez, el amor de mi vida.

-¿Demasiados miedos? -fue lo primero que me dijo detrás de una bonita sonrisa.
-Demasiados. -respondí sonriéndole también- Más de los que jamás me hubiera imaginado. Pero aún no sé porqué. Pensé que sería nerviosismo, que después de tanto tiempo de no verte los nervios se apoderarían de mí y se engullirían el momento, pero no, es miedo. Un miedo que a medida que venía caminando hacia aquí se desplazaba esparciéndose lentamente por mi interior. Supongo que será un miedo a los cambios, un miedo a que vos no me veas como antaño o yo no perciba lo mismo en vos, o tal vez a que ambos nos reconozcamos y sea mucho mejor que antes. No sé, pero es miedo, sí, tal como lo has dicho.
-Logro entender, Juan Manuel. Yo tuve esos mismos miedos al momento de telefonearte. En cambio ahora, ya no es miedo, siento otro tipo de sensaciones que me son difíciles de explicarte, pero ya no es miedo.
-Han pasado muchas cosas desde la última vez, Izumi -dije contemplándola- tantas que pareciera como que un huracán hubiera arrasado mi vida. Cambios interiores y exteriores. Modificaciones profundas que me han afectado de sobremanera. Pero aquí estoy, mirándote nuevamente, admirando tú belleza y ese peculiar encanto que tienes y que tanto me atrapó siempre.
-Tampoco para mí ha sido fácil la vida en estos años. También he tenido vaivenes y he tenido que remar en muchos momentos de zozobra. El haberme alejado de tí aquel día fue un verdadero punto de inflexión en mi vida. Te he hechado de menos. -dijo acariciándome la mejila. Sentí una tibieza recorrer mi rostro y cómo la suavidad de su palma se metía por mis poros.

Subimos por la costanera hasta un bar de la playa y nos sentamos a tomar una cerveza helada. Pocas palabras intercambiamos, más bien dejamos cada uno que nuestras miradas y sentidos se apoderaran de la situación. Algo así como si hubiésemos hecho un pacto previo. Mientras más miraba a Izumi aquella tarde más preguntas me hacía en mi interior. Constantemente me preguntaba si sentía amor por aquella mujer o qué era lo que ella me producía.

-Siempre he tenido ganas de preguntarte algo, Juan Manuel. ¿Alguna vez pensaste en vivir conmigo?, ¿pensaste que yo podría ser la mujer de tú vida? -me preguntó mirándome fijamente- Yo podría abrazarte, mimarte, protegerte de la oscuridad y de los malos sueños, también podría amarte y si quieres darte hijos. Muchas cosas podría hacer. Pero la respuesta no estaría en mí solamente, sino en tí también. ¿Alguna vez pensaste en eso?, ¿reparaste que yo podría enamorarme de tí?
-No, en verdad no. -respondí sin mirarla a los ojos mientras jugaba con la tapa de la cerveza entre mis dedos.
-Lo supuse. Aquel día que hicimos el amor, mientras estabas dentro de mí, sentí un nerviosismo en tú piel en donde supe que más allá del deseo, más allá del momento, nunca serías mío. Por eso decidí bajar el telón y desaparecer como pudiese. No ahondar más en mis sentimientos y no exponer más mi interior. No creas que me fue fácil tomar aquella decisión. Mi moneda no tenía dos caras. Tantas veces la tirase sabía que siempre yo perdería.

En ese momento unos niños pasaron corriendo por frente nuestro. Eso distrajo por un segundo nuestra atención. Velozmente miré todo el paisaje que nos rodeaba. Estaba atardeciendo y el tiempo pasaba rápidamente sin tener piedad de ninguno de los dos. Por primera vez quise huir del lado de Izumi y no estar ahí para responder a sus preguntas. Quería ser etéreo, pero claro, semejante milagro no se daría. Me sentí cobarde y un débil.

-¿Aún piensas en Inés? -me preguntó.
-A veces. Casi todo el tiempo pienso en las niñas. Hay momentos que Inés es un bonito recuerdo. Creo que le doy esa forma en mi cabeza porque la sé feliz y no es justo dañarme viviendo de un recuerdo que ahora ya es parte de la historia de mi vida.

Sacó una caja de cigarrillos y encendió uno. Dio una pitada y por un momento se quedó en silencio observando el mar. La colilla del cigarrillo constrastaba contra el azul del mar y el oscuro del cielo del atardecer. Izumi comenzó a llorar. Al principio fueron un par de lágrimas pero con el correr de los minutos se convirtieron en un llanto compungido y lastimoso. La abracé y dejé que llorara en mi pecho. Mientras escuchaba sus gemidos me quedé observando el mar y cómo el horizonte se engullía los últimos rayos de sol. Sentía mi pecho también oprimido. Por primera vez en mi vida me sentí el ser humano más miserable del mundo, el más vacío y el que más errores había cometido en su vida. Me sentí tremendamente impotente.


Cuando Izumi dejó de sollozar volvimos caminando hasta mi casa. Preparé un té y lo serví para ambos. Las luces de mercurio del vecindario ya estaban prendiéndose y el anochecer se presentaba cálido y agradable. Increíblemente volvía a estar a solas con Izumi dentro de cuatro paredes. Poco a poco fue relajándose hasta quedarse completamente dormida sobre mi regazo. Con el control remoto apunté al equipo de audio y puse música a bajo volúmen, y comencé a acariciar su pelo lacio y suave. Un olor a hierba mojada por el rocío entraba desde el jardín. Sólo se escuchaba la música y algún que otro grillo. La piel de Izumi se erizaba cuando alguna que otra bocanada de aire se colaba por la puerta que daba al patio. Su perfume entonces se expandía por toda la casa contagiando todo de aquel magnetismo que tan solo ella lograba emanar. En ese momento recapitulé en mi memoria todas las mujeres que habían pasado por mi vida hasta mi casamiento con Inés. Uno siempre lleva un catálogo interior de sentimientos y de lo que las personas que pasaron por su vida le hicieron sentir. Cada persona que nos amó escribió invisiblemente páginas de nuestra vida. Indudablemente lo que yo estaba comenzando a sentir por Izumi no era nada parecido a lo vivido. Me pregunté si era posible enamorarse más de una vez, si el amor era como un órgano que tiene la capacidad de autoreproducirse. Me imaginé a un hígado reproduciéndose, el cómo las células comenzaban a dividirse y a generar vida después de una ruptura. Tal vez mi corazón había comenzado a sanar. Tal vez había comenzado el proceso de autoreproducción y autosanación para ya poder volver a amar.

Safe Creative #0906254056278


Damien Rice (cover Piano y Vocal por J.D.) , "The Blower's Daughter", del album "O"

8 comentarios:

  1. :) Me fascino, asi simplemente. Lo tuve que leer poco a poco para saborearlo y dejame decirte que el tema que eligiste me puso la piel chinita mientras leia, lo reproduje una y otra vez. Izumi dejo de ser maga para convertirse en alguien de carne y hueso, alguien de la vida real.
    Juan Manuel ha empezado a sanar y esta tomando la iniciativa de su vida. Excelente.

    ResponderEliminar
  2. Me he quedado como una balsa de aceite,... tan quieta que no puedo escribir

    ResponderEliminar
  3. Wow, esto es realmente una historia de esas para releer.
    Un fuerte abrazo, beso, cuidate amigo.

    ResponderEliminar
  4. @ALE:

    Sí, en ésta parte hubo un acercamiento puntual entre los dos personajes y hay un cambio notorio en el camino que toma la historia.

    La música es de una gran canción, sin lugar a dudas.

    =)

    ResponderEliminar
  5. @SO:

    Buena metáfora la de la balsa de aceite =)

    Me alegro que te haya gustado.

    =)

    ResponderEliminar
  6. @NATALIA:

    Tal vez, depende cuánto le llegue al lector, ¿no?. Creo que ha gustado. Me guío por los comentarios.

    Gracias por pasar señorita =)

    ResponderEliminar
  7. @DEVEZ:

    Hola.

    Linda música, sí señor =)

    ResponderEliminar