2.
La caja de madera
49 días
El paseo de los Tilos
Cuando Julia volvió del funeral cerró la puerta de su habitación lentamente, casi sin hacer ruido. En la casa los familiares la miraban de soslayo interesándose tal vez por su corazón o por algún disgusto súbito que le arrancase el último hálito de vida para llevarla al lado de su amado. Pero nada de eso pasó. Lentamente se sentó sobre el borde de la cama y observó por la ventana de su habitación cómo aquel atardecer frío de abril comenzaba a extinguirse. Todo se extingue, tarde o temprano todo se extingue –susurró para sus adentros- y así permaneció inmóvil por un buen rato. En realidad nada aplaca el dolor de una pérdida sentimental, y más cuando la unión con la persona ha permanecido por años. Sin embargo, Julia lo tomó con altivez, con pocas lágrimas y conteniendo la opresión de su pecho. Cuando el sol se había ocultado encendió el velador que reposaba sobre la mesa de luz y tomó del cajón de ésta una vieja caja de madera decorada con increíbles dibujos. Su mano recorrió lentamente la tapa y la punta de sus dedos recorrieron las líneas y contornos de los dibujos tallados. Inmediatamente apretó fuertemente la caja contra su pecho y estalló en un sollozo incontenible, cargado de recuerdos y sensaciones que aún habitaban dentro de ella.
Ernesto había sido la increíble luz que la mantuvo iluminada y cálida durante casi toda su vida, pero en antaño, cuando Julia era una niña alguien más había existido dándole forma a casi toda su niñez, su hermana Raquel. Julia y Raquel eran hermanas mellizas. No solo compartían desde juguetes hasta sus prendas, sino que también se complementaban a la perfección en sus formas más íntimas. Raquel era una niña introvertida y Julia todo lo contrario. Raquel era sumamente inteligente y gustaba de resolver acertijos y crucigramas. Solía pasar horas tirada sobre el césped dibujando o resolviendo acertijos y crucigramas en revistas de entretenimiento. A Julia aquello le parecía algo fascinante. La inteligencia de su hermana la deslumbraba y ciertamente la hacía admirarla. A su vez Raquel envidiaba sanamente la manera en que su hermana se comunicaba con las personas y cómo éstas recibían con beneplácito esa comunicación. Es que no todos somos iguales –siempre pensaba Raquel e intentaba nivelar con ello el lado que ella consideraba débil en su personalidad. Y tenía mucha razón, pues si bien ambas hermanas eran distintas, el vínculo de hermandad era tan profundo que muchas veces pensaban que más que mellizas debían de ser gemelas. En una clase de manualidades Raquel diseñó una caja de madera y hábilmente talló dibujos pictóricos en su tapa. Días anteriores había visto aquellos dibujos en una enciclopedia en la biblioteca y le habían fascinado, así que al momento de la decoración de la caja no dudó en imitar aquellos pictogramas. Al llegar de la escuela corrió al cuarto donde Julia descansaba y colocó la caja de madera en su regazo.
- Es para ti Julia –le dijo sonriendo.
- ¿Para mí?, ¿en serio?
- ¡Claro!, es que tú eres mi hermana preferida, hasta ahora… si tenemos otro hermano o hermana no lo sé, pero hasta ahora lo eres y entonces ¿a quién mejor que tú para obsequiarle mis cosas?
- Pues, tú tienes amigas Raquel. Está Mercedes, la hija del verdulero, o Ivana, la hija de la señorita directora. Ellas te quieren mucho también.
- Lo sé. Pero yo quiero que tú tengas esta caja. Y una cosa más, dentro de la caja hay otro regalo más para ti.
- ¿Para mí?, ¿en serio?
- ¡Claro!, es que tú eres mi hermana preferida, hasta ahora… si tenemos otro hermano o hermana no lo sé, pero hasta ahora lo eres y entonces ¿a quién mejor que tú para obsequiarle mis cosas?
- Pues, tú tienes amigas Raquel. Está Mercedes, la hija del verdulero, o Ivana, la hija de la señorita directora. Ellas te quieren mucho también.
- Lo sé. Pero yo quiero que tú tengas esta caja. Y una cosa más, dentro de la caja hay otro regalo más para ti.
Entonces Julia lentamente levantó la tapa y observó que dentro de la caja había un pequeño sobre. Lo tomó y lo abrió. Dentro, había escrito de puño y letra de Raquel un texto que nunca más olvidaría.
“Querida hermana:
Hoy estando en clases la señorita de literatura nos contó una bonita leyenda. Era una leyenda de enamorados. Todas nosotras permanecimos calladas mientras ella nos deleitaba con la historia. Yo no pude contener mis lágrimas, me fue imposible. No sé si fue por el silencio reinante en la clase o por cómo la señorita contaba la historia, pero todas en un momento dado lloramos. Si nos hubieras visto te hubieras reído. Parecíamos tan tontas. Al salir de clases tomé lápiz y papel y anoté la historia como la recordaba. Seguramente algunas partes me las salteé, pero la esencia, el núcleo de la historia se mantiene vivo en este texto que estás leyendo. Decidí escribirlo y guardarlo en la caja de madera que ahora estoy diseñando en mis clases de manualidades y pienso regalártelo junto con ella para que siempre guardes tus tesoros allí.
La leyenda que la señorita nos contó habla de una joven princesa que se enamoró de un pordiosero. La corte de su reinado se oponía a aquel compromiso pero el amor que ella sentía por él era demasiado grande así que ordenó cambiar las leyes. Se casaron y convivieron un tiempo en su palacio, pero cierto día la guerra acechaba y el joven rey tuvo que partir a batallar. Desde el día que partió las estaciones del año se sucedieron una tras otra, año tras año. La guerra había terminado y nadie supo qué había pasado con el rey. Los generales y soldados que lucharon a la par de él dijeron que se había internado a luchar en el medio del campo de batalla y que después no lo volvieron a ver. Su cuerpo jamás apareció entre los muertos del campo. La joven reina entristeció muchísimo. Sin embargo recordó unas palabras de su difunta madre, “hija, cuando alguien amado parte de éste mundo al cabo del día número 49 de haberse ido también lo hará su alma; mientras tanto su alma, aún enamorada, permanecerá flotando a tú alrededor intentando aplacar las penas y el gran dolor causado”
Desde ese momento la joven reina supo que su amado la acompañaría 49 días hasta irse completamente su alma de este mundo. Durante ese lapso de tiempo la reina recordó profundamente todos los hermosos momentos vividos con el joven rey. Cantó las canciones que a él le gustaban, recorrió los valles que juntos transitaban, escribió poemas para él, y se rodeó de todas las personas que amaron en vida al rey absorbiendo cada palabra y cada detalle que hablara de las bondades de su esposo fallecido. El día número 49, una fuerte ráfaga de viento se coló en la habitación de la reina despertándola. Asustada miró hacia la ventana y difusamente la silueta del joven rey se dibujó. Él le sonrió y con una mano extendida le hizo un gesto de que ya era libre y que él debía partir. Una lágrima recorrió la mejilla de la joven reina pero en ese preciso momento sintió que parte de ella se desprendía de su cuerpo y flotaba en la habitación. Una luz cegadora iluminó de repente todo el ámbito y la figura desdibujada del joven rey se unió a la luz desapareciendo completamente. La habitación volvió a la normalidad y la joven reina supo que ahora sí el alma de su amado había pasado a otro plano y que ya su corazón era libre. Pensó que parte de su propia alma había acompañado en aquel viaje luminoso al joven rey, y con eso se sintió vivir nuevamente.
Querida hermana, espero que este texto te guste tanto como a mí. Guárdalo siempre contigo. ¿No te parece una bonita forma de pensar a alguien que has amado y haya muerto?, a mí me lo parece.
Raquel.”
El día que Ernesto se atrevió a hablar a Julia llovió, pero inmediatamente salió el sol. Ese tipo de transiciones parecía ser común en la vida de ambos. Nada era gris, más bien todo tomaba cierta polaridad, o blanco o negro, tonos medios, nunca. Fue un día de semana que ambos coincidieron en el puesto de diarios de Don Julián. Nerviosamente se miraron entrecortadamente hasta que poco a poco cada uno fue rindiéndose a la mirada del otro y dejando que las sonrisas tomaran el verdadero protagonismo. Ernesto la invitó a tomar un paseo, de manera desinteresada -le aclaró. Ella accedió sonriente. Caminaron rumbo al viejo camino del paseo de los tilos, vecino a la ciudad. Hojas amarillentas estaban desparramadas por doquier dando una visión única y haciendo pensar que un hermoso manto amarillento se había tendido por sobre el camino para que ellos transitaran sobre él. Intercambiaron sonrisas, palabras, hablaron de libros, de sus familias, de lo que deseaban en la vida. De a ratos enmudecían y luego terminaban riendo nerviosamente ambos como si cada uno pillara al otro en ese juego invisible de la atracción. Al llegar al área de los bancos se sentaron sobre uno bastante alejado. La tarde se sentía magnífica y ambos irradiaban felicidad. Aquellos encuentros de miradas que durante tanto tiempo habían llevado a cabo entre ambos ahora se habían plasmado en una realidad casi inesperada, ambos se tenían uno al lado del otro y tan solo dejaban paso al remolino de emociones que interiormente sentían.
Ernesto tomó su mano y nerviosamente ella lo miró hasta que sin pensarlo ambos se fundieron en un beso fugaz pero tremendamente poderoso que nunca olvidarían. Hay momentos que escriben historias en un corazón. Esos momentos son los que se saborean plenamente y que no pueden estar guardados en ningún otro lugar más que en el interior de nuestro propio ser. Ambos, guardaron aquel momento por el resto de sus vidas.
Cuando el sol lanzó los primeros destellos, Julia despertó. Había quedado dormida sobre la cama con la caja de madera a su lado. Sin moverse miró como un joven sol anunciaba un nuevo día. Acarició la tapa de caja y la colocó nuevamente en su mesa de luz. Corrió las cortinas, abrió la ventana y dejó que el aire fresco y húmedo de la mañana se colara en toda la habitación. Imaginó la habitación de la princesa. Recordó el texto de Raquel y dando un suspiro largo y hondo susurró, “49 días… Ernesto… nos quedan 49 días”.
Youme, "Knockin' On Heaven's Door", del soundtrack del film "Windstruck"
Es extraño en la parte uno mencionas que Ernesto es hijo único y la manera en que lo impacto en la vida. Luego ahora me enteró que Julia, la tierna Julia es melliza.
ResponderEliminarMe identifico con ambos de cierta manera o tal vez este afán mio de hacer los personajes más cercanos hacen que lo haga.
Me explico: Yo soy gemela de nacimiento, tenia un hermano que desgraciadamente murio a los pocos días de nacido, y toda mi vida he crecido como hija única, considerando que algo me falta... No sé si se trate de esa forma de ser más individual y mas solitaria que poseo, pero este tipo de historias me enganchan.
Siempre imagine que la relacion con mi hermano Alejandro [jajaja mi mamá no batallo nada] hubiera sido tan estrecha y tan especial como ahora la de Raquel y Julia.
Aún nos quedan 49 días...
@ALE:
ResponderEliminarMe imagino que debe haber cierto lazo invisible entre los mellizos o los gemelos, eso seguramente.
Esta historia que he escrito tiene muchos temas mezclados. La verdad que me gusta escribir de todo un poco.
Gracias por leerme siempre.
;)
Ahora me deja pensando en lo que pasará. ¿Podría existir un amor que sabe que va a terminar por que ya ha terminado? Aunque tengan todavía 49 días por delante, seguirá doliendo.
ResponderEliminar@TEREZA:
ResponderEliminarCalculo que sí, ¿porqué no?
Lo más lindo de un relato es quedarse atrapado en él.
=)
yo no quiero saber qué va a pasar, me encanta descubrir las historias a medida que se escriben...no soy de finales felices, pero intuyo que con la delicadeza y la dulzura que has escrito este, tú si que debes serlo...así que espero los 48 restantes...
ResponderEliminarbesitos.
@ZAYADITH:
ResponderEliminarBienvenida a mi blog.
Yo tampoco soy de los finales felices, muchas veces los odio y más cuando todo se predispone para que sea así. Más bien prefiero los finales abruptos e inesperados o los que dan un giro al final, algo así como la película "Sexto sentido", ¿me expliqué?
Veremos cómo sigue ésta historia.
Besos.