1.
El saludo
Los dedos meñiques
La muerte
Cada mañana antes de abrir los ojos Julia recordaba los momentos más emotivos de su vida. Lo hacía como una especie de ritual, sintiéndose cómoda con ello. Apretaba sus párpados fuertemente obligando a su mente a sacar de los viejos cajones momentos felices que la hicieran tener ganas de vivir un día más. Increíblemente cada mañana lo lograba. Algunas veces lograba recordar escenas de muchísimos años atrás, de tal manera que hasta le parecía increíble que fuera ella quien los había vivido. Al abrir los ojos por lo general era con una sonrisa; sin embargo algunos de los recuerdos la emocionaban tanto que una que otra lágrima se escapaba mejilla abajo. Se enderezaba en la cama, corría las sábanas, calzaba sus pantuflas y muy despacio caminaba hasta la pequeña ventana que comunicaba su habitación con el mundo exterior. Una diminuta cortina florida dejaba pasar la luz solar. Corriéndola daba paso a la vida, a la nueva vida que cada mañana Julia volvía a sentirse vivir.
En la primavera de 1954 Julia conoció a Ernesto. Él era un empleado bancario, soltero, y vecino de su barrio. Julia vivía en un barrio humilde, de casas bajas y de gente trabajadora. Cada mañana antes de ir a trabajar Ernesto tenía la costumbre de pasar por en frente de la casa de Julia y comprar el diario en el puesto del barrio. Una mañana, mientras Julia barría la vereda por orden de su madre, Ernesto reparó en ella y con un gesto de caballerosidad inclinó su sombrero. Ella se sintió especial por un momento. Sintió que todo el universo había alineado las estrellas en dirección a ella. Aquel hombre, el que todas las mañanas religiosamente compraba el diario en frente de su casa, la había saludado e inesperadamente a ella ese saludo le había gustado. Más bien, le había encantado. Ernesto prosiguió camino al Banco y ella siguió barriendo, pero desde aquel día cada mañana ya no sería como la anterior; al contrario, cada mañana la ansiedad por ver nuevamente al hombre del sombrero se acrecentaba. Julián Domínguez era el dueño del puesto de diarios. Don Julián lo llamaban todos en el barrio. Un tipo barrigón, con grandes bigotes y una exquisita tonada italiana. Don Julián había percibido ciertas conductas en aquellos dos individuos, pues era evidente que la mujercita vecina cada vez que salía a barrer la vereda y era saludada por su cliente no dejaba de ruborizarse. Esas cosas del corazón, –pensaba el diarero- y frotándose el grueso bigote ceñía sus ojos y contemplaba el ritual matinal de aquellos dos. En las radios sonaba Bill Haley and The Comets con su nuevo éxito, “Rock around the clock”. A Julia le gustaba sintonizar la radio y escuchar la nueva ola de música que bajaba desde Estados Unidos. Más de una vez se había visto sorprendida por su madre bailando frente al espejo, pero eso a ella no la incomodaba. Era una muchacha alegre y bastante extrovertida. Era común que en casa de Julia hubiese siempre reunión de amigas, juegos de canasta y reuniones para escuchar las radionovelas que cada tarde se escuchaban por radio nacional. Don Julián también solía cruzarse y sentado en un amplio sillón de la casa escuchaba las radionovelas con las muchachas a su alrededor. Ellas disfrutaban más de ver a aquel viejo bonachón abstraído por el diálogo radial que por la transmisión de las radionovelas en sí.
Un sábado por la mañana Ernesto compró el diario en el puesto de Don Julián como de costumbre y éste no pudo contenerse.
- Discúlpeme caballero, ¿puedo hacerle una pregunta? –preguntó el viejo.
- Claro, ¿qué será Don Julián?
- Usted dirá que soy un viejo metido por lo que le preguntaré pero tómelo de la mejor manera posible, es que este viejo tiene muchos años sobre la espalda y cuando percibe ciertas cosas adivina casi lo que pasará.
Mientras decía esto el viejo Julián jugaba con su bigote, algo que era común en él cuando estaba nervioso o feliz. Una ambigüedad bastante grande.
- No le entiendo bien Don Julián –dijo Ernesto- tal vez si fuera más claro podría responderle o ayudarlo.
- Mire hijo, yo he visto como usted mira a la niña Julia, la moza que barre la vereda de en frente, mi vecina. En las mañanas cuando usted me compra el diario he visto cómo se saludan y esa manera de mirarse que tienen, a mi humilde modo de ver, tiende a una sola conclusión, y es que se atraen, se gustan, usted me entiende muchacho… ¿estoy en lo cierto?
El joven Ernesto por un instante sintió un fuego que lentamente pasaba por todo su rostro y bajaba hacia su pecho. Sin mirar a los ojos del viejo por un instante pensó cual era la respuesta correcta ante semejante observación. Titubeó. Nerviosamente hacía girar su sombrero sobre su mano derecha hasta que mirando fijamente al viejo le respondió.
- Es inevitable no saludar a esa muchacha, Don Julián. Es una de las mujeres más bella de éste barrio. Y la verdad, entre nosotros, ella me gusta.
- ¡Ya me parecía! –espetó el viejo- ¡Ya me parecía!, seré viejo pero aún no he perdido el olfato para las cosas del corazón hijo.
- Pero debo pedirle algo Don Julián –nerviosamente dijo Ernesto- Debo pedirle que por nada del mundo le diga a la señorita que yo he puesto mis ojos en ella. Prométamelo Don Julián, por favor.
- Claro, yo no me metería en sus asuntos joven. Pero le daré un consejo de anciano, si usted me lo permite.
- Sí, claro.
- A veces hay que arriesgarse en la vida. Hay un refrán que versa que la vida no es para los cobardes y yo mirándolo a usted no creo que lo sea. Al contrario, pienso que usted es un buen muchacho. Y conozco perfectamente bien a Julia. Yo suelo compartir momentos con ella y su madre, son buena gente y excelentes vecinas. Si sus intenciones son nobles para con ella y su corazón está atrapado en esa maraña que llaman amor, y yo mucho no comprendo, usted debería de alguna manera hacérselo saber. Por cómo lo mira esa niña a usted creo que ella siente lo mismo, y si hay algo que no se debe permitir nunca en esta vida es dejar pasar el tren cuando se está en el andén correcto.
Las palabras del viejo sonaron como un conjunto de máximas en los oídos de Ernesto. Poniéndose el sombrero y dedicándole una sonrisa y cortés saludo se marchó con el diario debajo del brazo mascullando cada una de las palabras que el viejo le había dicho.
Esa noche, en su habitación, Ernesto siguió reflotando en su mente cada una de las palabras escuchadas de boca de Don Julián. Tirado sobre la cama, mientras leía “La metamorfosis” de Kafka se sintió por un momento ser Gregorio Samsa, convertido en un enorme insecto de grueso caparazón y extraño a los ojos de todos. Ernesto era único hijo y sus padres habían muerto cuando él era pequeño, y la única parentela que tenía en el mundo era una tía lejana que trabajaba en una biblioteca en un pueblo vecino. Alquilaba una pequeña habitación en una pensión del barrio y mes a mes guardaba el dinero que podía del cobro del banco para poder algún día comprarse una casa. Era su sueño. Un enorme sueño pensaba él, pero no por ello imposible. Mientras leía el libro no podía sacarse de la mente la imagen de Julia. Había empezado a darse cuenta que aquella muchacha estaba más adentrada en sus entrañas que lo que él realmente había imaginado. Se levantó, tomó un bolígrafo y volvió a echarse en la cama. Tenía por costumbre dibujar en la esquina de las páginas de los libros. Realizaba distintos tipos de animaciones cuadro por cuadro. En cada hoja dibujaba una escena distinta y cuando las páginas del libro se pasaban velozmente la escena cobraba vida como si fuera un dibujo animado. Esa diversión la tenía desde niño y nunca la pudo dejar. En realidad muchas veces se sentía ser un niño nuevamente. A veces se sentía avergonzado que todos sus libros tenían animaciones en sus hojas. ¿Qué pensará una persona de mí si me pide prestado un libro?, –solía decirse- No obstante era más fuerte que él y seguía dibujando escenas. Esa noche dibujó dos dedos meñiques. Al pasar las hojas rápidamente los dos dedos de estar separados pasaban a unirse y entrelazarse, un signo de unión –eso pensó.
La mañana que Ernesto murió fue un día frío de abril. Pocas personas se llegaron hasta su velorio. Julia estaba destrozada. Tras tantos años de amarse el uno al otro ahora ella debía seguir viviendo sin el hombre que había sido su compañero de casi toda la vida. Por un momento, mientras todo el mundo sollozaba, se imaginó estar parada en el borde de un enorme rascacielos con los brazos extendidos sintiendo como el viento fuerte de las alturas la atravesaban por completo, y en un momento sintió apagar su mente y arrojarse al vacío, pero no en un acto de suicidio sino de búsqueda. Se imaginó volar y buscar el único punto en el universo que le interesaba, justo donde ahora estaba Ernesto. Esa imagen mental acompañó a Julia durante todo el velorio y gran parte del funeral. Cuando todos se marcharon del cementerio parque Julia quedó sola con el ataúd encajado en la tierra húmeda y el susurro de los pinos meciéndose al viento. El aire frío enfriaba su piel ya ajada por los años, pero ella no sentía nada. O mas bien sí, sentía un profundo dolor que lentamente circulaba por su pecho. En su mano un clavel blanco se bamboleaba a gusto del viento. Lo depositó sobre el ataúd, murmuró unas palabras de amor y llevándose al viento se marchó. Cargada de una soledad opresiva ahora transitaba una nueva etapa de su vida. Camino a su casa aquel día del funeral recordó las mañanas de 1954 cuando aquel galante joven compraba diarios frente a su casa materna. “Cómo ha pasado la vida” –pensó- y casi sin querer una lágrima se escapó recorriéndole lentamente su mejilla dejando un surco de ardor y dolor.
Stars, "Heart", del albúm "Heart"
(first indeed)
ResponderEliminarme perdí la historia anterior, la vida me alejo del mundo bloguense, pero aquí estoy de nuevo para leer esta nueva entrada que ud publicó
ya quiero leer la 2d parte ^^
me quede colgadisima pensando en lo de los dedos meñiques. q imaginacion sr y q manera tan tierna tenes de narrar las cosas mas simples convirtiendolas en un relato de puro amor-
ResponderEliminarme encanto!
un beso
El aire de nostalgia del relato de los años 50's me fascino. Él saludo del sombrero, me remonto a mi niñez cuando veia a mi abuelo con el suyo haciendome reverencias una y otra vez porque la "Nena" no paraba de sonreir. Gracias por eso.
ResponderEliminarEl final para mi fue algo inesperado... pero quizás así son todos los finales. Veamos como se conquistaron Julia y Ernesto.
Besito en la mejilla.
Ciaoo
Bueno, bueno, bueno Miguelito...
ResponderEliminarRespiraré y leeré con calma...
Pasé a saludarte y dejarte un fuerte abrazo, cuidate mucho si.
Por acá andaré.-
@MAQUI:
ResponderEliminarSep, primerísima.
En realidad no te pierdes nada, las historias son como los libros, no tienen tiempo.
Me da gusto verte de nuevo por acá.
Un beso grande.
@SABRINA:
ResponderEliminarMe supongo, esto lo digo en voz alta, que la imaginación es una especie de músculo, mientras más lo ponés a laburar más se desarrolla, ¿no te parece?
Besos baby y gracias por siempre darte una vuelta.
@ALE:
ResponderEliminarMe quedé sonriendo cuando leí lo del sombrero de tú abuelo, sentí que éste relato empezó arrancando buenos y bonitos recuerdos. Eso es más que positivo.
Es un relato de idas y venidas en el tiempo. Quería escribir algo así.
Besos ;)
@NATALIA:
ResponderEliminarjajajaja sí, ya sé que por ahí da fiaca leer... no creas que a mí no me suele pasar cuando ingreso a un blog. No es obligación, respirá todo lo que quieras.
Pero me encanta que siempre te des una vuelta por este espacio.
Cuidate vos también.
Besos.
por cierto, ando en planes de cambiar la plantilla de mi blog...y hay algunas cosas de la tuya q me gustan mucho...
ResponderEliminarcreo q voy a necesitar de tu ayuda jaja
=)
Como para no variar, me encantó!
ResponderEliminar@MAQUI:
ResponderEliminarNo hay problema. De vez en cuando hay personas que solicitan mi ayuda para eso y no tengo dramas. Solo hay que coincidir por MSN con tiempo ambos.
=)
@BARBARA:
ResponderEliminarMe alegro.
Es una historia que me ha gustado escribir.
Beso.
Cariñooooooooo, pues si terminñe de leer y no es fiaca o pereza ok, es por tiempo más que todo.
ResponderEliminarMira pues hoy leí tu comentario y ja ja ja de verdad que me llevas el hilo y me sabés leer, entre líneas o seguido y pues si, me leíste bien... ja ja ja.
Gracias por eso, parece que me conocoeras y gracias, yo también te aprecio y te quiero.
EStaré fuera una semana, creo que no podré ver seguido los blogs pero estaré ok, de alguna forma.
Cuidate mucho, un fuerte abrazo y gracias.
@NATY:
ResponderEliminarYa lo sé.
Es que uno muchas veces en la vida tiende a dejar huellas, en realidad creo que siempre. Si estuvieras feliz toooodos tus posts serían alegres o hablarían de lo bien que te va o de lo enamorada que estás. Lo mismo pasa cuando la cosa no anda bien. Creo que es natural, pero no todo el mundo es capaz de verlo. Desde chico si de algo me jacto es siempre acertarle con las personalidades y los estados de ánimo. A veces a pesar mío, pero no hay manera de cambiarlo che, vine así jajaja... fallado jajaja.
Bueno, espero que en tu desaparecida por una semana todo te vaya bien y las cosas mejoren.
Beso.
genial, te mande mi add ^^
ResponderEliminarMe hiciste sentir. Seguire tus palabras y espero poder leer mas de ti.
ResponderEliminar@MAQUI:
ResponderEliminarOkis. Ya hemos hablado, :)
@TEREZA:
ResponderEliminarBienvenida a mi blog.
Gracias y pasá cuando quieras, siempre habrá letras en éste blog.
:)