viernes, 31 de julio de 2009

49 días (FIN)




8.



Nuevo mundo

Día 49



Fue una mañana de día domingo que Ernesto había pasado por primera vez a buscar a Julia para dar un paseo a solas. La familia de Julia ya conocía a Ernesto, y esa nueva relación entre los jóvenes contaba con la bendición. En aquellos tiempos la bendición era un augurio positivo que indicaba, fantásticamente, que la relación tendría siempre un manto positivo y esperanzador sobre ella. Puntual, Ernesto tocó timbre y se acomodó su corbata. Julia ya estaba lista. Tan solo retocó su cabello frente al espejo, ruborizó sus pómulos un poco más y presurosa abrió la puerta. Ambos, envueltos por ese halo que tan solo produce el enamoramiento percibieron al día como uno sin igual y partieron rumbo al río. El muelle no distaba mucho de la casa de Julia. Decidieron ir en bicicleta.

- Una bella mañana para andar en bicicleta, ¿no te parece? –afirmó una Julia sonriente y totalmente enamorada.
- Sí, hermosa. Además, siempre me ha gustado andar en bicicleta y ahora hacerlo con vos a mi lado ha tomado aún más atractivo, Julia. A veces ni yo puedo creer que haya nacido algo tan fuerte entre nosotros. Por las noches pienso si todo esto es real. Tú sabes, yo soy un tipo bastante solitario, de pocos amigos, pocas mujeres han pasado por mi vida y tu entrada a mi vida ha sido algo que la ha trastocado mucho, tanto que hasta tengo que pellizcarme para sentirme vivo –comentó Ernesto mientras pedaleaba displicentemente por el camino de grava que conducía al río.

Julia solo sonreía. Ese pudor único que sucede bajo el efecto del enamoramiento hacia estragos en ambos. Los cruces de las miradas, las sonrisas, observarse los labios, pensar y planificar decenas de escenas mentales, todo ello sucedía en cortos intervalos de tiempo que casi pasaban desapercibidos al unísono y solo se percataban de ello de manera separada. Cada uno vivía en su mente una fantasía distinta en la cual el otro era el personaje principal. Dejaron las bicicletas contra una pared de un depósito y caminaron hasta uno de los muelles. Hacía frío y un viento fresco soplaba erizando la piel. A lo lejos se veían un par de ancianos pescando y un grupo de niños con un mediomundo dentro del agua intentando darle caza a algún pez diminuto.

- ¿Te gusta éste lugar? –preguntó él.
- Me encanta. Cada lugar, más allá de haberlo conocido yo sola, se ve diferente estando contigo a mi lado. Éste mismo muelle ahora me parece otro, uno que jamás conocí, y sé que eso es porque lo vivo aquí, ahora, con vos. Me pregunto porqué suceden estas cosas.
- No lo sé. A mí también me pasa.

Y en ese instante él la tomó por la cintura, apretándola contra su cuerpo y besándola delicadamente.

Ernesto por un instante perdió su mirada en el río. La corriente estaba fuerte y algún que otro pájaro caía en picada en busca de peces. Julia lo observó durante un breve momento. Recorrió su rostro milímetro a milímetro. Atesoró el recuerdo.

- ¿Crees que viviremos el resto de nuestras vidas juntos, Julia? –preguntó él sin quitar la mirada del río.
- Tal vez, esas cosas nunca se saben. Pero tal vez podamos de a poco aprender a transitar la vida de la mano. Al menos yo tengo ese interés y las ganas de hacerlo –dijo ella.
- Hay días que he pensado en ello. Desde que te conozco pienso en este tipo de cosas. Dentro de mi cabeza, como si fuese un sinfín de una máquina picadora de carne, las ideas sobre un futuro juntos me giran y giran hacia un horizonte imaginario que no puedo divisar ni adivinar.
- No te atormentes. Mírame. Anda, mírame -Julia sonrío- ¿Ves cómo sonrío?, pues lo hago porque estoy disfrutando este momento. Te disfruto a ti, disfruto este sol que nos baña, disfruto el poder compartir este precioso momento en el tiempo y aunque no lo creas también disfruto, en estas cosas que parecen diminutas, una felicidad que nunca antes había sentido. Y esa felicidad ha nacido dentro de mí, algo así como germinar una semilla día tras día dentro de un frasco. Y tú lo has hecho posible.
- Te amo –dijo Ernesto mirándola con el rabillo del ojo y brindándole una cálida sonrisa.

Julia lo abrazó. Fuerte, muy fuerte.

Había algo en la expresión de Ernesto que hizo pensar a Julia. En su mirada perdida en el río aquel hombre parecía ver el futuro más allá que a él ese futuro pareciera negársele. El brillo de sus ojos era similar a un vidrio espejado que tan solo se dejaba ver de un lado pero nada podía observarse detrás de él. Tras el abrazo de Julia él la abrazó aún más fuerte. Ella sintió una verdadera sensación de protección. La mano firme contra su brazo no solo le transmitía firmeza sino también calidez y seguridad. Ella se acurrucó en su pecho, percibió su perfume y por primera vez deseó con todo su cuerpo a aquel hombre.

- Me encantaría que hagamos el amor –susurró Julia mientras mantenía sus labios casi hundidos en el cuello de él.

La correntada murmuraba un lenguaje ininteligible y daba a toda la escena una sensación única de soledad. Julia abrazó aún más a ese cuerpo masculino que la llenaba de señales. Ese mismo día hicieron el amor. Ernesto, un hombre que ya había tenido sexo con otras mujeres en su vida de a poco guió a Julia en sus primeros pasos encaminándola en ese descubrimiento interesante y único de la propia sexualidad. De a poco aquella ceremonia comenzó a darse con más intensidad. Ella fue liberándose y cada día que pasaba su cuerpo le pertenecía más y más. Un lenguaje invisible y poderoso es el que une a los cuerpos cuando se aman. Ellos lo percibían. Cada vez que él la penetraba parecían vivir una fusión cósmica, sin parangón. Increíblemente el sexo y el amor habían empezado a nacer entre ellos como una unidad única e inconmensurable que duraría hasta el resto de sus vidas.

El día número cuarenta y nueve había llegado y sorprendió a Julia dormida sobre el viejo sofá de aquella extraña casa. Tal vez en aquel sofá Ernesto había pasado muchas noches de insomnio o angustia, y tal vez por su mente y su corazón habían flotado muchos pensamientos sobre ella y de cuánto la extrañaba tras la separación. Julia se había quedado dormida la noche anterior en aquel sitio, extenuada por las emociones y el cansancio. Tan solo al abrir los ojos supo que aquel era el día número cuarenta y nueve y recordó aquella leyenda que Raquel había escrito. La casa dormía silenciosa como siempre. De vez en cuando algún rechinar de las maderas de la buhardilla llegaba hasta el dormitorio. Ella permaneció inmóvil durante un rato recordando cada etapa de su vida con Ernesto. Miró el reloj, era media mañana. Había dormido toda la noche serenamente, sin percatarse de nada, ni extrañar su propia cama matrimonial. Seguramente aquel sofá y aquella casa estaban impregnados con algo de su esposo. Dicen que cuando uno habita un lugar y lo hace a gusto o transita vivencias profundas en él parte de nuestro ser impregna los objetos. Tal vez eso mismo había pasado allí. Cerró los postigos de las ventanas, juntó las cortinas, organizó las sillas, cerró la diminuta ventana de la buhardilla y dando dos vueltas de llave cerró la puerta del frente de la casa. Bajó las escaleras y tras pasar el tejido y la puerta del jardín una paz increíble se apoderó de ella. Una ráfaga de viento levantó la hojarasca del jardín en un girón y el olor penetrante del pino se sintió más fresco. Miró a su alrededor, sintió miedo. El cazador de ángeles que pendía de un esquinero de la casa hacía chocar sus pedazos de vidrio dejando oír una melodía aguda. Todo parecía haberse vuelto loco de repente. Con los ojos llorosos recordó a Ernesto. Algo le decía que todo aquel berrinche era fruto de él. Era tiempo de decirle adiós. Sin embargo no podía. Tan solo se limitó a decirle un “hasta pronto”. Apretando fuertemente su abrigo contra el pecho dejó atrás la casa, mientras, rememoró cada uno de los cuarenta y nueve días transcurridos intentando descifrar aquel mensaje final de la leyenda.

No importa el número de días, tampoco importa el corto o largo tiempo que se permanezca junto a quien se ama, tan solo cuenta la intensidad, ayudada por las ganas, el respeto, la pasión y por sobre todo, el amor genuino. Finalmente Julia dejó ir a Ernesto.



FIN.


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4 comentarios:

  1. Muy bonito final para la historia que me mantuvo enganchada por tanto tiempo. Pues si es dificil escribir en varias entradas porque empiezas a tener sentimientos encontrados hacia los personajes. Pero aunque algún personaje (en este caso Ernesto) empieze a ganarse la desconfianza del lector, sólo se convierte en antagonista y en lo personal me daban ganas de leer mas para saber si el era realmente "malvado". Eso de ir por partes tiene sus pros y sus contras. Le sirvió mucho a los grandes de la literatura!

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  2. Hola amigo, estuve un poco ausente y no me perdono no haber podido seguir esta historia desde el principio, este episodio me llenó de ternura y emoción, así que con muchas ganas me tomaré el tiempo de leer lo anterior.
    Te extrañé, te dejo un beso

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  3. que esperas para publicar un libro con tus historias??
    =)

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  4. @TEREZA:

    Gracias por seguir los capítulos y sí, tiene su contra el escribir así desmembradamente pero la conclusión final es una historia con un poco más de cuerpo.

    Beso.


    @PAOLA:

    Hola, bienvenida nuevamente :)

    Ahí puse un link con los capítulos en orden cronológico y consecutivo así puedes leerlos.

    Beso ;)


    @BÁRBARA:

    Hola baby.

    ¿Qué espero? mmmmmm lo que siempre respondo cuando me dicen lo mismo: "tener ganas de pasar horas "culo" en una silla frente al monitor durante muuuuchos meses para armar una buena novela". Tal vez, algún día. Seguro que sí :)

    Besos y gracias.

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