5.
Autobuses amarillos
Galaxias lejanas
Al salir a la puerta de calle vio una fila de autobuses escolares. Estaban parados a orilla de la acera. Todos amarillos, todos enormes. Se asemejaban a un largo gusano amarillo de alguna isla exótica, de algún trópico, de algún planeta, de alguna galaxia. Los autobuses estaban allí, vacíos, sin niños dentro, tan solo estacionados como si alguien los hubiese abandonado a su suerte y la risa de los niños aún deambularan por sus pasillos. Por un instante Julia los contempló con admiración. Algún que otro recuerdo sobre sus hijos y los momentos escolares comenzaron a aflorar en su mente. Las veces que Ernesto acompañaba a los niños a esperar el autobús y ella los miraba desde la ventana pensando en esa perfección absoluta que su propia vida tenía. Los atardeceres calmos y rojizos del otoño, los niños corriendo desesperadamente al bajarse del autobús y chocar violentamente contra su regazo y rodeándola con un abrazo cálido mientras sus mejillas frías acusaban el efecto del clima. Era increíble cómo los momentos de una vida parecen escribir páginas de un libro. Así sintió Julia aquel día. Caminó a la par de los autobuses mirándolos de reojo y tras alejarse de ellos aún los recuerdos de su juventud y la niñez de sus hijos le rondaban por su cabeza. Como si aquellas moles amarillas hubieran abierto una pequeña rendija en su memoria donde los recuerdos comenzaban a desparramarse como un aceite pesado y viscoso.
Tras un par de cuadras decidió sentarse en la plaza. Cansada, los años pesan –se dijo-, decidió disfrutar un momento del bullicio. Niños corrían de aquí para allá, jugaban en toboganes, andaban en bicicletas. Parejas de enamorados caminaban de la mano, alguno que otro anciano daba vueltas en círculo en la plaza intentando matar el aburrimiento y sosegar la vejez. Cada cosa era motivo digno de admiración, y ella lo tomaba así, con calma, y escudriñaba minuciosamente el hecho. Por un instante pensó en los días de su viudez. Ya iba casi un mes. Treinta días sin Ernesto y así mismo parecía una verdadera eternidad. Ya no borraba los días en el almanaque, lo hacía en su interior. Día tras día al levantarse sabía que el día número 49 estaba cada vez más cercano, casi a la vuelta de la esquina. Ese día tal vez invisiblemente él partiría definitivamente de su lado. Esa sensación de pérdida la oprimía y la angustiaba en demasía. Contempló a una niña jugar con su cachorro y eso la enterneció. Julia no había olvidado las bondades de la vida ni tampoco apreciar lo bonito y lo alegre que desprenden las pequeñas cosas, esas mismas que muchas veces parecen tontas o carentes de importancia. Un joven se acercó a su lado y se sentó displicentemente en el balcón donde ella estaba sentada. Tomó un libro de su mochila y se echó a leer. Aquella acción del joven la tomó de sorpresa.
- ¿Qué lees jovencito? –le preguntó.
- Una novela, ficción.
- Parece interesante, ¿no?
- Sí, hace poco empecé a leerla pero la verdad me tiene atrapado, así que en mi horario de almuerzo me vengo a la plaza, como un sándwich y leo.
Julia le sonrió. Fue un momento en que todo parecía paralizado en la plaza. El joven parecía inmóvil con su libro en las manos, los niños que correteaban de aquí para allá parecían suspendidos en el tiempo, nada parecía moverse y todo parecía ir contra las reglas de la gravedad. Al principio se asustó, pero luego sintió que tal vez aquello era la oportunidad para poder dejarse hacer lo que le viniera en gana, lo que nunca se atrevía hacer y que muchas veces Ernesto le reprochaba. Es que tú nunca haces nada fuera de lo rutinario Julia –solía decirle él. No es que no me guste sino que muchas veces no sé qué hacer mi amor, a veces me parece que si hiciera lo que siento, lo que se me ocurre hacer, todo el mundo se reirá de mí, ¿me entiendes? –respondía ella. Levantándose del banco se dirigió al césped, se arrodilló y se recostó sobre él extendiendo sus piernas y sus brazos. Enfocó el cielo, el sol le daba de lleno en la cara. Cerró los ojos por un momento y un profundo silencio parecía ingresarle lentamente por los oídos y recorrerla por completo. Aquel silencio cargaba paz. Se sentía como el suave susurro de un campo lleno de molinos eólicos trabajando en armonía. El viento recorriendo las aspas de los molinos tan solo dejaba sentir un breve silbido que brindaba una sensación placentera al escucharlo. El césped se sentía perfectamente húmedo y vivo. Con ambas manos aprisionó entre sus dedos un puñado de él y se aferró sin soltarlo. Ahí estaba, haciendo algo que deseaba, lo que su interior le dictaba, lo que tantas veces Ernesto le había inducido hacer, y sin miedos, tan solo dejándose llevar por lo que su interior le dictaba.
- Señora, ¿está bien? –preguntó el joven lector.
Julia lentamente abrió los ojos. A su alrededor un manojo de niños estaban abarrotados mirándola con sus ojos abiertos a mas no poder. El joven estaba en cuclillas a su lado con cara de susto.
- Sí, estoy magníficamente bien.
Al regresar a su casa los autobuses amarillos habían partido. Tal vez en ese momento estarían visitando alguna galaxia de las que ella ya regresaba.
Athlete, "Fliying Over Bus Stops", del albúm "Beyond The Neighbourhood"
Ahhh me encanto la escena de ella recostada en el cesped mirando al cielo.... haciendo y deshaciendo.
ResponderEliminar¿cuantas veces tenemos miedo a vivir lo diferente, lo que nos dicta nuestro corazón?
Que bueno que Julia lo hizo... habrá que imitarla.
Besito Migue
pd. Prontito escribiré algo, gracias por estar pendiente. Muack
@ALE:
ResponderEliminarEs una escena de plena liberación. Te juro que me encantó irla narrando mientras me imaginaba a Julia tendida sobre el césped y aferrada con sus manos a él.
Dependencia mutua amiga, mutua.
Beso.
:) Ja! me arrancaste una sonrisa con eso de dependencia mutua [me descubriste]. Jajajajajaja
ResponderEliminar:)
Besito
@ALE:
ResponderEliminar;)
Sos mi fiel lectora visible, hay casi 90 invisibles y la verdad eso me pone feliz.
Te descubrí, sí ;)
Beso.