domingo, 9 de agosto de 2009

mundos espiralados (2)

Capítulo 2


La pared de su cuarto tenía un empapelado un tanto extravagante. Era toda celeste, de un celeste claro, y cada diez centímetros había un dibujo de un ramo de rosas contorneado, totalmente blanco. Al mirarlo de cerca se podía apreciar la perfección del dibujo, pero si te alejabas un par de pasos aquella pared parecía un campo de algodón. Ese efecto visual me gustaba, y mucho. Cuando estábamos en su cuarto, fumando o tan solo explorando nuestra sexualidad, solía pararme desnudo en el centro de él y dar un paso adelante y uno hacia atrás. Lo hacía repetidamente y según la velocidad que le imponía al movimiento era el efecto visual que causaba en mi cerebro. Aquellas anécdotas tontas de mi vida junto a ella son realmente pinceladas de una gran relación. Como si fueran viejas polaroids amarillentas que aún hoy las mantengo en mi mente y las saco a relucir sin un porqué para sonreírme o entristecerme.

Nací en el otoño de 1972, ella en el invierno de 1971. O sea que durante casi un año estuvo viviendo en éste mundo sin que yo aún existiera. Muchas veces me pregunté eso estando a su lado. Una vez estábamos en un cine, ella plenamente concentrada mirando la película. Entonces me dispuse a observarla de reojo. Era increíble ver cómo vivía intensamente cada escena. Sin mirar la pantalla sabía qué tipo de escena era la interpretada, todo lo delataba su rostro. Tenía una expresividad contagiosa. En momentos como esos yo pensaba cuán diferente éramos aún habiendo nacido con tan poco tiempo de diferencia. Hubiera sido lo mismo si nacíamos hasta con un segundo de diferencia, si hasta los gemelos o mellizos son completamente distintos aún naciendo casi al mismo tiempo. Esa desigualdad muchas veces se convertía en una polaridad extrema. El sabernos a veces muy distantes por ser tan distintos hacía que nos resultáramos atractivos el uno para el otro. Principalmente me atraían dos cosas de ella, una, el lóbulo de su oreja, y la otra, la tibieza que transmitía a todo mi cuerpo cuando me tomaba de la mano.

Al día siguiente de haber escuchado la canción que la hacía sentir en otro planeta quedamos de juntarnos en el grupo de ayuda comunitaria al cual pertenecíamos. Hacía un par de años nos habíamos anotado voluntariamente a un grupo que ayudaba a los indigentes que deambulaban taciturnos por la calle. Noche de por medio íbamos por la calle reclutando personas hambrientas y con frío para cobijarlas en un albergue municipal o bien conducirlas a un centro comunitario para que comieran y pudieran asearse. Participar con ella de aquel tipo de acciones era sumamente gratificante. Llegó pasado el mediodía. Yo me encontraba haciendo un recuento de comestibles para dejar listas las raciones para que los cocineros del turno noche preparan la cena. Entró despacio, casi arrastrando sus pies, y se sentó en una esquina del recinto, a orillas de un gran ventanal. Del otro lado del vidrio una mariposa revoloteaba queriendo colarse por él. Ella no acusó recibo del revoloteo del insecto. Tras ver aquella escena supe que algo no andaba bien. Dejé la planilla con las anotaciones y me senté a su lado. Intenté saludarla pero había algo flotando a su alrededor que me ató la lengua con un nudo casi imposible de desatar. Así que permanecí en silencio a la espera de algún tipo de señal que emanara de su interior. A lo lejos, tras el ventanal, se podía ver el extenso y frondoso jardín del centro comunitario. De los abedules bandadas de gorriones se lanzaban hacia el piso como si estuviesen jugando a las escondidas. A la mariposa que revoloteaba contra el vidrio se le unieron otras, más coloridas, y todas parecían flotar delante de sus ojos para llamarle la atención, pero era en vano, ella parecía no estar en éste mundo.

- He intentado saludarte pero no he podido. Desde que has llegado te has quedado callada en éste rincón. ¿Te pasa algo? –pregunté en voz baja.
- ¿Te acuerdas de ayer, de la canción, de nuestra charla? –me respondió.
- Sí, claro. Pues bueno, esa charla me ha estado dando vueltas por la cabeza toda la noche. He pensado mucho sobre lo que siento por ti –en ese instante tragué saliva pues presentí que algo no andaba bien- y qué es lo que realmente me demuestras que sientes por mí.
- ¿Y a qué conclusión has llegado? –pregunté nerviosamente.
- Que estamos con distinto peso.
- ¿Cómo es eso?, no te entiendo.
- Ufff, me es difícil explicártelo.
- Pues inténtalo.
- Es como estar en el remanso de un río y arrojar piedras. Tiras una y sientes que el sonido te indica una profundidad cercana y tiras otra y la sientes caer más hondo, como que esa piedra llega hasta una fosa abisal. ¿Entiendes?
- Un poco. Creo que intentas decirme que nuestro sentimiento está un tanto desequilibrado, que uno pone más que el otro. ¿Es así?
- Sí. Eso mismo. No puedo decirte cual es la piedra que cae más hondo o la que se queda más superficialmente. Creo que a veces soy yo la que está casi al borde de la superficie y tú el que caes a la fosa; y en otros momentos es totalmente al revés. Ese desequilibrio ha desnudado muchos sentimientos encontrados dentro de mí.

El ruido de una cacerola cayendo al piso nos sobresaltó a ambos y dio por concluida la conversación. Metí las manos dentro de los bolsillos de mi jeans y salí al patio a tomar aire puro. Ella se quedó en la ventana. La mariposa seguía golpeándose sin sentido contra el vidrio. Tras verla chocar tantas veces insistentemente pensé en cuan reiterativos somos muchas veces con cosas que no tienen resolución. Abrí un atado de cigarrillos y me fumé uno.




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Capítulos: 1

2 comentarios:

  1. Leí los dos capítulos. Me gustaron mucho, y mucho más allá de la historia es la forma en que lo contás lo que me atrapa.
    Buen trabajo Miguel.
    Un beso, amigo.

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  2. @RO:

    Gracias por el elogio. Escribir me encanta, y aunque últimamente estoy bastante fuera de la internet por cuestiones personales sigo posteando historias como ésta que ya he escrito.

    Gracias por tú feedback.

    Beso.

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