domingo, 16 de agosto de 2009

mundos espiralados (3)

Capítulo 3


Esa noche, tras la charla con ella, decidí salir con mis amigos a tomar algo al centro de la ciudad. Cerca de la medianoche pasaron a buscarme en una camioneta y anclamos en un bar de mala muerte que estaba enclaustrado en un subsuelo. Algunas mesas de pool se dejaban ver tras el denso humo. El local se encontraba sumergido en una oscuridad casi total, eso me hizo recordar a una vieja película de piratas que vi cuando era niño. Un pirata con un parche en el ojo estaba parado sobre la proa del barco. En su boca llevaba un cuchillo filoso. Aguzaba su vista en la niebla y sin hacer ruido se mantenía expectante para saber dónde se hallaba el otro barco pirata, el enemigo. En el bar no había enemigos, todos éramos parte de una comunidad, la de los que nos divertíamos y compartíamos alegrías y penas en la madrugada. Tampoco había piratas, tan solo un único barco.

Bebí un par de cervezas y me senté en un rincón a observar cómo jugaban al pool mis amigos. Una mujer gorda estaba sentada sobre la falda de un hombre encorvado. Aquella imagen le daba un toque distintivo al bar, no precisamente agradable. Tras estar unos minutos bebiendo cerveza de a sorbos un hombre calvo y pequeño se instaló a mi lado también a beber. Con su dedo meñique escarbaba dentro de su oreja derecha como intentando encontrar un tesoro sepultado hacía años, y con su mano izquierda bebía como si todo lo que hacía fuese completamente normal y acabase de volver de un desierto.

- ¿Puedes creer, amigo, que mi mujer me ha dejado?, que justamente esta misma noche me ha echado de la casa y me ha dicho que no vuelva más, que nuestro ciclo juntos a concluido –me dijo el hombre calvo.
Yo tan solo lo observé y seguí bebiendo mi cerveza.
- Veinte años de matrimonio y de repente una noche llegas a tú casa y te encuentras con toda tú ropa tirada sobre la cama, un par de valijas abiertas y a tú esposa como enloquecida maldiciendo y arrepintiéndose de los años perdidos y de la vida infeliz que lleva junto a ti. No es justo. Yo también estuve la misma cantidad de años que ella en la relación y para mí han sido años maravillosos.
- Debes sentirte terrible –dije con voz seca- entiendo lo que me dices aunque, claro, no logro saber qué se siente en carne propia.
- Se siente horrible amigo –me respondió el hombrecito mientras seguía aún buscando el tesoro dentro de su oído.

Por un momento recordé la escena de mi novia en el centro comunitario. Hasta me pareció ver volar a la mariposa entre la densa humareda de cigarrillos. Supuse que ella me había intentado vaticinar un final, tal como el que aquel hombrecito calvo me relataba. Me sentí angustiado. Empiné el vaso de cerveza y lo terminé a todo de una vez. Pagué y me marché a casa. Mis amigos se ofrecieron llevarme pero les respondí que tenía ganas de caminar. No tenía ganas de hacerlo, pero era la única forma de ordenar mis ideas. El frío de la noche seguramente ayudaría.

Tras caminar los primeros metros sentí frío. Subí el cuello de mi campera y metí la mano dentro de mis pantalones. Aquella acción siempre me gustaba llevarla a cabo. Caminar con mis manos dentro de los bolsillos de mi jeans me hacía sentir unificado. En la calle me crucé un par de parejas presurosas que iban rumbo al bar, un par de travestis y proxenetas en una esquina y un viejo vagabundo empujando un carro de supermercado cargado de porquerías. Todos aquellos personajes parecían salidos de una película de ficción, sin embargo no compartían este mismo mundo al igual que yo. Me sentí como transitando sobre el borde filoso de un camino de acero espiralado. En la plaza cercana a mi casa me detuve un instante a fumarme un cigarrillo. De todos los bancos tan solo uno estaba sin nadie, el resto estaba ocupado por vagabundos. En ese momento recordé una escena de una película que me gustó mucho, en donde el personaje principal, un violonchelista esquizofrénico y vagabundo, al acostarse a dormir comienza una escena diciendo, “Padre nuestro, que estás en los cielos…” Esa escena me impactó de sobremanera y cada vez que veo un vagabundo miro al cielo. Supongo que Dios no está en el cielo sino arropándolos, pero no puedo dejar de ser humano y mirar al cielo. Terminé el cigarrillo y lo eché al suelo pisoteándolo con la punta de mi zapatilla. Volví a casa, abrí la heladera y tomé una lata de cerveza. Acomodé unas letras con imán que estaban pegadas en la puerta de la heladera dejando una palabra que se leyera, “atemporal”. Finalmente me eché en el sillón de orejas y bebí la cerveza sorbo a sorbo hasta finalmente dormirme.

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3 comentarios:

  1. Hay veces en las que los dias en los que al parecer no sucede nada relevante es cuando mas te mueven el corazon.

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  2. Además de las historias y la música ahora que le estoy prestando mas atención a las imágenes me gusta todo un poco mas (si, parece que era posible que me guste un poco mas jaja)
    Saludoss señorrrrrrrrrr =)

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  3. @TEREZA:

    Esos días en los que la vida parece pasar desapercibida suelen venir cargados de anécdotas para la posteridad. Estamos de acuerdo en eso.

    Un gusto que leas mis historias.

    Beso.


    @BARBARA:

    Hola :)

    A veces pienso que los libros con un toque de multimedia serían más espectaculares aún. El blog permite eso, a la historia permite condimentarla con música e imágenes y así el lector, más allá de su imaginación, puede trasladarse a un ambiente un tanto más parecido al que ideó el escritor mientras escribía.

    Me alegro que te guste pasar por acá.

    Saludos señoritaaaaaa ;)

    Beso.

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