lunes, 21 de septiembre de 2009

mundos espiralados (15)

Capítulo 15


Después de un par de horas de estar disfrutando en aquel sitio decidimos regresar. Ninguno de los dos volvió a besar al otro ni mucho menos a mencionar el beso que nos dimos; sin embargo ambos sabíamos que existía esa conectividad de la que Isabel había hablado. Caminamos cerca de un kilómetro charlando. Yo manejaba la bicicleta y ella caminaba a mi lado cargando la mochila. El sol lentamente comenzaba a buscar su escondite y el viento había cesado. La tardecita se volvía más y más bella en el valle y de fondo las sierras de Córdoba ponían el toque perfecto para maravillarse del mundo en que vivimos.

- La vida es extraña -me dijo Isabel mirándome- es extraña porque nunca sabes que sucederá mañana o dentro de un par de años. El tiempo la hace extraña. Cuando era más chica hubiera hecho mejor muchas cosas de haber sabido por anticipado adonde estaría un tiempo después en el futuro.

- Pero eso no tiene sentido -interrumpí- si todos supiéramos que pasaría en un par de años seguramente perderíamos el sabor a la vida.
Seguimos caminando un trecho más y noté que Isabel había quedado pensando en mi respuesta.

- ¿Sabes Alan?, en este pueblo las chicas de mi edad tienen el pensamiento que su vida está previamente diseñada. Sus aspiraciones son trabajar y esperar a que un hombre se case con ellas y así pasar al otro nivel, al de señoras casadas, y ahí sí planifican tener hijos y vivir junto a ese hombre hasta su muerte. Pocas chicas solteras hay aquí, casi te diría que me sobran los dedos de una mano para contarlas. Pero yo no pienso así, al contrario, desde siempre choqué con esa manera de ver la vida. Como todo el mundo busco ser feliz, pero si he de casarme desearía hacerlo en el momento justo, cuando sienta que esté lista, y si ese hombre con el cual pretendo casarme siento que no me hace feliz entonces no me casaría, por más que fuese el último hombre en la faz de la Tierra. Tampoco me importaría viajar hasta otro lugar del mundo para estar junto a él, considero que uno puede llegar a hacer muchas locuras cuando se enamora o ama a alguien.

- Supongo que tienes un pensamiento liberal y moderno. Yo pienso como vos. Si encontrase a una chica de la cual me enamorara seguramente pensaría bastante bien la situación de casarme. La seriedad de contraer ese tipo de vínculo es algo que se enseña desde abajo, desde la educación que nuestros padres nos dan; no obstante podemos fallar, de por hecho hoy por hoy son más los que fallan que los que aciertan, aunque también juegan otros factores en ello, tales como el egoísmo y el libre albedrío. Claro que también deberíamos definir que es “fallar”, ¿vos qué pensás?

- Creo que las vidas pueden parecerse pero jamás serían iguales. Hasta por un segundo pueden parecerse pero terminan siempre siendo distintas. Cada vida es un mundo, como dice el dicho popular, y creo que así es. Y el fallar supongo que es parte del juego al que todos nos arriesgamos cuando comenzamos a amar. En realidad, y este es un pensamiento muy mío, amar es como una enfermedad, te arriesgas a que te deje secuelas.


Mientras Isabel me decía aquello me quedé mirándola perdidamente. Cada palabra suya me generaba pensamientos de momentos vividos con mi ex novia. ¡He fallado!, pensé, pero automáticamente quité esa culpa de mi modo de pensar e intenté llevarlo hacia el extremo que Isabel me estaba mostrando, el de las secuelas, el de los mundos individuales, siempre unidos por espirales.

Nos detuvimos un segundo a tomar un poco de agua. Ya el sol estaba por ocultarse definitivamente así que le dije de subirnos a la bicicleta para llegar más rápido a su casa. Nos echamos a andar por el sendero hasta cerca de la casa de mi abuelo y doblamos en dirección contraria para ir hasta su casa. La pequeña casa estaba bellamente enclavada debajo de un cerro. Era pequeña pero pintoresca. La construcción hacía suponer que hacía mucho tiempo había sido construida. El frente estaba flanqueado por hermosos eucaliptos azules de gran altura, tal vez tan viejos como la casa. Apoyé la bicicleta en uno de esos magníficos árboles y acompañé a Isabel hasta la verja de entrada. Volvió a besarme y volví a sentirme flotar. Isabel me producía una sensación que jamás había sentido. Supongo que es similar a describir la sensación de que alguien te tienda la mano cuando estás caído dentro de un pozo oscuro y húmedo y hace horas no ves la luz. Esa mano se extiende cálida y salvadora, permitiéndote liberarte y sentir que súbitamente la felicidad te invade sin siquiera haberlo pensado. Con su mano derecha peinó mi pelo y mientras lo hacía me sonreía. Yo solo me limité a mirarla y sonreírle también. Finalmente volvió a besarme, y todo en absoluto silencio, solo gesticulaciones y el lenguaje mudo de nuestros cuerpos dialogaban aquel atardecer. Tras despedirme volví caminando por el sendero hasta la casa de mi abuelo. Ya era de noche, las primeras estrellas acusaban el descanso del sol.

En el trayecto de regreso ordené mis ideas. Por un lado sentía esa atracción silenciosa y casi mágica de Daniela y por el otro el éxtasis y la belleza de Isabel. Me parecía todo tan loco, tan agarrado de los pelos. Había llegado a aquel sitio con el afán de curarme de desamor, de intentar sanar las heridas que me había producido la separación de mi novia, y sin querer, sin buscarlo, ahora existían dos nuevas personas en mi vida, dos mujeres que por distintas arterias estaban entrando lentamente en mi corazón a través del torrente sanguíneo. Sentía mucho ruido en mi cabeza. Los pensamientos se apelotonaban y nada era claro. Ni siquiera estaba seguro de mis sentimientos ni mis sensaciones por ninguna de las dos. Es que todo era tan vertiginoso y agradable que no había tenido ni un segundo de tiempo para sentarme a pensar que era lo que realmente estaba pasando. A orilla del camino el rocío nocturno comenzaba a descender. El aire puro de las sierras traía consigo olor a hierbas serranas. En el cielo las estrellas ya comenzaban a titilar de manera tímida y lejana. Me sentía a gusto caminando por aquel lugar. Volví a pensar en las palabras de Isabel y sobre cómo cada vida es un mundo diferente. En mi vida justamente en ese instante estaba contemplando el mundo físico donde yo vivía, ese mundo que hacía años no disfrutaba, desde que era niño. A su vez en el otro mundo, el mío, el interior, la noche se había extinguido y un nuevo amanecer comenzaba a asomarse. Por el momento se sentía tibio, agradable, pero brumoso, confuso. Demasiados problemas para mi veintena, pensé que debía tomarme las cosas con calma. Al llegar a la casa abrí la heladera, tomé una lata de cerveza y me senté a sorberla sentado en posición de Buda en la galería. Se me cruzó por la cabeza terminar de leer el Conde de Montecristo pero tenía demasiado ocupada la mente para leer un final sin ponerle la atención que todo final se merece, así que apoyé mi cabeza contra la pared y me quedé a contemplar la copa de los quebrachales cuando tocaban la luna.


Mientras estaba abstraído en aquella visión recordé que quedaban pocos días de vacaciones y que ya debía retornar a la universidad. Pensé en cómo sería reencontrarme con aquel mundo del cual había escapado ¿Cómo miraría a los ojos a mi ex novia?, ¿me cruzaría a ella y al señor mayor de las Bahamas caminando juntos de la mano y besándose?, ¿volvería a tocar el violín con las mismas ganas que siempre lo hacía?, ¿aún existiría la capital de mi provincia en aquel sitio?, muchos interrogantes se me abalanzaban como águilas al acecho en mi mente. Tomé unas cuantas hojas de papel de mi mochila, un bolígrafo y me senté nuevamente en posición budista para escribir lo que me viniera a la mente. Tras unos minutos de titubeo recordé los imanes de la heladera y con qué facilidad formaban palabras, a veces hasta revolviéndolos sin sentido dejaban palabras armadas y a mí en ese momento no se me ocurría ni una sola para empezar mi escrito. Escarbé un poco más en mi interior, revolví, y obtuve una, espiral. Entonces comencé a escribir un cuento breve, uno que involucrara la palabra espiral, tras escribir un par de horas me sentí a gusto con el resultado final. Lo titulé, Mundos Espiralados. Finalmente guardé las hojas con el cuento en la mochila, me lavé los dientes, y me acosté a dormir.


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4 comentarios:

  1. Me encantaron los últimos renglones, me parece una bonita espiral que el personaje principal escriba una historia que lleve el nombre de la novela en la que está.
    Si yo escribiera algo así se llamaría VIDA.

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  2. Siempre un gusto leerlo, Señor Literato. Su capítulo está tan bien descipto en el comentario anterior que no tengo más que agregar.

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  3. @TEREZA:

    Interesante, ¿así que lo titularías "Vida"?, mirá vos, interesante.

    Besos Tereza.

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  4. @ORNELA MUTI:

    Gracias querida lectora. Un gusto que siempre leas mis textos.

    Beso.

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