jueves, 9 de abril de 2009

los límites interiores




- ¿Lo hacemos ahora Elena? –le preguntó después de varios meses de insistencia y paciencia.
- ¡No!, ¡antes dime algo que me excite! –respondió ella sin siquiera mirarle a los ojos.
- ¿Algo que te excite?, ¿y qué te excita?, ¿acaso mi sola presencia no logra transmitirle a tú cuerpo semejante cosa?
- Aún no.

Entonces él entristeció.

- ¡Vamos, más arriba hombre, más arriba! –increpó ella.
- Perdona, es que nunca antes lo hice, Elena. –avergonzadamente le respondió él.
- ¡Quien me manda a meterme con un crio habiendo tantos hombres en este mundo!
Volvió a entristecerse, pero ésta vez mucho más que antes.
- Cada vez que me miras me siento la manzana del pecado, ¿acaso no entra en tus principios hacerlo sin remordimientos con una puta?
- No, no es eso.
- ¿Y entonces qué es?, ¡ya sé!, no te gusto. Eso es. ¿o acaso te doy asco por ser una ramera?
- No, Elena, no. Nada de eso. Es que no estoy enamorado de ti, ¿entiendes? –dijo él tremendamente sonrojado sin mirarle a los ojos.
- ¡Estás chiflado! –repuso ella encolerizada pero con cierto aire de recelo.
- No, no lo estoy.

Esta vez se deprimió por no sentirse comprendido y expuesto.

Se vistieron, cada uno con su tiempo necesario, sin apresuramiento. Ella furiosa por haber perdido el tiempo, pero no así dinero, y él con un terrible estupor que refulgía en sus mejillas. No había podido convertirse en verdadero hombre ese día, pero tampoco claudicó en sus principios. Una vez más había sucedido. Afuera la noche rugía, el frío acechaba. Dentro de la habitación todo parecía deprimente y vacío.

- Son diez dólares. Lo siento cariño, pero no puedo irme sin cobrarte. Tú ya sabes como es esto. Lo sabes, ¿verdad?
- Sí Elena, lo sé. Perdóname, ¿sí?, porque aunque tú estés furiosa yo me siento tan poco hombre en este instante que hasta llego a odiarme.
- No te odies muchacho, no te odies. Al contrario, alégrate. Siéndote sincera te diré que hasta envidio tú personalidad. No todo el mundo anda por allí haciéndole caso a sus principios y mucho menos cuando de sexo se trata. Mírame. Soy una ramera, una mujer que muchos toman en broma y la mayoría ni siquiera respeta. ¿Acaso no piensas que me gustaría ser otra persona y tener el suficiente coraje para al menos intentarlo? Claro. Muchas veces me lo planteo, pero no puedo, siempre claudico, siempre caigo en el mismo pozo enlodado del cual no puedo salir y ahí, precisamente ahí, mis principios se llenan de lodo y yo emerjo vacía, casi sin vida. No te avergüences muchacho, por favor no lo hagas.

Ella salió de la habitación envolviendo su cuerpo en un amplio chal de lana. Cruzó la calle empedrada y se perdió en las fauces de la noche. La luna la seguía como acusándola de sus pecados. Detrás del vidrio empañado sus ojos la siguieron hasta ya no verla más. Las palabras de ella repercutían en su mente. Su sexo aún estaba erguido pero su vergüenza de a poco lo calmaba. Había triunfado, no había sucumbido a la tentación, sin embargo cierta llama tenue dentro de él no conseguía resplandecer con más furia. Aún no lograba cruzar el umbral por más que su interior ya volara por los cielos y seguía envidiando a aquella mujer capaz de hacer de su vida un libre albedrío.

2 comentarios:

  1. Historias como muchas que invaden la noche y despiertan en el día.

    Historias tan reales como dolorosas, tambien de ellas debemos aprender y más aún respetar, cuando no padecemos el frio ajeno.

    Besos.

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  2. Cecy, así es, historias que invaden nuestros días sin importar el momento en que lo hacen.

    Gracias por pasar. Saludos.

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