viernes, 10 de julio de 2009

49 días (3)




3.


La lejana estrella donde habita un alma
Polaroid
s


Después de aquella tarde cargada de recuerdos Julia decidió no entristecerse. Recordó la alegría que siempre Ernesto tenía para con ella y para con todas las personas que circulaban a su alrededor. Él jamás hubiera permitido una lágrima en su mejilla por su ausencia. Por la mañana tras levantarse tomó un calendario de pared y contando cuarenta y ocho días redondeó el número cuarenta y nueve con un fibrón. Por un instante se quedó contemplando el círculo mientras por su mente pasaban recuerdos como burbujas flotando por el aire. El día marcado en el almanaque era el 17 de junio. Ese mismo día Ernesto partiría para siempre.

Invisiblemente la vida no parecía la misma. Nunca se había planteado la posibilidad que su esposo partiera antes que ella de esta vida. Sin embargo ahora era una realidad. Ella había quedado y él había partido. Durante todas las noches de los cuarenta y nueve días Julia se sentó en su silla mecedora bajo la galería del patio. La vieja parra dejaba colarse los destellos de luna noche tras noche, y ella, con la mirada perdida en el cielo, permitía que su corazón se estrujase y añorara a su esposo. La muerte es así –se decía- nos arrebata físicamente pero seguramente nos permite vivir en otro lugar, más bonito, con una nueva vida y tal vez eternamente.

Sus nietos la visitaban a diario, sus hijos también. Jamás estaba sola, salvo cuando ella buscaba la soledad por las noches o cuando salía a dar algún paseo por las tardes. A medida que los días pasaban marcaba con una cruz el día pasado en el calendario y volvía a pensar una y otra vez en aquella historia esperanzadora que su difunta hermana había escrito.

Una noche soñó. Ernesto aparecía al pie de su cama y acariciaba su pelo mientras ella dormía. Le susurraba al oído que no sufriera más por él, que él estaba bien, que ahora todo era nuevo y bello y que él vendría a buscarla cuando fuera el momento justo. Despertó asustada en medio de la noche. Fuera el cielo era de un profundo azul oscuro y los arbustos del jardín se mecían bruscamente por un viento norte. Tomó su manta, la puso en su espalda y salió al jardín. Un viento helado la recibió. Lentamente camino bajo la luz de luna en la oscuridad. Aquel sueño la había dejado nerviosa y temerosa. ¿Podría ser que Ernesto quisiera decirle algo?, ¿sería aquel un mensaje real para ella?, ¿o tan solo sería una treta de su subconsciente? Demasiadas preguntas, se decía.

- Señora Julia, ¿es usted? –preguntó una voz detrás de la cerca del jardín.
Temerosamente Julia observó en la oscuridad y pudo lentamente delinear el rostro de la jovencita hija de sus vecinos.
- ¿Eres tú Lucrecia?
- Sí señora Julia, soy yo.
- ¿Y qué haces aún levantada a esta hora de la madrugada y tras la cerca, niña?
- Nada. Fumo, miro el cielo y leo.
- Eres muy jovencita para fumar Lucrecia. Deberías estar durmiendo ya. Tus padres seguramente no saben que estás aquí afuera, ¿no?
- No, no lo saben. Además no me lo permitirían. Por eso cuando se van a dormir salgo por la ventana de mi habitación y me siento aquí, a la orilla de la cerca, a fumar y leer.

Julia dejó salir una pequeña sonrisa después de mucho tiempo. Contempló la frescura de Lucrecia que bajo la luz plateada de la luna parecía un minúsculo ser cargado de vida.

- Señora Julia, ¿puedo preguntarle algo?
- Claro hija, claro que puedes. Dime.
- ¿Extraña al señor Ernesto?
- Mucho. Tal vez demasiado.
- Yo también lo extraño. Éramos buenos amigos.
- Ah, ¿sí?, no lo sabía. Así que tú y mi Ernesto eran buenos amigos. Me alegra saberlo Lucrecia.
- Sí. Algunas veces el señor Ernesto salía a caminar por las noches. Él decía que usted dormía profundamente y no se daba cuenta que él salía a caminar. Él había descubierto mi lugar secreto y cuando salía por la noche nos encontrábamos detrás de la cerca.
- ¿Y qué hacían?
- Hablábamos. Él me contaba historias, o me hablaba de pasajes sobre los libros que leía. Me contaba de lo feliz que era con usted, de la alegría que sentía al tener tantos nietos. También me retaba cuando me encontraba fumando, así, como lo hizo usted ahora. Nos llevábamos bien. Yo también lo echo de menos.

Ambas callaron por un instante.

Julia cruzó la manta sobre sus hombros y volvió a su habitación dejando a Lucrecia en la cerca. Se sentó en la cama y volvió a contemplar el cielo, el mismo cielo que miraba Lucrecia. Ambas, en la madrugada, miraban las estrellas como intentando descifrar en cual de todas ellas podía habitar un alma.

Después de diez días todo alrededor de la vida de Julia parecía haber vuelto a una normalidad extraña para ella pero conocida para todas las personas que giraban en torno a su vida. No había pasado un solo día que ella no recordara a Ernesto. Esa mañana, la del décimo día luego del funeral, mientras acomodaba la ropa de Ernesto en el placar encontró las viejas fotografías. Sacadas con una vieja polaroid, ahí estaban todas, atadas con una bandita elástica y casi en el olvido. Muchas estaban partidas en dos y pegadas con cinta transparente. Otras dobladas y algunas con tachones de lapicera. Aquel montón de recuerdos afloró lágrimas en los ojos de Julia y una terrible opresión en su pecho. Tomó aire inhalando profundamente. Presionó con fuerza el manojo de fotografías contra su pecho y por un momento se trasladó en el tiempo llegando hasta el día en que aquellas fotografías no estaban rotas y eran sinónimo de felicidad. Ese día fue un día que nunca pudo olvidar. Los niños estaban en la escuela y Ernesto había llegado del trabajo cansado y malhumorado. La discusión había comenzado en la cocina y se había trasladado a todos los rincones de la casa. Él escapándole a la situación y ella por detrás intentando llegar a un entendimiento. Luego, los gritos, la bronca, las lágrimas y el portazo de Ernesto largándose de la casa. En ese momento las fotografías fueron el blanco fácil de la ira. Una a una las rompió, las dobló o simplemente tachó el rostro de su esposo. Entre lágrimas y bronca escribía para un futuro un momento en sus vidas. La separación duró once meses, y luego volvió la calma. Nunca más se volvieron a separar; sin embargo, en aquel manojo de fotografías había quedado atrapado un tiempo amargo del cual ninguno de los dos quiso volver a hablar ni recordar. Haber encontrado las fotografías en el placar esa mañana reavivó una herida que parecía cerrada. Pensó en ese instante en él y se imaginó recordando el mismo momento junto a ella. Entristeció. Y volviste a dejarme –susurró.


Safe Creative #0907104113233


Kt Tunstall cover de Radiohead, "Fake Plastic Tree", del albúm "The Bends"

11 comentarios:

  1. @@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@

    El tema de ésta entrada es uno de mis temas preferidos de Radiohead. Opté por un cover de voz femenina, me pareció llevarse bien con el post.

    Saludos.

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  2. Ah esta entrada me conmovio, fue suave y dolorosa, como suelen ser las ausencias que dejan partido el corazón en dos.
    Y quisiera decir : Julia lo siento mucho, tu Ernesto está en un mejor lugar y aunque esto tu lo sabes, permiteme darte un abrazo grande grande y llevarme un poquito de ese dolor tuyo...

    =) Besito Literato

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  3. @ALE:

    A veces cuando recibo un comentario tuyo de los relatos que escribo parece que entendés casi a la perfección a los personajes.
    Esta historia tiene mucho de tristeza, lo sé.

    Beso.

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  4. =)
    La verdad no te puedo asegurar que los entiendo a la perfección, pero sus descripciones señor... ahhh =) me transmiten y solo me dejo llevar un poco.
    Quiero avisarle que termine de leer Al sur de la frontera, al oeste del sol, me gusto mucho mucho, ahora empiezo el otro: El pajaro que le daba cuerda al mundo. Veamos... ahh pero ya me compré el del grito de amor desde el centro del mundo y esta en mi lista de pendientes... uno a uno y nos va amaneciendo.

    Besito

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  5. @ALE:

    Un gran libro. La parte en dónde se encuentra ella con él en la casa a las afueras de la ciudad y se disfrutan ambos y él cuando despierta la pierde de vista me hace decirle a Murakami (con sonrisa, claro): "hijo de puta, ¡¿cómo conocés tan bien a los tipos?!". Claro, creo que los conoce así porque es tipo también.

    El libro de Katayama tiene una impresionante profundidad. Es el segundo libro por el cual lloré. Sí, tal cual leés. El primero fue "El niño del pijama a rayas", el otro fue ese.

    Beso.

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  6. Me gustó el personaje de Lucrecia, siempre en la literatura aparece ese "alguien" con el cual nos sentimos a gusto y el otro lo desconoce, en este caso, la esposa...

    besitos, Monique.

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  7. que linda música para acompañar el post... excelente elección.

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  8. @MONIQUE:

    Hola :)

    Así es, Lucrecia juega un rol importante. Una especie de bisagra.

    Beso.

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  9. @BARBARA:

    Hola linda. Sí, este tema de Radiohead en versión cover femenina me parece genial.

    Lindo que pases por aquí.

    Beso.

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  10. =O
    Entonces tendré que acercarlo más al titulo de próximo....

    =) Me han encantado tus nuevas fotos. Se ve guapo.

    Besito

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