martes, 21 de julio de 2009

49 días (6)



6.

El pequeño sol
El increíble interrogante de quién realmente somos



Los días pasan y parte de nosotros se va con ellos. Invisiblemente, casi imperceptiblemente a no ser porque la piel, la carne y los cabellos lo exteriorizan. Cada vez que Julia se miraba en un espejo pensaba así. El otoño estaba a medio extinguirse, ya casi en su último halito cuando cayó en la cuenta que tan solo faltaban un par de días para cumplirse los cuarenta y nueve días de la muerte de su esposo. Cada vez que miraba un almanaque, estuviese donde estuviese, recordaba aquella carta de Raquel y la leyenda de los días. Se sentía un tanto estúpida de pensar que aquello pudiera ser así, Ernesto no estaba más, se había marchado, su cuerpo yacía varios metros debajo de la tierra en un cementerio plagado de pinos, pero no obstante otra parte de su interior aún seguía alimentando una utópica idea de que llegado el día número cuarenta y nueve su amado hombre le diera alguna señal de partida. Sus familiares casi no se percataban de situaciones anormales en su conducta. Ella jugaba normalmente con sus nietos, charlaba con sus nueras y mantenía ese dialogo fluido con sus hijos que tanto hincapié hizo para sostenerlo durante toda su vida. La familia, ese núcleo primario, giraba en torno a ella. Similar a un pequeño sol, con su débil luz, ella aún seguía irradiando a quienes alumbraba. Así, Julia continuaba su vida.

Dentro de su habitación, en la caja de madera, las llaves aún estaban esperándola. Había momentos que la curiosidad era fuerte y tendía a dominarla, no obstante ella se aguantaba y no se atrevía a usarlas. Su hijo mayor había conseguido la dirección de una casa que estaba a nombre de su abuelo paterno. Julia nunca supo de ello. Tampoco se imaginaba porqué Ernesto nunca se lo había contado. Todos tenemos secretos y algunos se llevan hasta la tumba –pensaba. Mientras, aún teniendo la dirección de aquella casa no se atrevía a ir. Sabía, o mejor dicho suponía, que en aquel lugar encontraría tal vez cosas que no le gustaría ver porque muy probablemente le hablaran de una faceta de Ernesto desconocida por ella, o bien de un Ernesto completamente distinto al que ella sintió y vivió durante años. Increíblemente las personas tienden a tener un lado oscuro, al cual el único sol que lo alumbra es el de su propia conciencia. Abrió la caja y tomó las llaves. Miró por la ventana y vio jugando a sus nietos en el jardín. Volvió a mirar las llaves y pensó cuántos secretos ellas dejarían al descubierto; inmediatamente recordó aquellos encuentros en la cerca entre su Ernesto y la jovencita Lucrecia. Imaginó a su esposo hablarle a aquella niña como a una hija, contarle cosas que tal vez él escondía y que vaya a saber porqué motivo nunca le había contado. De a poco la muralla que mantenía aislada a la curiosidad de su conciencia se fue desmoronando. Apretó fuerte las llaves en su mano y tomó la decisión. Debía conocer aquel lugar.

Lentamente el taxi ingresó al barrio. Julia estaba muy nerviosa. Las palmas de sus manos estaban sudadas. El automóvil estacionó frente a una pequeña casa, con techo de dos aguas de chapas acanaladas. Un bonito rosedal bordeaba todo el frente. Un jardín descuidado era el primer impacto, lo que recibía no felizmente a quién tuviera intenciones de acercarse a la casa. A simple vista se percibía el abandono del lugar. Le pagó al taxista y se quedó parada en la vereda mientras el automóvil lentamente se alejaba del lugar. Durante un par de minutos permaneció inmóvil, solamente seducida por la visión de lugar. Inexplicablemente percibía la presencia de él. Algo, no sabía cómo exteriorizarlo, le hablaba de que él también estaba allí. Miró a su alrededor, el barrio estaba tranquilo, desierto. Era la hora de la siesta de un día nublado. En un barrio así, en donde todo el mundo permanece descansando a esa hora, no era rara aquella soledad opresiva. Delante de ella una diminuta puerta de madera y alambres dividía el espacio que ocupaba la casa del resto del mundo. Abrió la puerta y caminó por el corto camino serpenteante hasta detenerse en las escalinatas de la casa. Cuando estuvo a punto de tomar la fina cadena de una campana de recepción se percató que la casa tenía una entrada lateral. Caminó lentamente hasta allí y observó un enorme patio, con una hermosa hojarasca cubriéndolo. Unos cuantos pinos se mecían bajo el cielo encapotado. Cientos de hojas deambulaban de acá para allá sin que nadie le impartiese una orden o un orden. Caminó hasta el patio. Nada bloqueaba el camino.

Una cerca de alambre dividía aquella casa de la del vecino. En la casa vecina, en un banco de madera y debajo de un pino, un anciano fumaba un cigarrillo con la mirada perdida en el tronco del árbol como estudiando quién de los dos había vivido más tiempo. Julia se acercó a él y desde detrás de la cerca lo observó por un instante en silencio. El anciano parecía no percatarse de la existencia de Julia.

- Buenos días señor, disculpe mi interrupción –dijo Julia- ¿tiene idea quién es el propietario de ésta casa?
- Todo el mundo muere –dijo el anciano inclinando levemente la mirada hacia ella.

Julia se sobresaltó por aquella respuesta. El tono de aquel anciano era formal, duro, carente de todo tipo de calidez. Parecía provenir de alguien que solo dejaba fluir las palabras sin tener idea del peso de las mismas.

- Toda persona tiene que morir un día u otro –añadió.
- ¿Perdón?, no le entiendo.
- Me refiero a Ernesto, Julia.
- ¿Usted me conoce a mí?
- No, nunca la había visto en mi vida, no obstante no me ha sido difícil reconocerla. Ernesto la ha descripto a la perfección. Él siempre me hablaba de usted.

Por un instante Julia se sintió entumecida. Dentro de su cabeza un montón de interrogantes se lanzaron en una carrera alocada mareándola y dejándola expuesta a sus sentimientos más agresivos. De la nada, después de la muerte de Ernesto, distintas personas habían aparecido hablándole de un hombre que parecía tener una vida que ella no conocía y de la cual jamás se había percatado. Todo giraba en sentido contrario, el mareo le continuó por un buen rato. Aferrada a la cerca aguardó un instante hasta recomponerse.

Después de aquel corto exordio ella levantó la cabeza intentando seguir preguntándole cosas al anciano pero él ya se había marchado. Ya no estaba. Abrumada volvió por el camino lateral de la casa. Parada en las escaleras del frente sintió que aquella casa encerraba tal vez mundos misteriosos y sabía que una vez cruzara su puerta tal vez ya nada sería idéntico a cómo lo recordaba. Una fuerte oleada de viento jugó con la hojarasca, la levantó bien alto y la dejó posarse lentamente en el suelo. Aquello llamó la atención de Julia. Faltaba un día para el número cuarenta y nueve. Muchas cosas habían pasado en aquellos cuarenta y ocho días. Tantas que había momentos que se preguntaba quién era realmente ella y quién había sido realmente Ernesto. Tomó la llave, la introdujo en la puerta, la giró dos veces, asió el pomo y dio el primer paso hacia una nueva etapa de su vida a tan solo horas del día marcado.


Safe Creative #0907214146893

7 comentarios:

  1. Cariñoooooooooo, amigo mío, querido... de verdad que estar fuera del blog por un tiempo hace que una extrañe a su gente...

    Yo estoy de vuelta después de unas semanas fuera y pasé a visitarte, y saludarte.

    Espero hayás estado súper bien este tiempo. te dejo un abrazo y un beso, cuidate si.

    ResponderEliminar
  2. @NATY:

    También yo te extrañé, pero mantuve el silencio porque sentí que tú alejamiento era un poco para eso, solo para escucharte vos misma.

    Me alegro recibirte por mi casa, me alegro que vos estés de nuevo "conectada".

    He estado normal, bien. Gracias.

    Beso y nos leemos.

    ResponderEliminar
  3. =O
    ¡¡¡Ya quiero ver que hay dentro de la casa!!!

    Ok, tendré paciencia y mientras te contaré que es cierto eso, los abuelos son esos solecitos que alumbran a la familia. Lo he visto con mi abuelo a mas de 10 años de su muerte, sigue siendo tema y punto de reunión. Lo vi hace poco en el cumpleaños de la abuela. Muchas veces no nos paramos a preguntar que realmente estan sintiendo o pensando. Solo son el faro que nos guian con su luz tenue y tranquila, en este mar intenso de la vida.
    No tuve tiempo de conocer todas las facetas del abuelo. Me hubiera gustado. Es genial que Julia tenga ese privilegio. Muchas veces no terminamos de conocernos a nosotros mismos hasta que las más extrañas circunstancias nos retan y nos enfretan con nosotros.
    Creo que ya escribi mucho. Mejor espero...

    ResponderEliminar
  4. Me hiciste recordar muchas cosas de mi familia que no se han dicho. Recuerdo mucho la forma de actuar de mi madre durante los primeros cuarenta y nueve días después del fallecimiento de mi padre. Recuerdo los sueños que tuve durante ese tiempo.

    ResponderEliminar
  5. @ALEJANDRA:

    Hola, amiga. Los abuelos tienen ese lado de ternura especial que tanto nos marca, ¿no?

    Bueno, con respecto a ésta historia que en breve estará terminando te diré que creo que el viaje del personaje de Julia en estos 49 días es un tanto profundo y angustiante. Ella va descubriendo cosas de su amado que jamás imaginó y cuando eso pasa, porque pasa en la vida real también, las preguntas fluyen por montones, desde quién realmente era él hasta llegar a preguntarse el porqué de no contarle la verdad.

    Veremos cómo termina.

    Beso.



    @TEREZA:

    Un comentario cargado de recuerdos y sentimientos el tuyo. No sé cómo será la ausencia de los padres, los míos viven ambos, no obstante sé que pasaré por lo mismo que todo el mundo y tarde o temprano ellos no estarán o tal vez yo, el destino es incierto.

    Un gusto que pases por acá pequeña escritora ;)

    Beso.

    ResponderEliminar
  6. Estimado Miguel:

    Resulta extraño y raro, tantos secretos de Ernesto, no compartidos con Julia, acaso era un desconocido a su existencia????

    BEsos, Monique.

    ResponderEliminar
  7. @MONIQUE:

    Hola, amiga lectora.

    Supongo que después de aquella separación relatada en los primeros capítulos de la historia y donde Ernesto se ausenta de la vida de Julia por 11 meses él empezó a escribir un mundo interior propio, en donde cierta expresividad de su ser interior se dejaba salir y desde ese momento lo siguió cultivando. Tal vez nunca lo dijo por miedos o por algún otro motivo que se fue con él.

    He conocido una vez a alguien que vivió algo así.

    Hay un dicho popular que dice que uno nunca termina de conocer a quien tiene a su lado. Creo que todos guardamos secretos y algunos muchas veces salen a la luz después de años de ya no vivir.

    Gracias por pasar Monique.

    Beso

    ResponderEliminar