sábado, 25 de julio de 2009

49 días (7)



7.

El mundo perceptivo
El capullo


Hay mundos ocultos. Están diseminados por doquier, mostrándose, pero ocultos para nuestros ojos. Tras abrir la puerta Julia se adentró en uno de ellos. Ese mundo era el que Ernesto había habitado en los momentos que lograba evadirse del que ambos conformaban. Aquel hombre galán que compraba el periódico por las mañanas y que sonrientemente mantenía charlas con el viejo Don Julián había impregnado la vida de ella mucho más profundamente de lo que se imaginaba. Aquella casa mantenía un mundo oculto cargado de un montón de recuerdos y vivencias detrás de una frontera que ella jamás había logrado divisar. A través de la ventana los pinos de la casa vecina se balanceaban en un vaivén asincrónico dejando dibujadas sobre el piso sombras vagas. Fotografías colgadas de las paredes marcaban el paso del tiempo. Allí estaban ella, sus hijos, y personas desconocidas que nunca había visto en su vida. En aquella nebulosa donde aquel mundo flotaba, Julia sintió encontrar una parte de aquel Ernesto que amó. Una parte desconocida para ella.

La punta de sus dedos recorrió lentamente la superficie de todas las paredes de la casa. Lentamente recorrió cada centímetro edificado observando todo aquello que estaba sumergido en la quietud ensordecedora de la casa. La muerte, ese temido horizonte para algunos parecía no tener significado dentro de aquel sitio. Ernesto había vivido una vida feliz, mortalmente feliz y había dejado en aquel lugar el eco de su personalidad, pincelazos de sus propias locuras, tal vez sus mismos demonios atrapados. Pequeños molinillos de viento estaban parados sobre una maceta al pie de una de las ventanas. El aire proveniente de la calle los hacía girar como pequeñas ruedas alocadas. Julia sintió la presencia de Ernesto por todo el lugar, a cada instante. Un verdadero amor trasciende las fronteras de la lógica –se dijo, y cerrando sus ojos dejó su cuerpo perceptivo, escuchando todo a su alrededor, sintiendo nuevamente el olor de la piel de él, la suavidad de su barbilla, la textura de sus labios, el sonido de su risa.

Tras pasar la puerta de la buhardilla sintió la misma sensación que la vez que abrió la caja de Raquel. Esa sensación de vértigo atrapado con curiosidad y temor. La buhardilla era pequeña y rebosaba de óleos, marcos viejos de cuadros y bastidores. Cuadros a medio empezar, algunos listos pero sin enmarcar, decenas de fotografías familiares colgadas de las paredes. Fotografías de la misma Julia, desde los comienzos de toda la historia de amor; de los niños y de sus distintas etapas de crecimiento, inclusive una o dos de Lucrecia. Aquel pequeño cuarto parecía un mundo extraído de un libro de fantasía. Estaba lleno de incógnito, atravesado por una honda sensación de desesperación. Cuantas cosas no sabía de él –se dijo Julia- y tras un momento de quedarse parada al lado de los bastidores camino hacia la pequeña ventana de la buhardilla. Las ramas más altas de uno de los pinos del patio rozaban contra el vidrio y el sonido del viento se percibía claramente indicando ausencia y paz. Un tibio sol dibujaba un rectángulo desdibujado sobre el piso de madera y generaba sombras vagas sobre las paredes. Por un momento ella recorrió con la mirada todo el lugar, tramo a tramo, sintiendo en su interior cómo habría sido un día en donde él estuviese allí, en ese mundo tan personal, en esa otra realidad que le permitía escapar de la realidad de ambos. Un fuerte olor a pino se coló por la ventana. Abrió los postigos y dejó que el aire de la tarde y el aroma del pino inundaran la buhardilla. Desde abajo subía el ruido de los molinillos de viento jugando con la corriente de aire. El ambiente comenzó a enfriarse y ella se arropó firmemente. La casa del vecino parecía abandonada y el anciano nuevamente estaba sentado debajo del pino observando su tronco. Aquel extraño lugar parecía dormir un descanso eterno, alejado del resto de los mundos en los cuales las personas comunes vivían.

Dentro de uno de los cajones del escritorio había un puñado de cartas prolijamente escritas. Julia temerosamente abrió uno de los sobres y tomando el papel de adentro comenzó a leerla con la misma sensación de miedo de estar parada al borde de un abismo. Se quitó los guantes y acarició el papel sintiendo la suavidad y reviviendo las manos de Ernesto tocándolo. Era una carta de amor, para ella. Una carta que jamás él le había entregado. Una carta escrita en aquellos meses donde ambos se habían extrañado pero jamás se habían dicho nada al volver a reencontrarse. Ahora, después de tanto tiempo y de la eterna ausencia de él, la carta había llegado por fin a su destino. Revisó las demás. Todas eran de amor. Un Ernesto culpable y rememorativo de los buenos tiempos dejaba en palabras sobre el papel todo su interior. Las lágrimas poco a poco fueron recorriendo el rostro marcado por arrugas de Julia. Las ramas del pino seguía acariciando los vidrios y el aroma se hacía más y más profundo. Mi querido Ernesto –sollozó- y dejando caer las cartas sobre el escritorio exhaló un hondo suspiro. A veces el amor tiende a ocultar mensajes que nunca llegaran a destino, gritos de desesperación en habitaciones sin oídos, escenas de súplica detrás de murallas altivas, y es cuando eso sucede que la sensación de impotencia se apodera de la persona volviéndola un capullo inexplorado e imposible de abrir. Ernesto había sido una mariposa que durante once meses había estado dentro de una crisálida respirando amor, viviendo amor y sufriendo por ello.

Ese día terminó, y el día número cuarenta y nueve amanecía.

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Bebe, "No más llorá", del album "Y."

6 comentarios:

  1. Ya no podía esperar a tu siguiente post. Me dejaste clavadisima! Y bueno, me hiciste pensar mal de Ernesto y me has demostrado lo contrario. Me gusta mucho como escribes.

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  2. @TEREZA:

    Creo que esa sensación de descontento o de alegría o de lo que sea que se produzca cuando uno lee un relato en un blog lo producen los cortes. Desde que empecé a escribir un relato extenso dividido en capítulos he notado la ambiguedad en los comentarios y cómo éstos han disminuído siendo que los lectores me dicen su parecer por mail o por MSN. Cuando publicaba una historia corta o microrelato de un solo post a lo sumo dos, los lectores reaccionaban de otra manera.

    A mí me pasa llegar a un sitio, ver que es interesante, pero al ver que el post indica un capítulo avanzado me agarra una especie de desilusión o de pensar que como me perdí los otros no engancharé la historia hasta no leerlos a todos.

    No sé, tal vez deba haber otro modo... pero claro, es un blog.

    Beso y gracias por tú lectura.

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  3. Que dulce... Me dejo un ternura enorme.

    Besito

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  4. @ALE:

    :)

    Aún no termina la saga jajaja

    Beso.

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  5. estoy esperando el próximo capítulo, éste está muy bien musicalisado :)

    besos!

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  6. @BÁRBARA:

    Hola linda. ¿Cómo andamos?
    La música, sí, es un lindo tema de Bebe.

    Con otro golpe de inspiración el próximo capítulo sale a la luz digital.

    ;)

    Beso.

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