Hace unos cuantos sábados atrás (no sé exactamente cuántos) fui a bailar. Me había peinado a lo Elvis y tenía puestas las botas texanas que compré en oferta en los ochenta. Pasé unas cien veces frente al espejo y ni una de las veces dejé de adularme. «Esta noche matás, loco», me decía.
En medio de la bailanta parecía un Michael Jackson endemoniado. Hasta hacía pogo. Todos me miraban. Seguramente nunca habían visto bailar a un tipo así y querían imitarme. Pero los buenos y originales no se copian, ni tampoco se imitan (algo así como reza en la bandera de «La doce» de Boca Juniors). Bailé mucho. Transpiré más. En un momento, mientras el éxtasis y la psicodelia me hacían presa suyas, una morocha se me acercó. Parecía que flotaba. Tenía unos ojos marrones enormes, unos pechos altivos como misiles que reivindicaban al push-up, y una boca sensual y brillante gracias a esos lápices labiales chinos que vienen llenos de brillantina.
- Hola, me llamo Julieta –dijo.
- Hola, yo Elvis –respondí.
- ¡Ah!, ¿Cómo el rockero?
- Similar, más como el panadero de mi barrio –aclaré.
Bailamos un rato. Ella ni me miraba, pero yo podía sentir su cercanía como si estuviera construida de magnetita. Al cabo de media hora volvió a mirarme. Me habló:
- ¿Sabés?, extraño a mi ex novio. Era un divino, pero era aburrido.
- Pobre tipo –dije.
- Sí. Y mientras bailaba acá con vos me puse a pensar en mi otro ex novio. Ese era varonil y viril, pero no aguantaba demasiado en la cama. También me aburría.
- Pobre tipo –volví a decirle, pues otra cosa no se me ocurría.
- El único más interesante fue Marcelo que fue el anterior, de mi anterior, de mi anterior ex novio. Él era respetuoso, intelectual, con lindas facciones y un físico muy sexy. Me encantaba acostarme con él. Me encantaba que me leyera libros antes de hacer el amor. También cuando opinaba sobre política o historia, aunque yo no entendiera nada de eso.
- ¿Y por qué lo dejaste? –pregunté ya aturdido.
- Porque en cierto punto era hueco, me celaba y por las mañanas cuando me despertaba lo miraba y pensaba que era como un muñequito de torta de casamiento: un modelo perfecto pero tieso.
Seguimos bailando. Pasaron temas de Andrés Calamaro, de Los Auténticos Decadentes y de cumbia villera. El jopo ni se había movido. Las patillas imitación se mantuvieron bien. La morocha estaba infrenable. Entonces la agarré de la mano y la saqué al patio trasero de la disco. Estaba nublado y de a ratos la luna se dejaba ver. Supuse que era por celos, no por el clima. Entonces la besé. Después le toqué los pechos y cuando quise tocarle la cola me pegó una cachetada. «¡Sos como todos!»-me dijo-«¡después dicen que una es la tarada!» Y la vi irse entremedio de la multitud. Nunca pude olvidar esa cola. Después volví al baile. Hice pogo de nuevo y bailé con Los Pericos.
(Imagen: http://www.todochistoso.com/wp-content/uploads/2008/04/caricatura-famosos-11.jpg )
¡AY! Yo es que adoro a Elvis desde niña hijo. Aunque admito que la cachetada llegó a destiempo. O la pegas antes de llegar al pecho, o después ya, como que no viene a cuento, jajajajaaaaaaa!!!
ResponderEliminarBesillos!!!
Todo un personaje...!!
ResponderEliminarSólo imaginarlo vestido de Elvis adulándose frente al espejo antes de salir, me dió risa.....!!! jaja
Muy bueno...!!
Me enamoré de tu blog. Déjate caer por el mío :D
ResponderEliminarSaludos desde España!
@SILVIA:
ResponderEliminarJajaja, ¿vos decís que la morocha se durmió en los laureles con la cachetada?jajajaa
Beso!
@REINA:
ResponderEliminarSí, todo un personaje el Elvis argentino jaja
Me alegro te haya gustado.
Beso!
@NATALIA:
ResponderEliminarBienvenida a mi blog.
Ok, pasaré.
¡Saludos hasta España!