
A Sonia, una gran lectora...
1.
Hay siempre algo fantástico en cualquier historia por más simple y vulgar que parezca. A ojos de muchos puede parecer una historia burda pero a ojos de un puñado puede convertirse en una historia fantástica o llegar a ser, tal vez, la mejor historia que han conocido en su vida. Tal vez esta sea una de ellas, una historia simple pero fantástica, y por sobre todo cargada de vulgaridad.
Yo tenía 37 años, ella 22.
Obviaré los detalles de cómo nos conocimos o cómo fue dándose todo el embrollo que nos llevó a conocernos y a percibirnos el uno con el otro, porque a decir verdad carece de interés en el relato. Sí rescataré lo que comenzó a pasar en la primavera de 2009 cuando por esas cosas de la vida ambos terminamos siendo vecinos y construyendo una historia que nunca olvidaré.
Ella tenía pelo lacio, ojos pícaros y una sonrisa que nunca pasaría imperceptible. Al menos para mí jamás pasaría. Es que desde que la había conocido, hacia un par de años atrás, siempre me había parecido una jovencita sumamente atractiva y con cierto aire interesante. Las mujeres siempre me han gustado así, sin importar la edad pues me da lo mismo salir con una que apenas raye los dieciocho que con una que pasó los cincuenta. En realidad la mujer para mí tiene que tener esa contaminación del “no sé qué”, que no es más ni menos que el don de ser distinta a cualquier otra. Pues bien, aquella muchacha lo tuvo desde el primer momento que la conocí y aquella primavera podía percibirlo más directamente puesto que se había convertido en mi flamante vecina.
Por aquel año yo alquilaba un pequeño departamento en Murcia en un viejo edificio a punto de derrumbarse. No era lo ideal vivir en aquel lugar pero era lo que mi sueldo de profesor universitario me permitía por aquellos días. Ella vivía en el edificio de enfrente. Era un bello edificio, nuevo, con hermosos balcones exquisitamente diseñados que hacían abrir la boca a quien los mirase, y enormes ventanales que le daban un aire moderno y minimalista a la vez. Se podría decir que ella encajaba perfectamente con aquel sitio.
Una mañana de sábado me choqué con ella de frente al volver del mercado. Hacía tiempo no la veía y aquel día como por arte de magia la chica que tanto despertaba sensaciones dentro de mí estaba con un manojo de bolsas con mercadería colgando delante de mí.
- Hola, ¡qué sorpresa! –dijo sonriente y contemplándome como tan solo ella puede hacerlo.
- Ufff ¡vaya si sorpresa!, ¡¿pero qué haces tú por mi barrio, niña?! –pregunté asombrado.
- ¿Tú barrio?, ¿vives aquí también?, yo vivo en este edificio –dijo señalándome el edificio moderno.
Pues me quedé atónito y sin saber qué decir. Yo vivía enfrente y nunca le había visto y eso no me lo podía perdonar.
- Pues ¡qué bien!, yo vivo en ese edificio, en ese que está todo corroído y que parece que en cualquier momento se desploma.
- ¡Woowww! ¡somos vecinos! –exclamo sonriente.
- Así es y la verdad que es una grata sorpresa
- Ya lo creo. Bueno, mira, debo subir, es que he ido a hacer las compras y aún me quedan cosas por diseñar. Es que estoy trabajando en un proyecto nuevo, en una casa de campo de unos hacendados millonarios y me han encargado que se las remodele y hay mucho dinero en juego. Tú me entiendes ¿verdad?, sino con gusto te invitaría a pasar.
- Claro, claro. Ve, no te preocupes. Lo mismo ha sido un placer encontrarte.
Nos saludamos y cada uno tomo su rumbo.
Después de aquel día no volví a cruzármela por la calle. Había días que al volver de mi trabajo me tomaba un tiempo para subir a mi departamento y leía el diario de parado en contra de la pared de entrada o tan solo observaba a la gente caminar en la vereda a la espera que ella apareciese pero sin embargo ella nunca se apareció. Eres un tonto si esperas volver a verla de esta manera, me dije para mis adentros. Así que decidí olvidarme del asunto y concentrarme en mi vida.
Una mañana al levantarme me desperecé frente a la ventana y sin pensarlo me encontré a ella en su balcón regando las plantas. Mis ojos, aún hinchados por el sueño, no podían creer lo que veían. Sí, ahí estaba ella, la muchacha que más me atraía y gustaba en el mundo. Me vestí rápidamente y abrí la puerta que daba al balcón y salí. Me apoyé en la baranda y le grité.
- Hola, ¿cómo estás? –grité fuerte mientras balanceaba mi mano derecha en un movimiento oscilante de izquierda a derecha.
Pero nada, ella seguía con las plantas y me ignoraba. Agucé un poco mi vista y observé que llevaba puesto su ipod y entonces suspiré. Aquello me trajo alivio. Ella no me ignoraba, tan solo no me escuchaba.
Otro día la volví a ver por casualidad. Fue un sábado por la noche. Yo había invitado un par de amigos a tomar unas copas y se había armado una pequeña reunión en mi departamento. Uno de ellos salió al balcón y al rato me llamó.
- Oye amigo, ¿quién es aquella belleza que vive en aquel departamento vecino?
–me dijo con cara de depravado, cosa que me molestó y sacó de quicio.
- No lo sé, es solo una vecina. Ven, vamos, deja de ser libidinoso con mis vecinas –dije con tono firme y enojoso.
- Ok, no te enojes, amigo.
Y así mi amigo entró y yo me quedé un rato en el balcón fumando un cigarrillo y viendo como ella acariciaba el lomo de un gato de pelaje dorado que mantenía sobre su falda. Era inevitable que la piel se me erizara cada vez que la veía. Durante tanto tiempo aquella mujer había participado en mis sueños y anhelos que ahora que la tenía tan cercana a mí parecía que distáramos a millones de años luz el uno del otro. Eso me entristecía y me sentía como dentro de una prisión en donde el carcelero tenía la llave y se había marchado bien lejos y ello no me permitía cruzar la puerta para ser libre de verdad.
Me sentía solo, terriblemente solo.
Se hizo costumbre espiarnos. Alguna que otra vez la descubrí observándome desde su balcón o ventana, pero cuando eso sucedía ella inmediatamente miraba hacia otro sitio y se hacía la desentendida. Pensé que me histeriqueaba, pensé que la brecha de edad que nos separaba hacía que mirásemos el mundo a través de distintas ventanas imaginarias. Su balcón era bellísimo. Poseía macetas de distintos tamaños y formas y una hilera de hermosas margaritas estaban dispuestas al frente y unas coloridas gerberas complementaban los costados. Sin lugar a dudas la atención que ella les ponía hacía que las plantas estuviesen tan bellas. Simbiosis, creo que esa sería la palabra exacta para describir aquella comunión entre ella y sus plantas de flores.
Entre aquellos momentos que nos sorprendíamos espiándonos hubo uno que recuerdo marcado a fuego. Yo hacía varios meses me había separado de mi última novia y desde aquel entonces no la había vuelto a ver. Una tarde de jueves esta me visitó con el pretexto de buscar unos viejos vinilos suyos que aún estaban en mi departamento. La hice pasar, tomamos café y mientras charlábamos puse uno de los discos en el equipo de audio. Casi sin rodeos el sexo llegó. No sé porqué las ex parejas tienden a comunicarse mediante el sexo después que pasa un tiempo y se vuelven a ver, pero la cuestión que con nosotros aquello también se cumplió, ¡y de qué manera! Nos desnudamos en el living del departamento sin tener pudor ni percatarnos de que los ventanales estaban abiertos. Mi ex novia disfrutaba mucho del sexo así que me dejé llevar y lo hicimos varias veces sobre el sofá, el piso, la mesa y en contra de la biblioteca y las paredes. Quedamos exhaustos. Ya anochecía cuando me incorporé y me comencé a vestir parado frente al sofá. Entonces la vi. Estaba sentada sobre su futón mirándome directamente a los ojos. Detrás de mí yacía mi ex novia desnuda y semidormida. Yo, con mi camisa abierta, mis pantalones por el piso y mi pene al aire. Sentí por primera vez vergüenza de mi desnudez y unas ganas terribles de que las cortinas bajasen de repente para que ella no pudiese contemplar aquel cuadro. Pero no podía, los dados ya estaban echados y la suerte aparentemente también.
Después del día de mi patética desnudez las ventanas de su departamento mostraban orgullosamente unas flamantes cortinas color crudo que dividían el interior del exterior, la vida interna de la vida externa, a ella y a mí. Por aquellos días sentía una culpa horrible dentro de mí. Me pesaba el alma. Si bien nunca me había animado a decirle lo que yo sentía por ella, yo mismo me auto juzgaba de una manera cruel por lo que había pasado con mi ex novia y lo que mi vecina había podido ver. ¿Qué me pasa? –Me preguntaba- ¿porqué me siento así si jamás me atreví a decirle nada de lo que siento por ella? Muchas preguntas me venían a la mente y todas me generaban un desasosiego que casi era inevitable.
Al tiempo decidí ponerle fin a aquella manera de sentirme y tomando coraje crucé la calle, entré a su edificio y pedí amablemente al portero el número del departamento de ella. El portero era un conocido mío, solíamos jugar a las cartas en el bar del vecindario y no dudó en decirme el número de su departamento y permitirme entrar al edificio. Previamente había comprado un libro de poemas de Mario Benedetti y lo había envuelto en un papel de regalo y colocado un moño blanco bastante apagado. Había adosado una tarjeta al libro que decía: “no creas todo lo que ves” y no la había firmado. Pensé que el anonimato sería entendido por ella si realmente estaba pensando en mí. No sé que me llevó a pensar semejante cosa pero en definitiva subí escaleras arriba, deposité el libro delante de la puerta de su departamento y me marché. Los días pasaron y no tuve noticias de ella ni tampoco la veía por el vecindario. Preguntaba al portero por ella y éste me decía que había noches que no venía al edificio y otras que un muchacho en un Mercedes Benz último modelo la pasaba a buscar o la recogía al anochecer. Entonces me supe fuera de juego. Y decidí terminar con el asunto.
Esa noche me emborraché. Tomé una botella del mejor brandy que tenía en el departamento y me senté en la oscuridad de mi balcón a mirar el cielo. Oscuro y plagado de estrellas todo el firmamento parecía una túnica mortuoria que envolvía en silencio mi ser. Su departamento estaba a oscuras, no había señales de ella. Entonces la imaginé haciendo el amor con otro, deseándolo, besándolo, dejándose penetrar y gozando un sexo pleno y tal vez furtivo, todos aquellos pensamientos se apoderaron de mi mente. Bebí más brandy. Maldije y vociferé sin sentido durante un rato. Al poco tiempo me quedé en silencio. El alcohol me había mareado un poco y un viento fresco de madrugada había invadido el balcón y enfriado mi piel. Entonces vi una estrella fugaz en el cielo y tuve la intención de pedir un deseo. Sí, un deseo. Casi al momento de pedirlo recordé momentos de cuando era niño y viví una situación similar. Estábamos en el patio de nuestra casa, mi padre y yo, hamacándonos placenteramente en la hamaca que pendía de un viejo fresno. Mirábamos las estrellas como solíamos hacer por las noches de verano. Entonces una estrella fugaz pasó y mi padre la señaló con el dedo corazón. Me entró una emoción enorme al verla e inmediatamente miré a mi padre. Contemplé sus ojos negros mirando la estrella fugaz y sentí vida en aquella mirada. Increíblemente aquel momento quedó grabado dentro de mí ser.
- Pide un deseo hijo, hazlo ahora antes que la estrella desaparezca –me dijo mi padre.
Entonces sin quitar la vista de la estrella fugaz pedí un deseo. Apenas hubo desaparecido volví mi mirada a mi padre.
- ¿Qué tienen que ver los deseos con las estrellas, papá? –pregunté inocentemente. Y mi padre contemplándome con ojos llenos de amor tan solo se limitó a despeinarme y sonreír. Luego volvió a mirar hacia el cielo y así permanecimos en
silencio durante un largo rato.
Tapé la botella de brandy, me enderecé como pude y apoyándome en las paredes logré entrar en mi habitación y desmoronarme en la cama. Mi cabeza daba vueltas sin límites, saliva salía por mi boca y un terrible dolor aquejaba mi frente. Mi mirada quedó perdida en la claridad que entraba a través de las cortinas. Un aura blanca y pura parecía invadir la habitación en penumbra.
Entonces sentí sueño y me entregué.
Un llamado desconocido había pasado por mí, tal vez fuese mi interior que me avisaba que debía dar un paso más allá y atreverme a luchar por lo que realmente quería y deseaba.