lunes, 7 de septiembre de 2009

mundos espiralados (10)

Capítulo 10


A pesar de haberla conocido y ya haber charlado con ella aquella vez en casa de mi abuelo, la sensación de impotencia y la lentitud de pensamientos volvió a apoderarse de mí. Isabel lograba eso en mí, me dejaba completamente anonadado cada vez que la tenía en frente mío.

- ¡Hola, Alan!, ¡qué sorpresa! -me dijo de manera muy sonriente rompiendo así el hielo que yo mismo había generado por doquier.
- Hola, sí, justo pasaba por el pueblo a comprar unas provisiones y te he visto en esta tienda, así que me dije que debía saludarte y aquí me tienes.
- Una grata sorpresa, en serio. Me encanta que estés aquí.
- Para mí también lo es -dije un tanto perplejo y vergonzoso- me refiero a que no pensé nunca encontrarte trabajando en una tienda de ropa, y más en el pueblo.
- Es que justamente eso es lo que no hago. Mira, esta tienda pertenecía a mi madre. Ella falleció hace un par de años y debido a eso tuve que tomar la decisión de cerrarla definitivamente o bien hacerme cargo de ella. Como mi madre desde que la tienda se abrió contó siempre con dos excelentes empleadas me propuse mantenerla abierta y que ellas se hicieran cargo de la misma. Así, yo tan solo manejo la papelería y el dinero desde mi computadora en la casa quinta. ¿Entiendes?
- Sí, ahora me cierra el verte aquí -le respondí convencido.
- Y hoy he venido porque una de las empleadas a tenido que ir a ver al médico y me pidió si podía cubrirla y no he tenido el menor inconveniente en hacerlo. Son buenas personas, ambas, y eso me hace sentir cómoda y segura al momento de sobrellevar el negocio.

La noté distendida y alegre. La vez anterior, cuando nos habíamos conocido, pensé que era una chica bastante introvertida, pero esa imagen de a poco se fue diluyendo mientras estaba en la tienda. Charlamos un rato más y al ir poniéndose el sol decidí marcharme. El camino hacia la casa de mi abuelo no lo había transitado nunca de noche y no quería que el sol se ocultara y me agarrara en la mitad de él.

- Ya debo irme -dije dándole un beso en la mejilla. Noté que se ruborizó su mejilla por un instante. Eso me dio vergüenza, no sé porqué sucedió pero eso pasó. Su mejilla ruborizada me gustó tanto como me solía gustar el lóbulo de la oreja de mi ex novia. Por un instante supuse que ambos nos habíamos permitido mirarnos de una manera distinta, algo así como si cada uno sintiera cierto tipo de atracción por el otro.
- Esta bien, te agradezco tú visita. Me ha gustado mucho que vinieras -dijo Isabel.
- ¿Quieres cenar alguna noche en mi casa? -pregunté con cierto aire desesperado esperando una respuesta afirmativa y rápida.
- Me encantaría. Pero yo te aviso. Veré que día me queda bien y cuando sea te golpearé la puerta, ¿ok?
- Ok

Así, cargué mi mochila al hombro y retorné a la casa casi sin sentir el peso que llevaba en la espalda. Esas cosas suelen suceder cuando alguien te gusta, de inmediato pareces convertirte en un superhéroe o en un atlas sin ningún tipo de entrenamiento previo. Tras llegar organicé las compras en la despensa y me eché nuevamente a leer otro par de páginas del Conde de Montecristo.

Esa noche tuve ganas de tocar el violín pero como me lo había olvidado en el departamento de la capital decidí salir a caminar por los alrededores de la casa. Prendí el farol de la entrada, eché llave a la puerta, encendí un cigarrillo y caminé sin rumbo por un rato. El aire estaba fresco. En las sierras por las noches el aire se pone frío hasta casi volverse helado. Los quebrachales parecían dormir un eterno sueño y sus hojas tiritaban al viento. Una hermosa luna anaranjada pendía del cielo y un cantidad innumerables de estrellas titilaban acompasadamente alrededor de la luna. La superficie del agua del río reflejaba los rayos anaranjados de la luna y un murmullo incansable se dejaba oír río abajo. Caminé por un rato por la costa atravesando distintos matorrales. No tenía miedo, más bien no soy de tener miedo a casi nada, sin embargo aquella noche tuve la sensación de estar siendo observado. Es difícil explicar cómo es sentir ese tipo de sensaciones pero uno siente la percepción en casi todo el cuerpo que no es el único que se encuentra en ese lugar, y eso causa cierto tipo de escalofrío. Me senté sobre una piedra y me puse a contemplar la corriente y la luna. El cigarrillo ya se había terminado así que arrojé la colilla a la corriente y la seguí con mi vista hasta verla desaparecer. Pensé en Isabel y en la casualidad del encuentro que había sucedido por la tarde y en cómo las cosas suceden en la vida. Nuestro destino tiende a tejer de manera intrincada muchos de los caminos que debemos recorrer, pero otras veces, de manera fácil y corta, nos enfrenta con personas o momentos que nos sorprenden. Eso mismo sentía tras haber conocido a Isabel. Me parecía una chica sumamente atractiva cargada con cierto aire intelectual e inteligente. Sin lugar a dudas todo ello contribuía a cargar de sensualidad y erotismo su personalidad ante mí. Me gustaba sentirme de aquel modo, me hacía sentir que ya había quedado definitivamente atrás mi anterior relación y que ahora todo indicaba que podía volver a enamorarme y una nueva chance aparecía en mi vida. Aquellos días grises que había soportado de a poco se fueron diluyendo para que una luna anaranjada me indicara que es posible que aún en la oscuridad las luces tomen colores diferentes. Comencé a arrojar piedras al agua mientras me daba cuenta que el viento había calmado un poco y el movimiento de las ramas y hojas de los arboles había cesado. Una calma profunda de repente reinó en aquel lugar del mundo y yo podía palparla como si estuviera tocando una superficie suave y acolchada. Aquella sensación me cargaba de optimismo y me hacía sentir único en el mundo. Un hombre perdido en la noche contemplando las bondades y curiosidades de la naturaleza. Eso era algo impagable.

- Veo que coincidimos bastante en nuestros gustos -dijo la voz.

Sí, otra vez era la misma voz, aquella que se había echo escuchar el día del aguacero y ahora había vuelto a vibrar en el aire. Me quedé quieto sin moverme intentando hacer caso omiso a lo que mis oídos habían escuchado, pero fue en vano.

- Me imagino que también te gusta venir a sentarte por las noches aquí. ¿Has visto lo bella que está la luna?, ¿y las estrellas?, me encanta verlas titilar. A veces me tiendo sobre el suelo a contemplarlas y puedo pasarme una noche completa mirándolas, casi hasta que el sol comienza a despertar.
- ...
- ¿No vas a hablarme? -dijo impacientemente la voz.

Yo tan solo me limitaba a escuchar. Tenía como propósito hacerme el desentendido y esperar que ella de una vez por toda apareciera y diera la cara.

- Veo que no lo harás. Creo que te molesta el echo de escucharme y no poder verme. Pero no te enfades con eso, más bien tómalo de otra manera. Suponte que soy algo así como tú consciencia, como la famosa voz que supuestamente todos llevamos dentro y que de repente se ha echo presente en tú vida y te está hablando, ¿puedes pensar eso?

Yo seguí callado. No me interesaba hablar con aquella voz que mantenía tanta actitud de cobardía. La voz era más fina, se asemejaba tremendamente a la de una mujer. Estaba casi convencido que era la de una mujer, pero eso me intrigaba aún más pues ¿qué hacía una mujer en medio de la noche perdida en aquellas soledades?. Durante un instante intenté asociar la voz con la voz de Isabel, pero inmediatamente desestimé aquella comparación pues no eran ni parecidas. Entonces me hice a la idea que podía ser de alguien que viviera por aquel lugar, tal vez una lugareña, eso mismo debía de ser.

- ¿Sabes? -preguntó la voz- esta noche siento un poco de tristeza. Si no quieres hablarme no lo hagas, pero yo sí quiero hablar contigo. Me hace bien. Desde que te vi el otro día dentro del río supe que eras alguien diferente. No me preguntes el porqué, pero ese pensamiento se apoderó de mí tras verte parado con los ojos cerrado en el río. Sintiendo eso es que puedo contarte cosas que no le he contado a nadie, ni creo que le contaría; después de todo tú y yo no nos conocemos, ni siquiera sabemos nuestros nombres.

Entonces supe que no era la voz de mi consciencia. Ahora sonaba perfectamente a una voz femenina y muy humana. Me paré, caminé un par de metros por la orilla, arrojé unas cuantas piedras al agua y haciéndome el desentendido agucé más mi audición.

- Hace poco me han roto el corazón. Metafóricamente hablando, claro. He sentido la misma sensación que sentí cuando era niña y perdí a mi hermano. Él era para mí mi gran amigo. Pero un día la vida se lo llevó de mi lado y desde ese momento mi vida comenzó a dar grandes cambios. Nunca he podido olvidar la sensación que se apoderaba de mí cuando mi hermano me tomaba de la mano. Era, y sigue siendo, algo terriblemente inexplicable por mí. Supongo que desde aquel entonces nunca más tuve una mano que tomara la mía con tanta calidez, ¿no te ha pasado a tí?, ¿no has sentido alguna vez que hay manos que cuando toman la tuya transmiten esa sensación de protección y seguridad en la cual quieres remolonear y jamás salir de ella?, a mí me ha pasado con mi hermano y extraño eso. Ahora que atravieso un momento doloroso me gustaría que alguien me tome de la mano...

Tras terminar de hablar se produjo un instante de silencio. Percibí como si alguien llorara, entonces supe que la voz estaba llorando. Sentí tristeza. Sabía perfectamente de qué tipo de sensación ella estaba hablando. A pesar de ser yo hijo único y nunca haber podido saber lo que se siente que un hermano te tome de la mano, yo había vivido aquellas sensaciones de la mano de mi abuelo y de mis padres. En realidad pensé que eran cosas comparables, aunque seguramente la complicidad de un hermano es algo único y más en ese tipo de cosas. Caminé presurosamente un par de pasos entre los matorrales y tras unos cuantos metros de adentrarme en ellos la vi. Fue una sensación de sosiego, algo así como haber llegado a la meta tras mucha carga de tensión. La luz de la luna iluminaba su pelo y ella mantenía su cabeza hundida entre sus rodillas sollozando. Llevaba un par de jeans gastados y algo rotos, una blusa color blanco y un par de sandalias de cuero.

- Así que eres tú -le dije sin quitarle mis ojos de encima.

La voz levantó la cabeza y tras hacerlo una profunda emoción me recorrió por dentro. Entonces me puse en cuclillas y tomé su mano derecha.

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4 comentarios:

  1. ai pero que precioso!!! Cuanta magia!

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  2. @TEREZA:

    Esta historia es, para mí, una gran historia. Me gusta escribirla y me gusta que tome cuerpo. Vos también sos escritora como yo y que te guste y la sigas y estés pendiente es un gusto, amiga.

    :)

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  3. Buen juego, Miguel.. Me ha gustado mucho :)

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  4. @SONIA:

    Gracias por tú feedback, siempre es bueno leerlo por este blog al que tanto quiero porque me permite expresar mis letras.

    Beso.

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