miércoles, 30 de septiembre de 2009

mundos espiralados (17)













Capítulo 17


Mientras el colectivo avanzaba por la ruta a una velocidad constante me hundí en el asiento sin dejar de observarla. Ahí estaba, con la misma sonrisa de aquella noche y causándome los mismos signos en todo mi cuerpo, tomando mis sensaciones como si fuesen un amasijo y moldeándolas a su gusto, un gusto que de por sí me atraía y mucho. Daniela, como por arte de magia yacía sentada a mi lado tomándome la mano. Tenía los ojos llenos de luz, eso pensé mientras la observaba. El colectivo iba ocupado en su totalidad, un murmullo sin intermitencias recorría todo el pasillo, algunas personas se reían, otras charlaban entre sí y unos pocos dormían dejando escuchar profundos ronquidos.

- ¿Te sorprende verme, Alan? –me preguntó Daniela.
- Para serte sincero sí –le respondí con expresiva sinceridad- pensé que no volvería a verte. En realidad después de aquella noche no supe más de vos y pensé que habías decidido salir de mi vida tal como entraste. No me preguntes porqué sentí esa sensación pero fue lo que germinó lentamente desde aquella noche hasta éste momento.
- Lo siento, no fue mi intención desaparecer así. Tampoco era mi intención aparecerme de esta manera, además jamás me imaginé encontrarme con vos en una ocasión como esta, pero ¿sabes una cosa?, en mi vida siempre he hecho cosas así, sin hacerlo adrede, claro, pero como por causa del destino y obra mía suelo salir y entrar en las vidas de las personas de una manera poco convencional.
- Intento entenderlo –dije sin quitar mi mirada de sus labios- pero no creas que todo me cierra a la perfección. No soy fácil para creerme todo con este tipo de cosas.
- Supongo que yo soy igual, tampoco le creería mucho a alguien que un buen día se desaparece de mi vida sin dar explicaciones, pero sinceramente no fue a propósito. Además fue un hecho fortuito todo lo que pasó aquel día, ¿no lo crees?
- Me gustaría pensar que no, o mejor dicho, quisiera quedarme con que fue algo que pasó por lo que sentimos y se despertó justo aquella noche, ¿no crees?.
- ¡Oh!, ¡sí, claro!, no me refiero al momento que hicimos el amor, no, me refiero a nuestro encuentro. Toda esa vorágine de encontrarnos, charlar, quedarme en tú casa, hacer el amor, despertar a tú lado, vos sabés, todo eso que pasó en pocas horas pero que se sintió como ir en un vagón de una montaña rusa.
- Sí, sé a que te referís. Decime, ¿Crees que lo que pasó aquella noche fue algo significativo?, ¿has pensado en alguno de estos días sobre aquella noche?
- Sí, lo hice –respondió secamente mientras se colocaba sus gafas de sol y miraba hacia el parabrisas del colectivo.
- ¿Y ese pensamiento te llevó a alguna conclusión o simplemente fue un acto reflejo de tú memoria de recordar el momento que pasamos juntos?
- Muchas preguntas, Alan. No tengo respuesta para todo.
- …
- ¿Te gustan las libélulas?
- Depende. Me dan curiosidad. Cuando las veo detenidas sobre el agua de un río o un estanque y sus alas se mueven tan rápidamente me causan admiración. Me parecen un tipo de insecto muy particular, un tanto extraños. En verdad nunca reparé en las libélulas, creo que es la primera vez en mi vida que lo hago.
- Pues a mí me gustan. Se podría decir que amo las libélulas, y lo sé desde niña. Mi madre me solía llevar a orillas del río y pasábamos horas contemplando la correntada y cómo las libélulas se movilizaban histéricamente sobre el caudal. Mi madre las dibujaba. Solía llevar su bloc de papeles y sus lápices de dibujo y las retrataba. Sus dibujos eran muy buenos, siempre admiré eso de ella…

Tras decir aquellas palabras adiviné melancolía y tristeza en los ojos de Daniela; detrás de sus gafas oscuras parecía esconderse una frágil niña abatida. Supongo que su tono de voz evidenciaba eso mismo.

- ¡Mira! –exclamó mostrándome sus manos.

Sus dedos tenían varios anillos y todos tenían una libélula. Algunos tenían la forma de una libélula, otros el contorno del insecto sobre un cuadrado o circulo. Me llamó la atención aquello, pues nunca había conocido a ninguna chica que tuviese tantos anillos en sus manos y más aún que todos tuvieran tan directamente ligados a las libélulas.

- Que curiosas que se ven tus manos con tantos anillos de libélulas.
- ¿Te parece?, a mí me gustan. Es mi manera de expresar una de las cosas que más me gustan en esta vida, las libélulas.
- Sí, no te lo critico, no te confundas, solo es que me parece raro pero no por eso quiero decir que sea algo neurótico o agarrado de los pelos, ¿me entiendes?
- Sí, algo, trato de entenderte –dijo sonriéndose, casi imitándome tal como yo antes había respondido con las mismas palabras a ella. Fue entonces que nos echamos a reír y el tema de las libélulas quedó cerrado, al menos por un rato.

El colectivo seguía su lento transitar por la ruta. Ahora casi todo el mundo dormía, tan solo Daniela y yo íbamos despiertos charlando en voz baja, pareciéndonos al aleteo constante de un moscardón en pleno verano, o tal vez al de una libélula.

- Pero estoy bien –dije de repente- al principio pensé muchas cosas distintas sobre tú desaparición de mi vida, creo que todo se potenció porque aquella noche tras hacer el amor algunas cosas importantes pasaron por mi interior, pero después cuando sobrevinieron los días de silencio tras tú desaparición comprendí que debía dejar de pensar por demás. Suelo hacerlo, a veces me enrosco más de la cuenta. Fue así que acomodé mis pensamientos y te ubiqué en el lugar de los bonitos recuerdos dentro de mi memoria, ¿entiendes?
- Me halaga que me digas eso. De veras que me halaga.
Se hizo un silencio y ambos nos caímos en él. Quise agarrarme del borde para no seguirme cayendo aún más pero no pude, el ruido constante del motor del colectivo y el movimiento adormecedor nos jalaba a ambos al mundo de los sueños. Daniela se durmió primero. Cruzó sus manos y las posó sobre mi mano derecha. Su boca parecía la cima de una montaña desconocida, nunca escalada, su perfume era exquisito, y su pelo me hacía recordar momentos de la noche que hicimos el amor. Dejé que la tibieza de sus manos contagiara a la mía. Me puse de costado sobre el asiento y acerqué mi cara lo más que pude a la de ella. Su respiración desprendía un olor único, tan único que lo reconocería entre millones de olores. De alguna manera aquella chica tenía cosas que despertaban otras cosas dentro de mí. Cosas a las que no podía darles nombre porque al principio parecían unas y luego terminaban siendo otras. Esa ambigüedad me perturbaba, el no poder definir lo que Daniela me hacía sentir con su proximidad me hacía sentir caminando sobre una cuerda de acero entre dos rascacielos en pleno New York. Supongo que al rato me dormí, a las horas desperté en una terminal de colectivos a medio camino.

Al llegar a la capital llovía. El colectivo frenó suavemente acomodándose en la parada. De a poco los pasajeros comenzaron a descender. Algunos aún dormitaban. Daniela se despertó bruscamente, asustada, como a veces suele sucederme a mí.

- ¿Llegamos, Alan?
- Sí, ya llegamos. Llueve, así que ponete el abrigo.
- Ufff, y para colmo yo vivo al otro lado de la ciudad. No conseguiré taxi.
- Bueno, si no conseguimos taxi podés quedarte en mi departamento, está a unas seis cuadras de aquí.
- No quiero molestarte, además creo que no estaría bien.
- ¿Por?, no me parece nada mal. Miralo desde el lado de la amistad. Más allá que hayamos estado juntos de una manera más profunda que amigos no quiere decir que no podamos tratarnos como tales, ¿no te parece?
- No lo sé, se sentiría raro, ¿no? –me respondió mientras jugaba con los anillos de sus manos.

Imaginé que una libélula voló.

- Probemos, no tenemos nada que perder –dije con una sonrisa.

No sé porqué le terminé diciendo aquello pues sinceramente no era lo que pensaba ni pasaba por mi interior. A veces los seres humanos decimos cosas sin pensar y luego nos arrepentimos terriblemente de ello; esas cosas tienen tanto poder que embisten nuestra vida sacándonos de línea para traernos problemas o trastornos. No había querido hablar de aquel modo pero eso me había salido. Bajamos los bolsos del colectivo y caminamos hasta la parada de taxis. Estaba atestada de personas y no había ningún taxi. Hice señas a Daniela para que camináramos por debajo de los aleros de las veredas y si veíamos un taxi lo parásemos. Durante cinco cuadras ningún taxi libre nos cruzó. Todos iban cargados de gente. Nos acurrucamos en una esquina debajo de un alero. Un chaparrón fuerte de agua y viento se desató en un santiamén. Daniela tiritaba de frío, yo también tenía frío. Nos abrazamos mutuamente y así nos entibiamos un poco.

- Supongo que deberé aceptar tú oferta –terminó diciéndome.
- Ok, ya estamos cerca, tan solo dos cuadras y estaremos en mi departamento.

Corrimos las dos cuadras debajo de la lluvia torrencial. Al llegar al edificio nos apretujamos contra la puerta de entrada y tras entrar nos largamos a reír de tal manera que parecía que nos hubiesen contado el mejor chiste de nuestras vidas. Ese fue un momento feliz de mi vida. No es fácil reconocer los momentos felices en la vida de uno. A veces se aparecen como viejas polaroids en nuestra mente por obra de la memoria. Aún hoy conservo aquella imagen, la risa, la lluvia, hasta puedo sentir la humedad de la ropa. Todo, absolutamente todo conformó un bonito recuerdo.

Subimos al departamento y tras entrar nos secamos y nos cambiamos de ropa. Daniela se puso una camisa y un jeans que encontró en mi placar. Al darse vuelta para ponerse la camisa descubrí un tatuaje en su nuca, un tatuaje que no había visto la noche que tuvimos sexo. Era un tatuaje llamativo y extraño, el dibujo era el de una libélula volando en una especie de circulo, o más precisamente en una especie de sinusoide. Lo contemplé todo el instante que ella tardó en colocarse la camisa. No dije nada sobre el tatuaje, cuando ella volteó hacia mí atiné a mirar por la ventana. Al rato nos acostamos. Ambos en la misma cama, separados por una especie de abismo que estaba representado por unos veinte centímetros de colchón. Tras quedarse dormida boca abajo volví a ver su tatuaje. Me volvió a llamar la atención. La libélula parecía cobrar vida, tal vez tenía las suficientes ganas de volar y de no estar atrapada en el cuello de Daniela. Eso mismo pensé cuando me acerqué al tatuaje. Mi nueva amiga dormía profundamente, el viaje nos había cansado a ambos pero yo aún estaba bastante entero. Con mi dedo corazón recorrí muy lentamente el recorrido de vuelo de la libélula. Un conjunto de ondas gruesas y finas lo demarcaban. Se sentía suave y cálida su piel. La libélula una vez más parecía tener vida. Me pregunté en aquel instante porqué un tatuaje de una libélula volando en forma de sinusoide. Apenas atiné a pensar respuestas al azar dejé mi mente en blanco y me concentré en observar su cuello y la suavidad del mismo. Afuera la lluvia seguía cayendo torrencialmente. Los débiles rayos de sol ya no tenían fuerza para luchar contra las densas y oscuras nubes que les impedían el paso, y pronto la habitación comenzó a oscurecerse. La noche de a poco se iba instalando sobre la ciudad. Arropé a Daniela y me recosté a su lado. Crucé mi mano izquierda sobre su cintura, coloqué mi nariz sobre la libélula y me quedé profundamente dormido.

A la mañana siguiente al despertar una libélula chocaba contra el vidrio de la ventana queriendo ingresar a la habitación. Recordé la mariposa en la universidad. Déjà Vu.

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4 comentarios:

  1. il n'y a rien meilleur que un beau Déjà vu...


    =)

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  2. Era Daniela! Todo un misterio de mujer.
    Saludos

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  3. @BÁRBARA:

    D'un accord, oui, mais les dèjá vu ont l'habitude d'être prémonitoires de quelque chose qui peut être inespéré: ne te paraît-il pas ?...

    un baiser

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  4. @TEREZA:

    Sí, era Daniela. Es que me parece que ese personaje femenino lo fulmina a Alan, lo da vueltas, lo desestabiliza a tal punto que el enceguecimiento parece hacerlo vibrar, ¿no te parece?

    Beso.

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