Me vestí, me abrigué bastante, pues afuera era invierno y aunque el sol estaba altivo y el cielo límpido, el frío se hacía notar. Crucé una bufanda de lana en mi cuello y bajé a la cafetería de la esquina. Pedí un cortado para llevar y me senté en la plaza a beberlo. Hacía mucho tiempo que no realizaba aquel ritual tan clásico en mis días de estudiante universitario. Con mis dos manos sostenía el vaso de telgopor y sentía como la tibieza del líquido empezaba a penetrar por mis vasos sanguíneos avisándole a mi sistema nervioso que mi cuerpo no había sido abandonado, que el frío por más que acechase no podría conmigo.
En frente mío unos niños correteaban unas palomas y un par de ancianos los contemplaban mientras se mantenían abrazados dándose amor y calor. La vida surge por doquier, las historias están en cualquier sitio, donde uno menos se lo imagine. Todo el mundo vive su vida y con ello genera una historia, una más que aporta una minúscula gota al inmenso mar de seis billones de historias de este mundo. La mía tan solo es una más.
Terminé el café y caminé sin rumbo. Tenía ganas de hacerlo, de dejarme llevar sin ocupar mi mente en objetivos fijos. Algunas personas me saludaban al pasar, otras solo me seguían con la mirada, y algunas estaban tan absortas en sus propios mundos que ni siquiera se percataban que yo les pasaba por su lado. Esa soledad que tanto avanza cuando se está solo en momentos de silencios y quietud del espíritu suele volverse malévola y corrupta. Eso pensé mientras caminaba y recordaba la noche anterior. Mi vida, si bien no era una fiesta, tampoco era una vida miserable, tenía los altibajos comunes que tienen las vidas de todos, ni más ni menos, sin embargo solo bastó un momento de descuido para que la soledad con su mano gigantesca e invisible me capturara y me enviase a las fauces más aborrecibles de mi subconsciencia.
Regresé al departamento después de vagar un par de horas. Ya era pasado el mediodía y tenía hambre. Ingresé la llave en la cerradura de la puerta y la giré. Al tomar el picaporte y abrir la puerta sentí la misma sensación que cuando paso una hoja de un libro que estoy leyendo y me mantiene en vilo, atrapado y ansioso. Esas sensaciones no eran nuevas para mí, más de una vez he sentido esas especies de déjà vu en mi vida. Ingresé al departamento, me quité la bufanda, el abrigo, y puse a calentar agua pues quería hacerme un té. El aire del interior se sentía apacible y no había sonido alguno que molestase. Todo estaba sujeto a una serenidad envidiable y podía sentir esa sensación en mí. Me sonreí solitariamente y me dejé llevar por aquel sentir. Parecía que todo se había congelado a mi alrededor y flotaba en el aire. Algo así como un pacto con el tiempo, como un verdadero paréntesis para que yo pudiera percibirlo y disfrutar. Era la primera vez en días que volvía a sonreír con aquella convicción. Algo en la vida estaba haciendo las pases conmigo, no percibía las intermitencias de las noches anteriores, esta vez sentía una verdadera calma como si todo el universo armonizara con mi vida. Me dejé llevar, claro, ¿porqué no dejar hacerlo?, después de todo mi vida, una tan común y corriente como las de millones, también merecía sentir.
Es verdad, somo casi tocayos. Me gusto mucho tu pagina, volveré por aqui y te agradezco tu visita.
ResponderEliminarBesos
LiterataRoja
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ResponderEliminarLiterataRoja, sí es una coincidencia de nicknames. Cuando visité ocasionalmente tú blog me sonreí al ver la coincidencia.
ResponderEliminarSos bienvenida a mi blog. Cuando quieras puedes pasar.
He visto que has publicado un libro de poesía en la editorial Dunken, así que mis felicitaciones de parte de este escritor también.
Saludos.
A menudo a las vidas les marcamos las intermitencias nosotros...
ResponderEliminarEs buena idea dejarse llevar un poquito, hay que practicar!!
Me encantó leer tu texto!!
Un abrazo
Carmen, totalmente, muchas veces nosotros mismos somos los que permitimos esas intermitencias o bien las generamos.
ResponderEliminarGracias por pasar y leer.
Saludos.
Gracias por estar presente siempre en mi rincon, y estoy segura que en algun momento hacemos las pases con la vida y la sonrisa se dibuja en nuestro rostro. saludos Pilar
ResponderEliminarPilar, escribir historias de ficción a uno le permite meterse dentro de la vida y el pensamiento de personas tangibles o ficticias. Para mí, que me considero escritor, es algo sublime.
ResponderEliminarPaso por tú rincón porque me parece transparente y cargado de cosas positivas. Lo mejor de encontrar blogs que valen la pena es el eco que queda resonando dentro de uno después de leer sus entradas.
Saludos.