De vez en cuando conocía a algún chico en alguna fiesta o en la disco y después de hablar un buen rato venía la palabra mágica a mis oídos. Al principio, tan solo al oírla, me sentía especial. Pensaba que todo lo que la palabra princesa englobaba me correspondía a mí y que me la dijeran me hacía sentir verdaderamente una mujer especial, con dones inusuales y un glamur fuera de serie.
No era la primera vez que la escuchaba de la boca de los hombres en mis salidas. Mi padre, cuando era pequeña, solía decírmela en reiteradas ocasiones. Mi abuela me lo decía cuando me veía aburrida o haciendo alguna travesura; anteponía la palabra princesa al reto clásico o bien al sermón por mi dispersión. En cambio mi madre nunca me llamó princesa, yo para ella solo era, hija. De a poco fui asimilando el significado de aquella palabra, pero nunca la sentí tan mía como cuando mi primer enamorado me la dijo. Estábamos en las escaleras del colegio secundario cuando me dijo, “eres bella, princesa”, y dándose la vuelta le guiñó el ojo a mis otros compañeros de clase y todos rieron a carcajadas. En aquel instante me sentí flotar, aunque no entendía bien el porqué de las risas (algo que descubrí más adelante, al crecer… y entender).
En definitiva la palabra princesa ha estado rondándome toda mi vida. La he escuchado de gente que me ama, como así también de gente que tiene la boca llena de hipocresía. Sin embargo hoy, ahora, después de mis treinta y largos, cuando un hombre se me acerca y me la pronuncia tardo en creerle, es más, no le creo. De a poco los castillos donde la princesa vivía se fueron desvaneciendo y el eco que esa palabra producía dentro de mí se fue transformando en un significado mucho menos valioso y profundo. Cuando un hombre se me arrima y me dice esa palabra siento que solo lo hace para halagarme, para hacerme sentir especial en ese momento, y no me produce ni remotamente aquello que solía sentir cuando mi padre, mi abuela o las demás personas que me amaron me hacían sentir.
El otro día estuve meditando mientras llovía. Estaba desnuda en mi habitación con la ventana del balcón abierta recibiendo el aire fresco que se colaba. Solo se escuchaba el caer de las gotas desde los dinteles y entre ellos un pensamiento me avasalló. ¿Porqué la palabra princesa había perdido su magia en mí?, ¿acaso ningún hombre podría utilizarla de corazón viéndome como una princesa realmente? No supe que contestarme a mí misma, tan solo me limité a sentir lo que un hombre que me amase de verdad sentiría si yo no tomase con todo el peso el valor de aquella palabra si me lo dijera de corazón. Escarbé en mis adentros y vi a mi padre llamarme así, a mi abuela sonreír mientras pronunciaba aquella palabra, a mi madre ficticiamente balbucear a regañadientes la misma palabra y a un hombre imaginario, y enamorado de mí, llamarme así también. Me estremecí. La palabra sin magia ahora había vuelto a recuperar cierto poder. Sentí que no todos los gatos debían estar dentro de la misma bolsa, algunos podían quedarse fuera, aún mientras lloviese.
La magía la da la persona...
ResponderEliminarHe visto que tienes un libro de Kawabata y Paul Auster, qué casualidad, estoy leyendo ahora mismo "un hombre en la oscuridad"
(me gusta mucho este escritor)
de Kawabata "historias e la la palma de la mano".
Besitos y gracias por tus palabras.
Morgana, coincido que la magia radica dentro de la persona.
ResponderEliminarPaul Auster me gusta como escribe. El libro que mencionás creo que es uno de sus últimos con una historia de un hombre que tiene problemas de salud y en sus momentos de no visión imagina historias (algo así).
De Kawabata el libro es el primero y próximo a leer. "Historias de la palma de la mano" es un libro de cuentos. El cuento "lado soleado" (o algo así) me gustó mucho.
Saludos.
Sentirse princesa, es tal vez, dejando de lado la monarquía -prefiero evitarla, siempre que se pueda- una manera de encontrar amparo, un intento por creer en la magia y sus colores. Es como un juego de la infancia y hace bien.
ResponderEliminarDespues vuelvo a leer más. Me encantó encontrarte.
Besos.
Ana, creo que una de las definiciones que mejor se condicen con el término "princesa" es el amparo, tenés razón. Pienso, que dentro de toda mujer siempre, y sin importar la edad, la palabra princesa crea una especie de caricia.
ResponderEliminarEncontrar bloggers y escritores en la internet siempre es un buen augurio cuando se hace a conciencia. Bienvenida a este blog.
Saludos.
Será porque me siento incondicionalmente plebeya, que si un hombre me llama "princesa" me suena a falso. No soy yo.
ResponderEliminarQue bueno perder algo y después re cuperarlo,aunque sea el significado de una palabra,ya va a aparecer el principe que le de sentido a la palabra Princesa
ResponderEliminar¿A que mujer no le gustó que la llamaran princesa alguna vez??? Claro que con los años nos volvemos escepticas y las palabras dulces pierden su encanto.Ahhh, tampoco hay que meter t a todos los gatos en la misma bolsa, creo que hay excepciones como en todo. Me encantó la historia.Saludos Pilar
ResponderEliminarArcángel Mirón, es un punto de vista aceptable el tuyo. Creo que muchas mujeres piensan como vos. Por ahí he escuchado opiniones semejantes, y como todas, son respetables.
ResponderEliminarSaludos.
Emesor, creo que la mujer protagonista del relato terminó dándose una segunda oportunidad. Terminó por dar una nueva chance a un hombre que se acercara con la palabra mágica otra vez cargada de magia. Seguramente ese príncipe, como mecionás vos, le dará sentido completo a la palabra... ¿porqué no?
ResponderEliminarSaludos.
Pilar, también considero lo mismo. Y lo de escepticismo seguramente es así y mientras más se crece para ambos sexos muchas cosas se vuelven un tanto increibles.
ResponderEliminarPero bueno, tal como decís, no todos los gatos deben meterse en la misma bolsa, creo que hay excepciones sino este mundo terminaría siendo igual, y de por cierto no lo es, ¿no te parece?
Me alegra te haya gustado esta historia.
Saludos.
perdon por la autorreferencia, pero me vino una frase que ezscribí una vez:
ResponderEliminarAntes eras una princesa, ahora sos una lady. Y esta muy bien asi, está perfecto.Solo que hay algo del cuento de hadas
que se perdió
me dejó una sensacion de tristeza. No se caiga eh? Una princesa sabe llevar sus penas.
saludos
ahora uno para el autor... excelentes imagenes. excelente relato. Comprension de una imagen recurrente en el imaginario femenino que no tiene que ver con la frivolidad y el marketing, sino mas bien con una ilusion que es un oasis de inocencia.
ResponderEliminarMuy buena descripcion.
saludos!
Pablo, gracias por tus comentarios. Quiero decirte que tú blog, "Chicas de los viernes", está muy bien logrado, con una prosa sobre cada perfil femenino que un tipo puede cruzarse un viernes o en una salida de fin de semana.
ResponderEliminarSi bien Cortázar no es de mis preferidos podría asimilar un tanto a su Bestiario con tú descripción de chicas de los viernes.
Con respecto a esta entrada donde has comentado coincido con el oasis de inocencia. Creo que dentro del subconsciente femenino, aunque ellas muchas veces hoy por hoy lo nieguen, la palabra princesa acompañada del sentimiento de amar seduce y derrite a cualquiera. Si eso se pierde, entonces ¿qué estamos haciendo?
Un abrazo. Nos seguimos leyendo.
Saludos
Ser la princesa de los cuentos, la perfecta protagonista; eso es lo que nos gusta de la palabra que va perdiendo brillo cuando nos la dedica quien, como tú dices, tiene la boca llena de hipocresía.
ResponderEliminarCuando una palabra se desluce no es culpa de la palabra sino de quienes las manchan, menos mal que ahí está la lluvia para hacerla resurgir y sacarle brillos plateados, dorados, bronceados... a las palabras que nos gustaría oir, aunque sean mentira, como si fueran verdad.
Un placer leerte.